Los secretos de Lydia Lamaison: su receta contra el stress y por qué nunca tuvo hijosPor Nancy Duré
Murió a los 97 años, el 20 de febrero de 2012. Pero no hacía mucho que había dejado de trabajar. Para Lydia Lamaison, su profesión era mucho más que un medio de vida. Era su vida. Así que disfrutaba de poder actuar, ya sea interpretando a las mujeres más buenas como a las peores malvadas del cine, el teatro y, fundamentalmente, la televisión. Alta comedia, Muchacha italiana viene a casarse, Rosa…de lejos, Hay que educar a papá, Situación Límite, Celeste siempre Celeste, Nano, Zingara, Muñeca Brava, Son amores y Collar de Esmeralda son solo algunas de las tantas ficciones de las que participó.
Había nacido el 5 de agosto de 1914 en Mendoza. Pero creció en Buenos Aires, en el barrio de Monserrat, donde un día visitando el convento de Avenida Independencia y Salta fantaseó con la idea de ser monja. “Era una vida linda, con tiempo para leer y estar sola”, dijo sobre ese impulso de su pubertad. Pero la realidad es que el destino tenía otros planes para ella. Y no sería, justamente, el de ser esposa y madre como se podía esperar para las damas de la época.
Su primer acercamiento al arte llegó de la mano de la música. Después de estudiar guitarra durante una década, se presentó en el Café Tortoni donde fue presentada ni más ni menos que por Alfonsina Storni. “Toqué Asturias, de Albérniz, y después seguí yendo. A esa peña iban personas que yo miraba con admiración, como Norah Lange, Jorge Luis Borges y Quinquela Martín. Incluso, llegué a ver ahí a Federico García Lorca. Pero, desgraciadamente, dejé de tocar. Esa es una de las cosas que nunca me perdoné. Dejé todo por el teatro”, comentó en una oportunidad.
De todas formas, en su juventud Lydia no pudo escapar de los mandatos sociales. Se recibió de maestra de escuela y estudió filosofía y letras, como si tuviera la intención de tener una vida “normal”. Sin embargo, a mediados de la década del ‘30 empezó a presentarse en audiciones teatrales. Su primera oportunidad sobre las tablas llegó de la mano de la compañía Juan B. Justo. Fue elegida para protagonizar Cándida. Y luego siguió con Marie Curie, en la compañía Blanca Podestá, trabajo por el que recibió el premio como Actriz Revelación, para luego continuar con obras como Perdidos en Yonkers, Los Físicos, Doña Disparate y Bambuco, Ollantay, Biógrafo y Pasajeras.
Habiéndose consagrado ya como actriz de teatro, tuvo un paso muy importante por la pantalla grande. Alas de mi patria, La Caída, Un guapo del 900, En mi casa mando yo, La fiaca, Pasajeros de una pesadilla, La puta y la ballena y Mentiras piadosas fueron solo algunas de las más de 25 películas que hizo a lo largo de su carrera. Pero, sin lugar a dudas, la popularidad la ganó gracias a su trabajo en las telenovelas, con las que entró a los hogares de todos los argentinos y logró alzarse con tres Premios Martín Fierro y una placa en honor a su trayectoria, entre muchos otros reconocimientos que incluyen un Konex de Platino y el nombramiento como Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
Tenía 33 años cuando se casó -“de grande” según sus propias palabras- con el actor Oscar Soldati. Quedó viuda en 1982. Ese fue el único amor que se le conoció y nunca tuvo hijos. “Me hubiera gustado tener hijos, pero tengo sobrinos, sobrinos nietos y sobrinos bisnietos. Para mí esa burrada de que las mujeres si no son madres no están realizadas es absurda. Me siento muy bien así”, decía Lydia cuando le preguntaban por la maternidad que había postergado por su carrera.
Sin embargo, ella nunca renegó de su situación. Al contrario. “Parece cruel lo que digo, pero no sé lo que es sentir soledad como una carga. No sé lo que es el aburrimiento. Me gusta estar sola. No soy nada nostálgica. No vivo de mis recuerdos. Selecciono”, decía. Y explicaba lo que, quizá, era el secreto de su felicidad: “Trato de vivir el presente de la mejor manera y de hacer un espacio para el ocio, a pesar de que trabajo mucho. Cuando no hago nada, hago exactamente eso: nada. Creo que sí, que fui una avanzada para la época”.
Su trabajo le había permitido ponerse en la piel de muchas mujeres y vivir las más diversas vidas. Así que, sin dejar que los aires de diva se le subieran nunca a la cabeza y habiendo atravesado situaciones difíciles como la prohibición de la que fue víctima durante el peronismo y el hecho de estar incluida en las listas negras de la dictadura, había logrado su objetivo ser una distinta. “Parezco una señora muy protocolar, pero no lo soy. No soy muy diplomática. A mí me molestan mucho la injusticia y la discriminación. Y en este país hay mucha discriminación aunque no se diga. Discriminación hacia los que tiene menos, hacia las mujeres…”, decía.
Más allá de las arrugas que nunca quiso borrar de su rostro con ninguna cirugía estética, tenía un estado físico envidiable. Si hasta algunos compañeros la vierono bailando sobre una mesa en alguna fiesta de fin de grabación. Y todos querían saber su fórmula. “Como sano y he tenido siempre una gran salud. Esa es mi gran fortuna. pero no todo el mundo tiene training para hacer televisión como tengo yo. Parecería que por pose digo que no me canso. Pero no me canso. No sé lo que es el estrés. Dicen que las actrices después de que pasan los 40 años no tienen trabajo. Pero a mí me pasa lo contrario”, contaba Lamaison.
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