Los números de la principal apuesta del Gobierno para revertir «las décadas de deterioro» de la economía
En la árida estepa del noroeste de la Patagonia, hay una inmensa torre de perforación que trabaja a toda máquina: cuando llega a los 3000 metros de profundidad, la broca del taladro gira y empieza a morder esa misma distancia, pero horizontalmente.
En Neuquén, la ciudad más cercana, los expertos informáticos analizan los datos que envía la torre de perforación y mantienen el taladro que funciona en esa franja rica en petróleo shale (esquisto) de apenas cinco metros de espesor.
Son casi 40 las máquinas de este tipo que salpican esa vasta porción de territorio argentino conocido como Vaca Muerta, una formación que se extiende desde la cordillera de los Andes hasta las afueras de la ciudad de Neuquén, donde las oscuras capas empetroladas afloran entre la arena hasta la superficie.
La Argentina tiene la cuarta reserva de petróleo shale más grande del mundo y la segunda de gas, solo después de China. El país empezó a perforar en Vaca Muerta hace alrededor de una década, desde entonces la producción se incrementó sostenidamente. Luego, hace un par de años, la extracción de petróleo de disparó: en 2024, y por primera vez en 14 años, la Argentina exportó más energía de la que importó.
Para el 2025 se espera que la Argentina supere a Colombia, que el año pasado producía más de 800.000 barriles diarios, como el tercer mayor productor de crudo de Sudamérica. Solo Venezuela, que produce casi 1 millón de barriles diarios, y Brasil, que produce más de 3 millones, extraerán más petróleo que la Argentina durante 2025.
El presidente libertario de la Argentina, Javier Milei, dice que Vaca Muerta es “una panacea” y quiere que prosperen los exportadores de energía en su país. De ser así, esas exportaciones serían la energía que necesita para revertir las décadas de deterioro económico de su país.
El negocio del petróleo shale enfrentó grandes dificultades en la Argentina. Comparadas con las formaciones geológicas más ricas en Estados Unidos, a los perforadores locales los desespera la geografía de Vaca Muerta, pero como dice el especialista Vinicius Moraes, de la firma asesora en materia energética Wood Mackenzie, “La Argentina es una bestia diferente”.
A estas cuestiones se suman los controles sobre el precio del petróleo, los impuestos a las exportaciones y las restricciones de capital, que durante mucho tiempo dificultaron el desarrollo del negocio. Esas políticas, junto con el agotamiento de los pozos convencionales, hicieron que durante la década de 2000 la producción de petróleo disminuyera. Luego, en 2012, la decisión de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner de nacionalizar YPF, propiedad de la española Repsol, espantó a los inversores.
Aun así, llegó suficiente dinero a la Argentina como para fomentar el floreciente negocio de petróleo shale. Miguel Galuccio, que dirigió YPF entre 2012 y 2016, convenció a importantes petroleras extranjeras, incluida Chevron, para que invirtieran en emprendimientos conjuntos. Esto puede deberse en parte a las características específicas de la extracción del petróleo de esquisto.
Como señala Francisco Monaldi, de la Universidad Rice, la producción de shale tiene bajos costos iniciales (en comparación, por ejemplo, con la inversión necesaria para arrancar una gran operación off-shore), pero requiere una inversión sostenida para perforar nuevos pozos y mantener el ritmo de crecimiento de la producción.
Para un gobierno con problemas de liquidez, nacionalizar un proyecto de shale no tiene mucho sentido. “Es como expropiar una empresa de fabricación de automóviles”, dice Monaldi. “Al principio es genial, pero al día siguiente tenés que pensar cómo seguir fabricando automóviles”.
Conscientes de ese riesgo, los inversores estaban dispuestos a invertir gradualmente.
En la última década, la producción de petróleo shale de la Argentina creció de alrededor de 20.000 barriles diarios a casi 450.000, y también se disparó la producción de gas. Ese reciente crecimiento se vio impulsado por YPF junto con empresas perforadoras locales como Vista Energy, hoy dirigida por Galuccio.
“Cuando decíamos que Vaca Muerta podría duplicar la producción en cinco años, la gente pensaba que estábamos locos”, dice Daniel Dreizzen, exsecretario de planificación energética de la Argentina. La mayoría de los analistas ahora calculan que para 2030 Vaca Muerta podría producir más de 1 millón de barriles diarios.
El auge de Vaca Muerta también ha transformado la ciudad de Neuquén. En el lugar ya había algunas perforaciones convencionales desde 1918, pero a mediados de la década de 2000 la producción ya estaba en caída. Para los trabajadores petroleros tradicionales de Neuquén, el shale fue una segunda oportunidad, y todavía atrae a nuevos operarios que llegan a instalarse en la ciudad.
Gustavo Medele, ministro de energía de la provincia de Neuquén, dice que un camionero puede ganar el equivalente a US$3000 por mes, aproximadamente el doble del salario nacional promedio. Pero no todos están contentos.
Algunos lugareños encuentran preocupante la gran cantidad de agua que se usa para romper las compactas formaciones de esquisto. Cerca del centro de la ciudad, hay un mural que muestra una plataforma que escupe fuego junto a un río y una inscripción: “El agua vale más que el petróleo”.
Estas críticas subestiman los beneficios y recompensas que trae el petróleo shale, ya que el auge de esa industria podría transformar la economía de la Argentina.
Las estimaciones sugieren que para principios de la década de 2030, el negocio podría ayudar a crear entre un cuarto y medio millón de puestos de trabajo. A su vez, ampliar el superávit comercial repondría las escasas reservas de divisas del país y lo ayudaría a pagar sus deudas internacionales.
La consultora Aleph Energy, que ahora dirige Dreizzen, calcula que a partir de 2030 las exportaciones de hidrocarburos podrían aportarle a la Argentina más de US$30.000 millones al año. Eso ayudaría mucho a ampliar el superávit comercial total de la Argentina. De hecho, en 2024, las exportaciones de energía ayudaron a llevar el superávit a US$19.000 millones, la cifra más alta en años.
Las reformas de Milei ya han facilitado el negocio. Desde el año pasado, las empresas ya no están obligadas a retener un cierto nivel de reservas para abastecer a las refinerías locales antes de poder exportar. El gobierno también ha dejado de intervenir en el mercado petrolero, lo que permitió la suba el precio del petróleo que se vende localmente y se acerque al precio del crudo Brent, la marca de referencia mundial.
Los productores de shale esperan ansiosamente el fin del control de capitales, lo que facilitaría la importación de equipos y atraería más inversión extranjera. Pero eliminar esos controles es un trabajo lento.
El flujo de dinero extranjero ayudará a resolver el problema más acuciante de los exportadores argentinos: la infraestructura.
El superávit energético del año pasado se logró al entregar gas a Chile, a través de la puesta en funcionamiento a tope los oleoductos existentes y el envió en camiones de los barriles restantes desde Vaca Muerta.
Un oleoducto adicional que acaba de inaugurarse a principios de este año ofrecerá algo más de capacidad para enviar exportaciones a Puerto Rosales, en la costa de la provincia de Buenos Aires.
Los exportadores también están en proceso de aumentar el envío de gas a Brasil por los viejos oleoductos que atraviesan Bolivia, pero el mercado de los países vecinos todavía es pequeño en comparación con los de Asia y Europa. Por eso, para aumentar realmente las exportaciones, Argentina está mirando más allá.
Ya hay varios proyectos en marcha, gracias a las exenciones impositivas y otros incentivos que Milei ha implementado para apoyar las grandes inversiones en infraestructura.
Junto con otras empresas, YPF actualmente construye un oleoducto para transportar 550.000 barriles diarios a Punta Colorada, donde un puerto de aguas profundas tendrá capacidad de recibir buques cisterna de mayor porte. La empresa también quiere enviar gas natural licuado (GNL) a Asia, donde se espera que la demanda de este combustible crezca al menos hasta la década de 2040.
El costo de la infraestructura de exportación que hace falta es inmenso: ronda los US$50.000 millones, pero YPF está más decidida que nunca y ha firmado un acuerdo para desarrollar esa infraestructura con el gigante petrolero británico Shell.
Horacio Marín, actual presidente de YPF, estuvo de gira por Asia en busca de órdenes de pedido, y el 21 de enero, tres empresas de la India dijeron que estaban interesadas en recibir envíos de petróleo argentino, pero hay dos factores que podrían hacer descarrilar el progreso de la Argentina, advierte Dreizzen.
En primer lugar, la próxima ola de producción de petróleo y gas en Estados Unidos puede hacer bajar los precios, lo que haría que los proyectos de GNL en particular sean menos rentables y dejaría a los productores argentinos con poco margen para competir.
En segundo lugar, si el país terminara sumido en otra crisis económica, los inversores extranjeros entrarían en pánico, y en ese caso, ampliar la infraestructura exportadora del país sería todavía más difícil.
Sacarle todo el jugo a Vaca Muerta no será fácil, pero la iniciativa ya está en proceso de transformar a la Argentina.
Traducción de Jaime Arrambide
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