La primera promoción de una escuela del conurbano que hará un homenaje al fundador tras más de 50 añosPor Cindy Damestoy
La vida de 48 adolescentes cambió para siempre a fines de 1973, cuando se convirtieron en la primera promoción de la Escuela de Educación Secundaria Nº4, que hoy lleva el nombre de la cantante “Eladia Blazquez” en la localidad bonaerense de Gerli, partido de Avellaneda. Pasaron más de 50 años y los exalumnos se siguen reuniendo cada vez que pueden. En uno de esos encuentros se dieron cuenta de que la historia de la primera década de la institución que ellos vieron nacer no estaba contada, y que si no se encargaban de registrarla y darla a conocer, quedaría en el olvido. Así surgió la idea de homenajear al director y fundador, Manuel Francisco Torea, quien murió en 2002. Lograron el objetivo, y ahora se proponen contactar a las seis siguientes promociones para formar un centro de ex alumnos y recuperar los recuerdos de aquellos tiempos. Susana Torea, hija de Manuel, y también docente, charló con Infobae, junto a dos graduados del ‘73.
En marzo de 1969 se abrieron las puertas de la primera escuela de enseñanza media de Gerli. María y Daniel, ex estudiantes, recuerdan la hora exacta en que todo empezó. Eran las 17:20 cuando sonó el timbre y asistieron a clases. “Éramos 150 chicos repartidos en cuatro cursos, que sin saber estábamos haciendo historia”, cuenta la dupla. Antes de que Torea comenzara la gestión no había un edificio dónde impartir clases, y fue él quien habló con autoridades de distintas primarias de la zona, y a fuerza de perseverancia consiguió que la escuela N°37 cediera sus instalaciones luego de que finalizara el turno tarde. Cuando todas las aulas quedaban en silencio era el inicio de “la nocturna”, como le decían en ese entonces.
El primer gran desafío era que los alumnos no abandonen, porque dependía de ellos la continuidad educativa. “Sino completábamos el primer año no iba a poder crear el segundo, y así sucesivamente hasta llegar a quinto”, relatan los egresados de la mítica primera promoción. Entre risas recuerdan con mucho cariño las palabras de su director, que iba a buscarlos en persona cuando faltaban a clases. “Si alguno se rateaba, el señor Torea iba al cine en Avellanada, agarraba el parlante y nos decía: ‘Llegó la hora de volver a la escuela’, y nos explicaba con mucha dedicación y complicidad: ‘Chicos si ustedes no avanzan, no hay escuela, no abandonen porque si ustedes no llegan, no hay a quién enseñarle”, cuentan María y Daniel.
“Para mi papá ellos eran ‘sus muchachos’, porque fueron las valientes que empezaron sin conocimiento de nada, en una escuela nueva sin referencias, sin saber cómo iba a ser. Tanto para él como para ellos era un nuevo comienzo lleno de incertidumbres”, dice Susana, que además de ser la hija de Torea fue profesora de matemáticas de los ex graduados en su tercer año. Ella había terminado el magisterio en 1969, y trabajaba en una escuela primaria mientras culminaba el profesorado. “La vocación docente es tan grande y tan fuerte en mi familia que hoy todos somos docentes en diferentes áreas, desde mi abuela paterna, que era maestra, mi mamá que daba clases particulares cuando yo era chica, mi hermano fue preceptor, y actualmente incluso mis hijos también enseñan, cada uno desde su profesión”, detalla. Y proyecta con alegría: “Y van a seguir, esto no termina acá; la siguiente generación también va a tener algo de docencia seguramente”.
Para Susana fue un gran impacto recibir el llamado de los ex alumnos, quienes le transmitieron el deseo de brindarle reconocimiento póstumo a su padre. “Realmente uno nunca sabe qué huella deja en las personas, y estamos todos muy conmovidos porque realmente todos los que conocieron a mi papá tienen palabras muy lindas, porque era muy alegre, de disfrutar la vida, sin necesitar demasiado, simplemente disfrutar el estar vivo, y fue así hasta su último día, que llegó hasta casi sus 80 años”, dice con admiración. Su hermano Jorge tenía 10 años cuando se creó la escuela, y acompañaba a su padre en muchas misiones imposibles.
“El escenario principal que se necesitaba para los actos cuando llegamos era un depósito de trastos, con apenas dos luces blancas, y hubo que limpiarlo y pintarlo; pusimos dos pequeñas bombitas de colores y combinándolas parecía un teatro; el piano estaba inservible, desafinado y le faltaban cuerdas, pero papá lo hizo arreglar; tampoco había luces en el patio, y se pusieron; había que mejorar el timbre, reacondicionar la campana, y organizar un bufete de un día para el otro”, enumera Jorge sobre las tareas que emprendieron.
También se acuerda de todos los viajes que hicieron a La Plata para recorrer los sótanos del Ministerio de Educación, en búsqueda de máquinas de escribir usadas. “Algunas estaban rotas, pero había que ir a buscarlas a las afueras de la ciudad y esperar hasta el mediodía cuando los jefes no estaban en el depósito para pedir algún material antes de que lo tiraran -rememora-. Una noche rompieron la ventana que daba a la calle y se robaron las máquinas de escribir, así que nuevamente hubo que ir a la Plata y traer más máquinas rotas para repararlas”. Al mismo tiempo armaron el laboratorio de fisicoquímica de la escuela. Todo a pulmón.
“Ese empuje lo tuvo siempre, era de los que llegaban a la escuela antes del horario y se iba último, iba los sábados, a veces los domingos, y así fue como levantó la escuela de la nada”, asegura Susana. Los graduados fueron testigos de esa entrega, y siempre lamentaron que no hubiese ninguna mención al primer director en la historia de la institución. “No estaba reconocido, siendo el gran creador de todo esto, y nos propusimos la misión de que la dirección de la escuela lleve su nombre; nos reunimos con autoridades actuales y les gustó la idea, estuvieron de acuerdo y hoy podemos decir que lo logramos, como también hacer un retrato de Torea, que va a estar en un cuadro pintado a mano por una compañera, y será exhibido como muestra de nuestra gratitud y respeto”, indican María y Daniel.
Las anécdotas son muchas, y cada una demuestra que en esas aulas aprendieron mucho más que conceptos teóricos, y se llevaron lo que más atesoran: valores y calidad humana. “Una compañera quedó embarazada y en el último año tuvo que abandonar, pero al otro año Torea la mandó a llamar diciéndole que tenía que empezar a cursar quinto porque ya estaba anotada, que no le podía decir que no; y ella le dijo: ‘Pero es que el niño es chiquito, no voy a poder’, y él le respondió: ‘Usted venga con el nene que yo se lo cuido’, y así pudo terminar la escuela y tener su título”, revelan. Susana da fe de que muchas veces a su padre le contaban problemas personales, y él con mucha discreción buscaba la manera de solucionarlos, ayudarlos y acompañarlos para que no desistan.
Con sus colegas aplicaba el mismo humor, y cada vez que sonaba el timbre les anunciaba: “Señores profesores, los alumnos los esperan con los brazos abiertos”. Años después Susana supo que su papá tenía varios timbres distribuidos, uno en la dirección, otro en el pasillo y uno más en la sala de profesores. Entonces, sin que nadie se diera cuenta él se apoyaba en la pared y los hacía sonar en momentos estratégicos. “‘Señores profesores, una vez más el timbre confirma que los alumnos los esperan los brazos abiertos’, les decía, y ese era su ritual secreto; otra cosa que hacía era darle responsabilidad a los que más lío hacían, sobre todo en los actos escolares, que se ocuparan de los telones, los decorados, el sonido, los micrófonos, los parlantes, siempre los tenía trabajando y así salía todo perfecto”, manifiesta.
Daniel no se olvida de que el director tenía corbatas guardadas para los varones, en caso de que no se las pusieran. “Era un ser excepcional, que siempre estaba impecable, y una de las condiciones para entrar a la escuela era usar camisa, corbata y saco, y eso tenía que ver con que él nos decía que teníamos que ser ‘personas de ley’ en todos los ámbitos de la vida, y que la presencia era importante para determinados momentos”, expresa. Y Susana complementa aquel recuerdo: “Él había trabajado siempre en empresas importantes llevando la contabilidad, entonces decía que para las entrevistas de trabajo había que tener buena presencia, buena dicción, buenos modales, y eso es lo que trataba de transmitirles para que pudieran defenderse en todos los ámbitos de la vida”.
Mucho tuvo que ver la infancia de Torea, y su hija siente admiración por la forma en que salió adelante. “Mi papá nació el 7 de abril de 1923, tenía un hermano dos años mayor y una hermana siete años menor; y su padre, mi abuelo, era marino mercante, que en esa época sólo cobraban cuando estaban embarcados, sino estaban embarcados no tenían sueldo. Mi abuela tenía que mantener a los chicos y administrar muy bien cuando entraba plata, y logró que sus tres hijos fueran universitarios, con mucho sacrificio porque además viajaban solos largas distancias”, relata. Le inculcó el compañerismo y el cooperativismo solidario desde que era muy chica, con ejemplos concretos. “Formó un grupo con amigos que se dedicaron a ayudarse unos a otros: cuando alguien perdía el trabajo, otro lo llamaba para darle una mano, porque uno tenía una fábrica de pintura, otro tenía una empresa de transporte, y así hicieron toda la vida”, destaca.
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