Jane Austen y sus escritoras favoritas: quiénes fueron y por qué la historia las borró

Un día, la librera y experta en libros raros Rebecca Romney encontró una edición de Evelina de Frances Burney. Sabía quién era la autora, pero nunca la había leído. La curiosidad la llevó a investigar y descubrió que Jane Austen probablemente tomó el título de Orgullo y prejuicio de una frase de Cecilia, otra novela de Burney.

¿Cuántas más habían influenciado a Austen y habían sido olvidadas? La respuesta la encontró en cartas, manuscritos y novelas de la autora: además de Burney, estaban Ann Radcliffe, Charlotte Lennox, Hannah More, Charlotte Smith, Elizabeth Inchbald, Hester Thrale Piozzi y Maria Edgeworth.

Romney ―que se autodefine como la Sherlock Holmes de los vendedores de libros raros― buscó estudios sobre estas escritoras, pero no encontró gran cosa. La mayoría de los críticos simplemente afirmaban que no eran tan buenas como Austen. No le cerraba. “Si Austen amó estas novelas, algo tienen que tener”, pensó.

Se sumergió en sus páginas y lo confirmó: eran extraordinarias. Así nació Jane Austen’s Bookshelf (La estantería de Jane Austen), un libro que rescata a estas autoras, explora sus vidas y se pregunta por qué desaparecieron del canon literario.

Austen mencionó a estas escritoras en sus cartas y hasta en sus propias novelas. Burney, por ejemplo, fue una de sus referentes. Evelina (1778) marcó un antes y un después en la literatura inglesa, al combinar humor, crítica social y una narradora femenina con voz propia. En Cecilia (1782), Burney utilizó la expresión “pride and prejudice” (orgullo y prejuicio) en una de sus frases más memorables. Austen, que conocía bien la obra, tomó esas palabras y las convirtió en el título de su novela más famosa.

Pero Burney no fue la única. Ann Radcliffe, con su dominio de la novela gótica, influyó en Northanger Abbey, donde Austen parodia el género. Charlotte Lennox, autora de The Female Quixote (1752), le mostró cómo combinar ironía y aventura en una protagonista femenina. Hannah More y Elizabeth Inchbald, con su teatro y novelas morales, ayudaron a delinear la crítica social en su obra. Y Charlotte Smith, quien escribió desde la necesidad y el dolor, le enseñó cómo narrar la realidad de las mujeres con crudeza y belleza a la vez.

Las mujeres en la biblioteca de Austen no fueron escritoras comunes. Sobrevivieron a tiempos hostiles, enfrentaron abusos, desafiaron prejuicios y triunfaron en un mundo que no las quería como autoras. Burney soportó operaciones quirúrgicas sin anestesia y rechazó el acoso de hombres poderosos. Smith, casada a los 15 años con un marido abusivo, escribió novelas para mantener a sus hijos y denunció la injusticia de las leyes matrimoniales en los prólogos de sus libros.

Publicar siendo mujer en el siglo XVIII era peligroso. Muchas usaron seudónimos o publicaron anónimamente para evitar escándalos. La sociedad veía con malos ojos a las lectoras de novelas, a quienes consideraba moralmente corruptas. Si leer era cuestionable, escribir lo era aún más.

Estas mujeres no solo se atrevieron a hacerlo, sino que transformaron la literatura. Sin embargo, con el tiempo, la crítica las dejó de lado. ¿Por qué?

Las novelas de estas autoras retrataban una realidad brutal: en Inglaterra, una mujer casada no tenía derechos legales, políticos ni económicos. No podía poseer propiedades, no podía representarse a sí misma en la justicia y, si su marido lo decidía, podía encerrarla en un manicomio sin que nadie la defendiera. Ni siquiera sus hijos le pertenecían. Elegir mal al esposo podía ser una sentencia de por vida. En ese contexto, escribir sobre el cortejo no era frívolo: era hablar de supervivencia.

La historia de la novela de cortejo es la historia de la protesta femenina contra las leyes matrimoniales”, dijo Romney. Y tenía razón. En sus libros, estas escritoras advertían a sus lectoras: no se casen demasiado jóvenes, eviten a los hombres irresponsables, desconfíen de los libertinos.

Smith, por ejemplo, escribía con urgencia para proteger a sus hijos de su marido. En los prólogos de sus novelas, directamente denunciaba el sistema legal que la mantenía atada a un hombre que la maltrataba.

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