Fueron novios en la adolescencia y se reencontraron 35 años después para descubrir que nunca debieron separarsePor Cynthia Serebrinsky | AMORES REALES
¿Quién dijo que las segundas vueltas no son exitosas? Gracias a Dios, la vida empieza muchas veces. “Hoy, después de 40 años, puedo decir con certeza que nos encontramos de nuevo, cada uno con una historia de vida distinta, con experiencias que nos habían marcado de maneras diferentes. Y, sin embargo, ese amor de adolescentes que nunca se fue, siguió allí latente, esperando el momento perfecto para resurgir,” se desnuda Ángeles. Tal vez el destino vuelve a regalar oportunidades para probarnos que ahora sí (o no) estamos preparados. “Si la ves a ella ahora está exactamente igual”, se deshace Adrián por la mujer que tiene al lado: “¡En cambio yo cambié muchísimo!”, ríe humilde. Es que jamás se hubiera imaginado reencontrarse con su alma gemela. “A mí siempre me gustó Angelita, siempre, desde chica, desde los 14 años. Más allá de mi situación sentimental, cuando nos seguíamos viendo en algún cumpleaños tenía miedo de que ella se diera cuenta de que me seguía gustando, entonces era un tema saludarla y no mirarla. Nunca dejó de gustarme”, refuerza abriendo su corazón de par en par con una ternura que dan ganas de correr a abrazarlo.
Cuesta comprender por qué una persona no enamorada se queda en ese vínculo e insiste, pero aún así sucede mucho más de lo que el colectivo común admite. Y eso exactamente era lo que le pasaba a Ángeles en su agónico matrimonio de hacía 24 años. “Hoy viendo lo que es el amor –habla de su relación con Adrián–, me doy cuenta que nunca antes estuve enamorada, nunca. No sé, mi ex marido se desvivía por mí pero era todo un desastre, ni sexualmente, un desastre, todo un desastre, mal. De tener algo oscuro al lado mío, pasé a tener algo con otros valores, con más o menos la misma situación y muchas coincidencias. Lo anterior no fue amor ni por casualidad, en cambio acá fue un despertar en todo”. Claro, porque el amor real es luz, el resto electricidad.
Era el año 1985, en una Argentina donde el presidente Raúl Alfonsín anunciaba la creación del Plan Austral y en el mundo se inauguraba la primera conexión de Internet en un dominio .com, cuando comenzó esta historia. Adrián, con más de 18 años, y Ángeles, de apenas 14, estaban unidos por Gaby: primo de ella y mejor amigo de él, compañeros del ENET N 1 Gral Enrique Mosconi de Quilmes. “Con el Mono –como lo apodan a Adrián– éramos el agua y el aceite, o al menos eso pensaba todo el mundo”, introduce ella para mutar rotundamente a una expresión de enamorada y repetir con énfasis lo que se pregunta desde hace 40 años: “No sé qué tenía, ¡pero me encantaba! Lo veía y me pillaba encima de la emoción”, remata con gracia. Aunque eran de barrios vecinos –ella de Avellaneda y él de Bernal– se veían en las reuniones familiares de parte del primo, y en las vacaciones en el departamento de San Bernardo que tenían los tíos de Ángeles, donde se habían visto por primera vez. “Pasábamos el verano juntos porque mi primo llevaba a sus amigos de vacaciones y yo iba con mi tía y mis primas… Y me encantaba”, vuelve a destacar, estirando la “a” de la tercera sílaba, para que no queden dudas de su amor platónico: “Me había enamorado del amigo de mi primo, ¿viste? A los 14 años, ¡imaginate!” Y el “galán no enterado” se cuela en el presente para rememorar aquellos años: “Una cosa más: cuando veraneamos juntos dormíamos cinco en una combi y escuchábamos a Perales… ¡15 días seguidos escuchando Perales! Y es el día de hoy que con Angelita –como la llama él cariñosamente– nos sabemos todas las letras de las canciones”.
Lo más cómico es que aquella atracción adolescente, aunque ignorada por él, era un secreto a voces. “Incluso llevaba en mi firma la inicial de su apellido”, cuenta ella con la misma inocencia y emoción con que se atesoran esos primeros amores. Pasaron casi doce meses hasta que, a fines de marzo de 1986, alguien le contó al “susodicho” que Ángeles había decidido no esperar más. “Fui a un cumpleaños de 15 de una de las chicas que veraneaba en San Bernardo –con quien todavía se hablan–, y resulta que había invitado a todo el grupo de la Costa, a los que compartimos la playa. Y ahí le dije a otro amigo de mi primo: ‘Yo ya me cansé de esperarlo’”. Entonces, mientras de fondo en la pista sonaba un joven Charly García con “Rezo por vos”, el mensaje fue dado: “Chiquita ya no te espera más”.
La presión funcionó y, al otro día, Adrián despertó: “¡Te llamó el Mono!”, fue corriendo la hermana de Ángeles con una sonrisa de oreja a oreja, mientras le entregaba un papelito con la frase escrita a mano: “No podía creerlo. ¿Qué pasaba por mi cabeza a los 15 años? Ni yo lo sabía”, se cuestiona intentando entender su emoción primaria. Cierto que aquellas tecnologías de “teléfono fijo” hacían que tanto la espera como la sorpresa de un llamado fueran más valiosas.
Llamado de por medio, arreglaron para verse y empezaron a salir. “Él se acuerda de cada paso que dimos ese día de marzo de 1986, pero yo… quizás la emoción y los nervios me hicieron olvidar algunos detalles. Lo que sí recuerdo es que tuvimos un par de salidas y después vino mi primer beso: fue en Summum”, dice Ángeles, recordando la disco de Lavalle 653 en Quilmes a la que iban los domingos. “Fue algo raro, qué sé yo, pero lindo”, describe con timidez su sensación de besar y ser besada por primera vez en la vida. Y así pasaron unos meses de genuino romance adolescente: “Yo era chiquita, él estaba en la facultad. A veces salía y me venía a buscar a casa. Nos tomábamos el 17 o el 22 e íbamos a caminar por Santa Fe y Callao. Él se acuerda más cosas”, enumera ella con un salpicado de imágenes típicas de esas primeras veces que quedan impresas en la retina del corazón.
El noviazgo duró un otoño y un invierno. Y llegada la primavera, aquel “capricho imposible” de Ángeles, se convirtió en calabaza: “Estuvimos un tiempo pero yo como que me desenamoré, lo había conseguido y ya está, no sé…”, dice por lo bajo, medio con culpa medio con pena, hasta que por fin tiene un arranque que honestidad bruta: “Yo después ni pelota. Ya había sido, se me había ido el entusiasmo, ya no me gustaba nada”. ¿Será responsabilidad de la época? “Remontate hace 35 años atrás, esa diferencia de edad era una locura. Ella era una nena y yo estaba más maduro”, la rescata amorosamente Adrián de todo cargo y culpa. Entonces, se fueron “abriendo” hasta que de aquél amor platónico sólo quedaron lindos recuerdos. “Lo largué por teléfono”, cuenta ella con una risa nerviosa y recuerda que del otro lado del tubo se oyó: “Yo hubiese seguido saliendo toda la vida con vos”. Así, la campana de Adrián permaneció sonando en solitario –”Él se quedó re-enganchado”– por siempre. “Si bien estos 35 años nos habremos visto 10, 11, 12 veces –dice él como quien tiene anotado al detalle en un diario íntimo–, no había mucho diálogo. A mí me daba mucha vergüenza porque siempre, siempre me siguió gustando”, se abre él. “Nos veíamos en los cumpleaños de mi primo y le conocí a una novia de mucho tiempo; yo estaba con el que después fue mi marido. A él le daba vergüenza”, dice señalando a Adrián y se sincera categórica: “A mí ‘ni fu ni fa’”.
Pero como todo en la vida, el tiempo pasó: “Las circunstancias cambiaron para ambos. En 1997 me casé y al año se casó él. Y, aunque nuestras historias seguían en direcciones diferentes, continuamos cruzándonos una o dos veces al año”, narra Ángeles que andaba construyendo su propia familia, y fue madre de María. “Una vez nos encontramos en un shopping, yo embarazada de mi segundo hijo, Manuel, y él con su nueva pareja, también esperando al que sería su único hijo”, detalla una anécdota de hace 14 años. Aunque vivían ambos sobre Avenida Mitre, a 10 cuadras de distancia, no se cruzaron por años: “Me lo crucé una vez sola con su hijo, pero él no me vio porque yo iba manejando”.
Con el tiempo, los matrimonios de ambos empezaron a desmoronarse. “Un desastre…”, dice Ángeles para describir lo que era su unión anterior y repite la palabra que define el caos varias veces. “Yo creo que nunca estuve enamorada, creo que me casé para salir un poco de mi casa y porque mi ex marido era lo opuesto a lo que es mi familia, ¿entendés? Mi familia es súper estricta y ‘el otro’ era un tiro al aire”, dice ella usando el pronombre para referirse a su ex.

Y aunque suene a cliché, a veces las mejores personas llegan cuando uno menos se lo espera. “En medio del quilombo de recién separada, el 26 de enero de 2021, me escribe él. De la nada”, dice ella y no hace falta que lo nombre; sus ojos irradian felicidad. Fue en ese contexto, en medio de una separación tortuosa e interminable cuando Adrián, ya solo hacía años, vuelve a aparecer en la vida de Ángeles. “Llamó a mi primo por un tema cualquiera, cortó, y luego lo volvió a llamar. ‘Ya sé, me vas a preguntar por mi prima’, le dijo Gaby. Y lo próximo fue contactarme por Instagram”. La sorpresa fue mayor porque en ese momento en lo que menos pensaba Ángeles era en volver a tener una relación: “Mi proyecto era: me separo del que tengo y no me interesaba más que tomarme una copa de vino y mirar Netflix, nada más que eso. La vida sexual, estas cosas de amor, para mí era todo una pelotudez”, dice con su tono delicado. Aún así, respondió el mensaje.
Los chats se extendieron; las reacciones a las historias ayudaron y, aplauso va aplauso viene, volver a recordar los bellos tiempos hizo de las suyas. “Un día pasamos cuatro horas seguidas escribiéndonos. La confianza estaba intacta. Todo fluía, como si el tiempo nunca hubiese existido”. Mientras, Adrián continuaba postulándose al premio a la perseverancia: “Yo le decía: ‘Qué linda que estás; estás bárbara’, y ella me contaba de su separación. O sea que no veía que había onda”, cuenta divertido, hoy levantando el galardón.
Así, luego de darle al teclado y a la “parla” por casi dos meses, el 19 de marzo de 2021 quedaron en encontrarse para correr. “Mi intención, como no me tiraba mucha onda, era encontrarnos y charlar de la vida. No veía que podía existir algo más”, recuerda Adrián. Ni el mal tiempo los paró: “Aunque lloviznaba, caminamos en lugar de correr. Recuerdo claramente ese momento cuando lo vi. Fue como si el tiempo no hubiera pasado. Lo abracé porque el cariño era intacto, como cuando te encontrás con alguien del secundario que para vos el tiempo no pasó. Pero él no, un poco más distante, más seco”, cuenta ella. La caminata fue larga y, sobre todo, entretenida: “Nos contamos todo pero con una naturalidad, con una confianza y transparencia terrible, como podría charlar con una amiga. Fue algo mágico que pasó”. Aunque no todo fue tan color de rosa porque aparentemente Adrián ya no era el muchacho que Ángeles había cruzado casualmente hacía diez años en el centro comercial: “Cuando le miré su Instagram me quería morir porque antes era un pibe pelado, flaquito, sin barba, y cuando lo vi dije: ‘¿Este es el Mono?’. Estaba todo tatuado, todo trabado, todo lleno de cosas, gorra, nada que ver, no me gustaba para nada en el Instagram”, se sincera con la frescura que la caracteriza, hasta que por suerte cambia: “Después sí, ahora me encanta, además apenas lo vi era como estar con alguien que había estado hace una hora y pensá que habían pasado años que no lo veía”, sintetiza con palabras perfectas el embrujo del encuentro.
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