La vida de Raquel Liberman, la mujer que se animó a denunciar a la mayor red de prostitución de la Argentina

El diálogo no está documentado, aunque son varios los historiadores que lo citan, y habría ocurrido en algún momento del martes 31 de diciembre de 1929 en una comisaría porteña.

-¿Está segura de lo que va a hacer? – preguntó el comisario.

-Estoy segura. Solamente se muere una vez – contestó la mujer.

El comisario se llamaba Julio Alsogaray y por entonces se había formado fama de incorruptible en su lucha contra la prostitución organizada. La mujer era una judía polaca de 29 años que sentía que ya no tenía nada que perder, que era una muerta en vida a la que poco le podía importar la muerte. Lo que sí está documentado en los archivos judiciales es la denuncia que esa mujer, Raquel Liberman, se atrevió a hacer ese día sin ningún reparo ni protección contra la red de trata más grande que existía en la Argentina, la Zwi Migdal, manejada por poderosos delincuentes judíos y protegida por políticos, funcionarios judiciales y policías mucho menos honestos que el comisario Alsogaray.

Raquel Liberman estaba decidida a presentar esa batalla aunque le costara la vida, una pelea tan desigual como la de David frente a Goliat o, si se busca una historia bíblica más ajustada a los hechos, la de Judith entregando su cuerpo para tener la posibilidad de degollar a Holofernes y así salvar a su pueblo, en este caso las miles de mujeres atrapadas en la red de Zwi Migdal. Y de alguna manera lo logró, porque su denuncia marcó el principio del fin de la organización de “trata de blancas” –como se decía por entonces– más extendida y rentable del país, con ganancias de más de 50 millones de dólares anuales extraídas de la explotación de cuerpos esclavizados.

Cuando Raquel hizo la denuncia, la Zwi Migdal llevaba décadas operando en la Argentina, con sede central en Buenos Aires, y tenía ramificaciones en Río de Janeiro, Ciudad de México, Nueva York, Montreal, Varsovia, Moscú, Londres, Berlín e, incluso, Shanghai. La manejaban judíos de origen mayormente polaco que reclutaban a sus víctimas en los países de Europa del Este utilizando engañosas propuestas laborales o matrimonios que las sacarían de la pobreza. En nuestro país se escondía detrás de la fachada de una supuesta organización solidaria, la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia.

La prostitución de jóvenes judías traídas de Europa del Este se había iniciado desde la misma llegada de la inmigración judía al país. a finales del siglo XIX, casi al mismo tiempo que la Jewish Colonization Association lograba fundar las primeras colonias judías en Entre Ríos. Era, además, una práctica conocida, al punto que la Asociación Judía para la Protección de Mujeres y Niños instaba a los miembros de la comunidad a no alquilar departamentos a los rufianes, porque eran una de las tantas maniobras que utilizaban para captar víctimas.

Los primeros antecedentes de la Zwi Migdal se remontan a 1889, cuando se formó el “Club de los 40″, un grupo de proxenetas judíos que unieron esfuerzos para darse apoyo mutuo, intercambiar información y compartir estrategias para eludir a las autoridades. Había organizaciones similares montadas por rufianes franceses, italianos, españoles y argentinos, pero ninguna tan grande como la que pronto se establecería detrás de la inocente máscara de la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia.

Durante los primeros años se reunían en las casas de sus socios. Su líder era Noé Trauman, quien en 1906 consiguió la personería jurídica de esa institución. Después de reclutar a sus víctimas, por lo general adolescentes de entre 13 y 16 años, en el este europeo, las subían a barcos para traerlas a Buenos Aires. Durante el viaje, las violaban, las golpeaban y las encerraban en jaulas. Una vez en el país, se las “remataba” entre los socios en “desfiles” que se realizaban en el café Parisien, de la avenida Alvear 3184, propiedad de Salomón Mittelstein y Achiel Mostowsky, y en el Hotel Palestina. El periodista Gustavo Germán González –que para la década del ‘20 era un joven cronista de la sección Policiales del diario Crítica, de Natalio Botana– logró entrar a uno de esos desfiles: “Las mujeres, traídas a veces con falsas promesas de matrimonio, eran exhibidas desnudas y vendidas al mejor postor”, describió.

La justicia y la impunidad

En esa época ya se había formado el primer enclave prostibulario en la Ciudad de Buenos Aires, delimitado por las calles Lavalle, Viamonte, Libertad y Talcahuano. La organización tenía sus burdeles sobre las calles Junín y Lavalle: se llamaban “El Chorizo”, “Las Esclavas”, “Gato Negro”, “Marita” y “Las Perras”, y allí las mujeres trabajaban de las 4 de la tarde a las 4 de la mañana. Era un trabajo a destajo: se las obligaba a atender a un mínimo de 600 clientes por semana. En varios de esos prostíbulos, durante diez años, estuvo sometida a trabajo esclavo una joven polaca llamada Raquel Liberman. No había llegado engañada, como la mayoría de sus “colegas”, sino para encontrarse con un marido que murió casi de inmediato.

Rokhl Lea Liberman nació el 10 de julio de 1900 en Berdichev –entonces Polonia, hoy Ucrania- en el seno de una familia pobre de toda pobreza. También pobre era Jaacov, el hombre con quien se casó muy joven y tuvo dos hijos. Para escapar de esa miseria, el hombre emigró a la Argentina en 1921 con la promesa de traer a su mujer y a los dos chicos apenas se estableciera. Jaacov contaba con la ayuda de su hermana Elke, llegada al país en 1910 como parte de la red de trata de “la Varsovia” y ya convertida en “madama” de un prostíbulo que Zwi Migdal había establecido en el pueblo rural de Tapalqué, provincia de Buenos Aires.

En la Argentina, Rokhl españolizó su nombre con el de Raquel, dispuesta a comenzar una vida nueva junto a Jaacov y sus dos hijos, pero esa vida no fue la que había soñado porque la muerte de su marido, en 1923, la dejó sola frente al mundo, porque la única ayuda que le ofreció su cuñada Elke fuera de cuidar a los chicos para que fuera a prostituirse en los burdeles de Zwi Migdal en Buenos Aires.

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