San Lorenzo tuvo un debut soñado ante Talleres: resistió gracias a las atajadas de Gill y terminó llevándose el partido con un golazo de Vombergar


Del “movete, Boedo, movete” al “Cuervo, yo te quiero ver campeón” apenas pasaron veinte minutos. No hay término medio para esa tribuna que sufrió durante todo el año pasado, pero volvió a lucir cargada por una multitud y una gran ilusión. Entonces, el grito de Andrés Vombergar, la explosión de las gargantas azulgranas, tiene mucho más valor. Porque hasta ese instante, San Lorenzo se había sostenido en el partido gracias a las manos de Orlando Gill, que no será un europeo como aquellos arqueros que sonaron en el mercado de pases y tampoco Keylor Navas, pero mide dos metros como el número uno del Real Madrid.

Tuvo más músculo que inspiración San Lorenzo. Pero bastó un momento de lucidez para vencer a un rival que llegó hasta el Nuevo Gasómetro con la chapa de subcampeón y un mayor volumen de juego. Gill salió lejos, atoró al brasileño Rick Lima Morais, y se produjo una réplica que terminó con el éxito. Hubo un rechazo desde Ezequiel Herrera que Matías Reali bajó para Emanuel Cecchini y el recién llegado cambió para Malcom Braida. Entonces, el capitán jugó hacia adentro y Vombergar hizo el resto. Fue un tiro potente, es cierto, aunque falló Guido Herrera. Su respuesta fue deficiente.

Fue un duro golpe para Talleres. Gill tapó nueve pelotas. Incluso, evitó lo que hubiera sido un gol en contra de Daniel Herrera con una volada sensacional. Los cordobeses buscaron llegar al área de su ilustre rival con un juego elaborado a partir de los pies de Matías Galarza, pero fallaron frente al gigante guaraní. Y la sabia mano de Miguel Russo, cuando nada hacía prever ese final a pura sonrisa, acertó con los cambios. Cecchini y Vombergar terminaron siendo decisivos cuando costaba cruzar la mitad de la cancha.

De entrada, las caras fueron las mismas. Incluso Nahuel Bustos, que hasta el año pasado se vestía con la camiseta azulgrana, estuvo sobre el césped del estadio Pedro Bidegain de regreso con el equipo cordobés. Eso sí, hubo una postura diferente en San Lorenzo, algo que se observó durante la pretemporada. Russo tuvo tiempo de trabajar el aspecto defensivo. Priorizó el orden. Y en un contexto en el que no abundan las figuras, y para colmo sin Iker Muniain –desgarrado y con pasaje a España para su recuperación, le costó encontrar circuitos creativos.

Talleres apostó a la tenencia y tuvo mayor paciencia en la gestación. Especialmente, gracias al brillante Matías Galarza. Con el “5” en la espalda desplegó todo el manual del volante central moderno. Condujo desde el fondo, devolvió casi todas al pie y cuando pudo profundizar, metió un par de estiletazos que sus compañeros no aprovecharon. A bordo de un 4-2-3-1, en el que Bustos no fue una referencia porque Rubén Botta y Sebastián Palacios se movieron en todo el frente de ataque, tuvo varias chances frente a Gill.

En el segundo tiempo, Talleres tuvo el control del juego y San Lorenzo comenzó a retroceder. No podía salir. Botta bajó unos metros para intentar juntarse con Matías Galarza. Después, dejó la cancha reemplazado por Rick, un brasileño que se mostró lagunero, poco influyente por la izquierda.

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