La vida extrema de Hunter S. Thompson: su carta de despedida y el funeral que pagó Johnny DeppPor Matías Bauso
Poco antes de su muerte, Hunter S. Thompson encaró una gira promocional de su última publicación, un frondoso epistolario en varios tomos. Luego de una breve charla pública, le tocaba el tedio de atender una larga fila de lectores que querían que les firmara sus ejemplares. En una ciudad perdida del centro de Estados Unidos se paró frente a su escritorio un hombre con una gran bolsa de residuos y de allí empezó a extraer cada uno de los libros publicados por Hunter. El escritor empezó a gritar que a partir de ese momento sólo firmaría los ejemplares comprados en esa librería. El fan que tenía sus obras completas en la bolsa de residuos le pidió si al menos le podía firmar uno que era muy finito, de apenas 50 páginas, Mezcalito. La cara de Thompson se transformó. Le dijo que le firmaba todos y que le regalaba los tres tomos de las Cartas si le entregaba ese librito. El hombre se negó, sabía lo que tenía: una edición muy codiciada de la que sólo se habían publicado unos cientos de ejemplares. Hunter tironeó del libro, el hombre hizo lo mismo. Empezaron los gritos, los manotazos, Thompson enfurecido se tiró encima de su lector. De pronto sacó un arma de su abrigo y amenazó con disparar si no le entregaba el librito. La firma de libros se suspendió de inmediato.
El 20 de febrero de 2005, veinte años atrás, se suicidó Hunter S. Thompson, el periodista gonzo, el que escribió como nadie sobre los temas que todos transitaron. Hacía años que se había convertido en una leyenda. Su figura antecedía a su obra. Lo mejor lo había dado tres décadas atrás. Sin embargo cada frase de sus artículos es inconfundible, sólo pudo haber sido escrita por él. Fue periodista, escritor, gonzo, provocador desbocado, un personaje legendario y único.
Dejó una nota suicida: “La temporada de fútbol terminó: No más partidos. No más bombas. No habrá más caminatas. Se acabó la diversión. No más natación. 67. Eso es 17 años después de los 50. 17 más de lo que necesitaba o quería. Aburrido. Estoy siempre enojado. Nada de diversión. Para nadie. 67. Te estás poniendo codicioso. Hacete cargo de la edad que tenés. Relajate. Esto no va a doler”.
Esa tarde antes había hablado por teléfono con su esposa mientras jugueteaba con el gatillo del arma. Nimiedades. Algún tema doméstico, la columna que tenía que terminar para la web de ESPN, un nuevo dolor en su cuerpo maltrecho. Al cortar, tomó un papel que había escrito unas horas antes y lo puso en el centro del escritorio, para que fuera visto de inmediato. Luego, apretó el caño del arma contra su sien y disparó.
Un par de meses después de su suicidio se llevó a cabo su funeral. Respondía a un deseo que estaba perdido en una entrevista de 1978. En su casa de Colorado, más de trescientos invitados despidieron sus restos. Estaban Bill Murray, Jack Nicholson, Jann Wenner, Lyle Lovett y el senador John Kerry (su última apuesta política). También su esposa Anita, su hijo Juan, su nuera y su nieto. Las cenizas fueron disparadas hacia al cielo, a más de 100 metros de altura, desde una altísima torre-cañón construida para la ocasión que se coronaba con un puño cerrado, el símbolo del Freak Power. Unos impresionantes fuegos artificiales cubrieron el cielo. Cuando se silenciaron los estruendos y se apagó el cielo, los amigos y familiares se encontraron en un bar cerrado especialmente para la ocasión a brindar y a festejar por Hunter. De fondo sonaba una canción de Bob Dylan, Mr. Tambourine Man.
Las fastuosas exequias fueron pagadas por Johnny Depp. En uno de sus múltiples problemas judiciales de los últimos años, los ex managers del actor acusados por éste de malos manejos y fraude, expusieron sus persistentes gastos desmedidos a través de las décadas. Algunos ejemplos. Depp gastaba por mes 35.000 dólares en vino, 200.000 en aviones privados, 300.000 en sus 40 empleados fijos, 150.000 en seguridad. Además de comprarse un yate por 18 millones de dólares o perder cuatro millones más en un sello discográfico fallido.
Entre esos gastos aparecieron los tres millones de dólares con los que Johnny Depp financió el funeral de Thompson. “Es lo que él quería y se lo di”, dijo. Depp en persona seleccionó los fuegos artificiales que debían ser potentes y ruidosos cómo le gustaban al periodista.
La amistad entre ellos había nacido en 1994 cuando el joven actor, escapando del acoso de la prensa, llegó hasta Aspen. Una noche fue a la Woody Creek Tavern con la esperanza de cruzarse con Thompson, cuya obra admiraba: “Cerca de la medianoche, se abrió la puerta. Cuando entró, lo único que podía ver eran chispas que saltaban por todos lados. Y después vi que algunas personas se movían de un lado a otro, como para resguardarse, como si el mar se abriera. Y de pronto se escuchó una voz que les decía a todos que salieran de su camino. No hubo más chispas. Apareció frente a mí. Entonces el caballero sureño se acercó y me dijo que su nombre era Hunter, y me preguntó cómo estaba. Eso fue todo. Desde ese instante fuimos inseparables”. Un amor a primera vista dijeron después los protagonistas.
Hunter podía llamarlo a las 4 de la mañana para preguntarle si conocía el Síndrome de la Lengua Peluda o para recordarle una antigua leyenda india. En 1998, Johnny interpretó al alter ego de Hunter en Miedo y Asco en Las Vegas. Mientras se preparaba para el papel, rebuscando en los cajones de Thompson encontró un manuscrito que se titulaba Diarios de Ron y le exigió que lo publicara. Unos años después del suicidio del escritor, Johnny Depp llevó al cine el libro que él mismo descubrió.
¿Quién era Hunter S. Thompson? Creó (y ejerció) el Periodismo Gonzo. Un estilo que tuvo un solo exponente: él mismo. Un género unipersonal. Quienes lo quisieron copiar -fueron muchos- ni siquiera le hicieron sombra. Parecen malas parodias, caricaturas parkinsonianas, carbónicos deslucidos que ni siquiera saben que lo son. El bautismo le correspondió a un editor del Boston Globe, Bill Cardoso. “Esto es puro periodismo gonzo”, escribió sin saber quizás ni siquiera lo que quería decir ni que el apelativo se perpetuaría. Se entiende el sentido: lo de Hunter S. Thompson era único, no se podía comparar con nada.
Eran tiempos del Nuevo Periodismo. De Jimmy Breslin, Tom Wolfe, Gay Talese, Norman Mailer, Joan Didion. El uso de todas las herramientas narrativas posibles, de los recursos de la literatura, la posibilidad de abrevar en los diferentes puntos de vista. También había una tradición que gozaba de buena salud: el periodismo de participación. El reportero poniéndose a la par del protagonista, sintiendo lo mismo que él, ocupando su lugar. Ahí se destacaba George Plimpton que se había subido al ring con Archie Moore, había sido lanzador de béisbol o jugador de fútbol americano. Pero lo de Thompson no se parecía en nada. Ya no se trataba del uso de la primera persona. En el centro de la historia estaba él, su mirada, sus vicios, sus alucinaciones.
Llegaba a lugares -no sólo físicos- a los que nadie accedía.
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