El año que arranca parece ofrecer cierta recuperación de la economía real -por lo menos mientras se sostenga la pauta cambiaria-, aunque dispar en términos sectoriales. El optimismo por la euforia en los mercados hace perder algunas cosas de vista.
El 2024 se despide en medio de la euforia de los mercados financieros. Un repunte fenomenal de los bonos y de las acciones de las principales empresas generaron rendimientos en dólares récord para quienes se animaron a apostar por el riesgo argentino. Una fuerte baja de la inflación, tras el impulso generado por la devaluación de inicios de mandato libertario, la reducción de la brecha y el cumplimiento de la pauta oficial del 2% de devaluación, en el marco de un firme compromiso por el superávit fiscal, son los pilares sobre los que se monta la euforia especulativa.
Pero el optimismo general pierde de vista algunas cuestiones estructurales, como el hecho de que aún con niveles super deprimidos de actividad económica, hace ya varios meses que se presenta un déficit de cuenta corriente, cubiertos excepcionalmente por el ingreso de divisas del blanqueo.
Por su parte, aún pesan sobre las espaldas de nuestro sector externo el elevado endeudamiento contraído en la gestión de Macri. Eso marca una diferencia relevante con aquella experiencia que aprovechó el desendeudamiento heredado del kirchnerismo para generar un festival de emisiones de bonos que permitió recomponer reservas y dar ciertas certezas a quienes apostaron por el carry trade o bicicleta financiera. Si aquella aventura especulativa tuvo dos años y un trimestre de vida, ¿cuánto se le puede dar a la experiencia actual, que parte de bases mucho más frágiles?
Un posible crédito del FMI o una baja aún mayor del riesgo país podrían permitir refinanciar los u$s14.240 millones que vencen el año próximo. Pero aún en ese hipotético caso, difícilmente se logre generar un ingreso extra para cubrir la profundización del déficit de cuenta corriente por la recuperación de la actividad (imprescindible para el oficialismo en un año electoral) y la fuerte apreciación cambiaria (agravada por la reciente devaluación del real).
Así las cosas, no es probable un flujo importante de ingreso de capitales financieros, mucho más cuando la actual cotización de bonos y acciones se encuentra a niveles relativos tan elevados que las ganancias futuras de una apuesta al riesgo argentino son ya poco tentadoras. Por su parte, si se sostiene el descenso de las tasas de inflación convergiendo con la pauta cambiaria, la política de bajas tasas de interés tampoco parecen estimular un carry trade hacia activos en pesos.
El actual esquema requiere una fuerte expansión de las exportaciones primarias y de un flujo relevante de inversiones directas a los sectores que las generan (agro, minería e hidrocarburos). Pero los períodos de maduración de la economía real son mucho más lentos que los flujos financieros. De ahí que, tras un verano que promete una intensa demanda de dólares por turismo, es probable que comiencen ciertas presiones cambiarias. Una vez más, la posibilidad de lograr llegar a las elecciones con un dólar en calma depende de como venga la liquidación de la próxima cosecha.
Por el lado de la economía real, el 2025 parece ofrecer cierta recuperación – por lo menos mientras se sostenga la pauta cambiaria-, aunque dispar en términos sectoriales. Los sectores primarios mantendrán su dinamismo habitual, aunque los márgenes de rentabilidad se reducirán al calor de la apreciación cambiaria. La reactivación empujará los servicios en general – excepto el turismo- y la construcción, pero la producción de transables para el mercado interno tendrá que lidiar con una creciente penetración de las importaciones.
La apertura importadora es parte del programa oficial por dos cuestiones. Por un lado, para evitar una recomposición de márgenes empresariales al recuperarse el mercado interno, que podría generar una aceleración de la inflación. En término de mayor plazo, la agenda liberal considera nociva para la competitividad sistémica la existencia de producciones con una estructura de costos superior a la internacional. El cierre masivo de pequeñas y medianas empresas de los últimos meses no es un efecto colateral, sino parte estructural del actual programa económico.
En materia laboral, la destrucción de empleo por despidos del sector público y cierre de empresas por la penetración de importaciones, será compensada por la mayor actividad en los servicios y la construcción. El sector asalariado privado continuará recuperando ingresos, mientras el público mantendrá el poder adquisitivo de sus salarios en muy bajos niveles.
Director de CESO
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