«La tragedia de los bomberitos», cuando el fuego y la irresponsabilidad se cobraron la vida de 25 jóvenes y niñosPor Daniel Cecchini
Es la mayor tragedia registrada en la historia de los bomberos en el país y una de las más grandes en todo el mundo. Ocurrió en Puerto Madryn, Chubut, el viernes 21 de enero de 1994, y les costó la vida a 25 jóvenes del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de esa ciudad, que murieron asfixiados al quedar atrapados en un incendio de pastizales cuyo fuego se convirtió de pronto en una pared ardiente e insalvable. El país entero se conmovió con esas muertes, en un episodio donde al dolor pronto se sumó el escándalo al saberse que entre las víctimas había once menores de edad, entre ellos tres niños de 11 y 12 años, llevados de manera irresponsable a combatir el fuego. Por eso al hecho se lo conoce como “la tragedia de los bomberitos”, a partir del cual surgió la prohibición de que menores de edad participen en el combate directo contra el fuego.
Hacía mucho calor ese viernes en Madryn y quienes no tenían que trabajar se habían volcado a sus playas, las mismas donde en 1865 desembarcaron los primeros colonos galeses llegados a bordo del velero Mimosa. Pasado el mediodía, a unos 15 kilómetros de la ciudad y cerca de la rotonda de acceso, un adolescente vio una gran columna de humo proveniente de un campo lindero a la ruta nacional 3, propiedad de Ana Gallastegui, y avisó a la policía.
Eran las 14:30 cuando desde la Seccional Primera llamaron al Cuartel de Bomberos. De inmediato partieron dos grupos para combatir el incendio. Uno estaba a cargo de Daniel Zárate, y el otro, de Cristian Meriño. Al llegar a la rotonda, los dos vehículos se adentraron unos 3.000 metros a campo traviesa hasta llegar a Puesto Gallastegui, una vieja construcción en desuso, y desde allí avanzaron a pie hacia las llamas, que se extendían peligrosamente devorando la seca vegetación de jarilla, piquillín, coirón, moyes y pequeños algarrobos.
Dos horas después se sumó un tercer grupo, que llegó en un tercer vehículo. Estaba al mando del suboficial principal José Luis Manchula, de 23 años, que ese día era quien tenía el cargo más alto en el cuartel porque el jefe, Ricardo Vera, había viajado a Rawson. En ese grupo había varios menores de edad, algunos de ellos niños, vestidos con overoles y botas de goma -incluso alguno calzaba ojotas-, un equipo inadecuado para combatir las llamas. Contaban con cinco radiotransmisores para comunicarse entre ellos y con los otros dos grupos.
Cuando llegó el tercer grupo, que caminó unos 400 metros en dirección oeste, la temperatura era 28,8 grados y la velocidad del viento había trepado a los 25 kilómetros por hora, un 36% más que en el momento del inicio del fuego. Por entonces, las llamas avanzaban a una velocidad de 6 kilómetros por hacia el oeste y a 3 kilómetros por hora en dirección sur.
Eran las 17:20 y el grupo de Manchula ya estaba combatiendo el fuego cuando el viento cambió bruscamente de dirección a una velocidad de 40 kilómetros por hora. Avivadas por esa fuerza, las llamas llegaron a seis metros de altura. Fue entonces cuando desde uno de los primeros grupos, el sargento Julio Laportilla comenzó a llamar a los demás por su radiotransmisor. De inmediato recibió la respuesta de Cristian Meriño, que le informó que podía ver al Puesto Gallastegui a unos 300 metros de distancia y que todos los integrantes de su grupo estaban bien. En cambio, nadie respondió desde el grupo que comandaba Manchula.
Unos cinco minutos más tarde, Laportilla volvió a usar su radiotransmisor para avisar que las llamas seguían creciendo por la velocidad del viento, pero tampoco recibió respuesta. Insistió una y otra vez hasta que, pasados otros diez minutos, escuchó la voz de Manchula, que pedía auxilio porque el fuego estaba cercando a su grupo. El reloj marcaba las 17:38 cuando Laportilla intentó llegar al lugar donde suponía que estaba el grupo de Manchula para auxiliarlos, pero las llamas se lo impidieron. Dos minutos después logró avanzar y llegó hasta una tranquera, pero no vio a nadie y debió retroceder para no quedar atrapado por el fuego. Después dirá que supuso que sus compañeros habían encontrado alguna vía de escape, ya fuera hacia el sur o hacia el oeste. Sin embargo, nadie respondía a sus llamados, entonces se comunicó con el Cuartel General y pidió que se hiciera sonar la sirena de alarma general.
Entre las 18 y las 18:15 los radiotransmisores captan varios pedidos de auxilio provenientes del grupo perdido. El último, según el informe pericial, de “probablemente la voz de un menor, que lo hacía con bastante desesperación”. Después, silencio total. Los integrantes del grupo de Manchula fueron declarados “desaparecidos”.
Fue una noche de tensión y desesperación en Puerto Madryn, con la población en vilo, angustiada por la suerte de los bomberos perdidos. Se temía lo peor, porque el silencio total dejaba poco lugar para la esperanza de encontrarlos con vida. El peor de los escenarios se confirmó a la mañana siguiente, alrededor de las 7:30, cuando una patrulla encontró, entre animales calcinados, algunos cascos, palas y los dos vehículos del grupo perdido -una autobomba y una camioneta- calcinados. Minutos después, los rescatistas se toparon con los primeros cadáveres y, con el correr de las horas, fueron sumando hasta sumar 25, la totalidad de los integrantes del grupo de Manchula. Las pericias determinaron después que todos habían muerto por asfixia, sofocados por el humo.
Eran José Manchula (23 años), Marcelo Miranda (11), Carlos Hegui (12), Cristian Zárate (14), Lorena Jones (15), Néstor Dancor (15), Juan Moccio (15), Paola Romero (17), Andrea López (15), Ramiro Cabrera (16), Juan Passerini (16), Alexis González (22), Andrea Borreda (18), Leandro Mangini (18), Enrique Rochón (19), Jesús Moya (20), Cristian Meriño (21), Daniel Araya (21), Gabriel Luna (21), Cristián Llambrún (21), Juan Zárate (22), Alicia Giúdice (22), Marcelo Cuello (23), Raúl Godoy (23) y Mauricio Arcajo (12).
Al mismo tiempo que se encontraban los primeros cadáveres, el jefe del Cuartel, Ricardo Vera, sobrevolaba la zona del desastre en una avioneta. Había vuelto desde Rawson la noche anterior, apenas le informaron que los bomberos habían desaparecido. Al ver desde el aire los cuerpos esparcidos sobre el terreno sufrió un ataque de nervios que lo descompensó y debió ser llevado de urgencia a un hospital de Puerto Madryn. Nunca volvió a hacerse cargo de la jefatura del Cuerpo de Bomberos Voluntarios.
La ciudad entera estuvo de luto. Los cuerpos de 23 de los jóvenes bomberos fueron velados la noche del sábado 22 en el Gimnasio Municipal de la ciudad. Las imágenes de esa noche muestran los féretros, uno junto al otro, como hermanados. Solo dos tuvieron velatorios separados, por decisión de sus familias: Ramiro Vera y el pequeño Marcelo Miranda. El domingo 23 a la tarde fueron trasladados al cementerio, acompañados por una caravana que se extendía por varias cuadras.
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