El día que el senador Miguel Pichetto le alertó a Cristina Kirchner que podían llevar presa a su hija Florencia
“El príncipe está con el ejército y tiene que dirigir a una multitud de soldados; entonces no tiene que preocuparse en absoluto de que lo llamen cruel, porque sin esa fama es imposible mantener a las tropas unidas y dispuestas para cualquier operación”.
Esta frase, que aparece en el libro «El Príncipe», de Nicolás Maquiavelo, publicado en el año 1513 durante el reinado de los Medici en Florencia, es una de las tantas que este filósofo y teórico italiano utilizó como consejo para quienes querían ejercer el poder, sin tapujos.
Ahora, un nuevo libro cuenta la historia de «El Príncipe» argentino, el ex senador y hoy diputado Miguel Ángel Pichetto, quien mostró sus dotes principescas para ejercer poder durante los tiempos presidenciales de Eduardo Duhalde, Carlos Saúl Menem, Néstor y Cristina Kirchner y Mauricio Macri.
Miguel Ángel Pichetto siempre fue un hombre de aceitado vínculo con la Justicia. En especial con la Federal, donde los tribunales de Comodoro Py albergan a los jueces encargados de investigar la corrupción de los funcionarios.
En “La Casa de Piedra” de Comodoro Py -el edificio que alberga también a los influyentes fiscales federales- hablan maravillas de Pichetto, quien congeniaba con la llamada “Banda Righi”, pues habían formado parte de la cátedra de Esteban Righi, por la que habían pasado Julián Ercolini, Ariel Lijo y Guillermo Montenegro, entre otros.
En el libro «El Príncipe» (publicado por Editorial Planeta), Pablo de León describe una historia singular, en el capítulo llamado «Cristina presa y la relación con la Justicia».
La pelea de Cristina con Bonadio
Pichetto conocía mucho al juez Claudio Bonadio. El magistrado había sido funcionario del menemismo, acompañando al ministro del Interior Carlos Corach en su paso por la Secretaría Legal y Técnica de Presidencia. Luego de ese paso por la función pública, Bonadio asumió como juez en 1994. Alguno se atrevió a llamar a esa promoción como la de “los cafeteros del peronismo ortodoxo”.
La amistad de Pichetto y Bonadio logró, con el tiempo, dar frutos. El senador transmitió -oportunamente- la inquietud de la presidenta Cristina Kirchner por la suerte judicial de cinco secretarios presidenciales, además de ella y de su marido, todos acusados de enriquecimiento ilícito.
Cuando estalla la causa Ciccone y Amado Boudou empieza a peregrinar por las escaleras de Tribunales, el jefe de los senadores peronistas acude a su juez amigo, a pesar de su inquina con el Vicepresidente: “Cristina, déjame hablar con Bonadío”, le sugirió. La mandataria dudó, pero cedió. “Ok, hablá”, le dijo consciente de su debilidad.
Pichetto se adelantaba y definía una estrategia para el caso de la imprenta de billetes. “Hay que ir por acá, por acá y por acá”, explicaba. Además, el senador volvía de las charlas con el juez Bonadio con un recado para Cristina: “Que cambie de abogado”, sugería el áspero magistrado. La referencia era sobre Carlos Beraldi, un penalista que defendía a CFK y que causaba irritación en Comodoro Py. Cristina nunca aceptó la sugerencia.
Tras esos movimientos de Pichetto, algo extraño sucede: Mariano Fulvio Bonadio, hijo del juez, observa que lo empiezan a seguir y a averiguar sus movimientos. Y luego, es acusado por el senador ultra K, Marcelo Fuentes, de presunto lavado de dinero a través de la productora musical MCL Records, propiedad del joven.
Allí comienzan las hostilidades. El juez Bonadio acelera las causas en sus manos y allana la inmobiliaria de Máximo Kirchner en Río Gallegos, por supuesto lavado de dinero en la causa Hotesur, la empresa hotelera de la familia pingüina. La respuesta de la familia presidencial no se demora. Otra vez por medio del senador oficialista Marcelo Fuentes, inician una causa contra el magistrado acusándolo de enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y abuso de autoridad por la participación accionaria de Bonadío en Mansue S. A., una firma que tenía la titularidad de una estación de servicio junto a su hermano.
Pero el punto de tensión máxima fue en 2017, cuando Claudio Bonadío dictó el procesamiento con prisión preventiva de Cristina Kirchner por “traición a la patria”, basada en la denuncia del fiscal Alberto Nisman por encubrimiento del atentado a la AMIA. Además, requirió su inminente desafuero al Senado de la Nación. Allí se rompe todo vínculo y Pichetto ya no puede continuar en diálogo con el juez. Sin embargo, desde entonces pesa sobre Pichetto la peor acusación: la de ser un «traidor» y «entregarlos» a manos del entonces presidente, Mauricio Macri, y Claudio Bonadío.
A pesar de eso, el Senado de la Nación nunca aceptó el desafuero de CFK. Ni siquiera cuando la Corte Suprema de la Nación confirmó por unanimidad la prisión preventiva de la ex Presidenta. Ante eso, Pichetto permaneció inamovible en su defensa en el recinto del Senado. “La pregunta es: ¿cuál es el riesgo de fuga respecto de la ex Presidenta? ¿A dónde va a ir la ex Presidenta? ¿Al África meridional?”, dijo Pichetto públicamente.
En secreto, su juramento era inalterable: “Mientras yo sea jefe de bloque, no se vota el desafuero de ningún Jefe de Estado ni un Presidente de la democracia debe ir preso…”, sostiene sin ruborizarse.
Pero un asunto quedó patente para siempre en la relación entre Pichetto y Fernández de Kirchner: el tema de Florencia, la hija menor de Cristina. Ella estaba incluida en las causas por las maniobras de lavado de los Kirchner que se investigaron en dos expedientes, y que tomaron el nombre de las dos empresas de la familia que se usaron para lavar dinero: Hotesur (que administraba hoteles) y Los Sauces, que es la inmobiliaria que alquilaba departamentos y cocheras.
La primera causa es más antigua, la investigó Bonadio y avanzó mucho en 2014, cuando Cristina aún era presidenta. El juez hizo unos allanamientos históricos en Río Gallegos y El Calafate con la entonces Policía Metropolitana, luego de los cuales terminó siendo desplazado para pasar a las manos del juez Julián Ercolini.
En abril de 2017, Bonadio procesó a Cristina, Máximo y Florencia, más sus contadores y otros allegados por asociación ilícita y lavado en el caso Los Sauces. Ese expediente terminó siendo unido al de Hotesur pues los acusados y las maniobras eran iguales, y realizadas por los mismos personales.
En los corrillos judiciales, se decía que la Justicia iría a fondo con los hijos Florencia y Máximo Kirchner, ambos participantes de las empresas familiares, lo que daba criterio a los magistrados actuantes de considerar la existencia de una asociación ilícita. El tema conmocionaba, incluso, al gobierno nacional de Mauricio Macri: ¿qué podría pasar en la calle si la ex Presidenta iba presa? El asunto ya era una cuestión de Estado.
El senador, entonces, se ocupó personalmente. Defendía, a capa y espada, que no había modo de comprobar que hubiera “asociación ilícita” en los delitos hoteleros de los Kirchner. Por eso, en virtud de sus estrechas relaciones judiciales, averiguó la gravedad de lo investigado. Luego de conversar con jueces de su amistad, citó a su amigo y mano derecha Jorge Franco, el hombre indicado para sus acciones de extrema confianza y garantía de una actuación con sigilo.
Pichetto miró a su fiel colaborador y le advirtió con una fría sentencia: “Hay un riesgo cierto de que la lleven presa a la piba”. La “Piba” era Florencia Kirchner, la hija de CFK y el eslabón más débil de la ecuación. Cristina había sido dos veces Presidenta, Máximo Kirchner era diputado nacional y tenía fueros. Florencia carecía de todo eso y mantenía una relación de tensión, facturas personales y culpas en la relación con su madre, en medio de la carencia de la figura paternal.
Pichetto no se involucró directamente para evitar una cita cara a cara con Cristina pero le pidió a Franco la gestión. El abogado amigo y ejecutante todoterreno armó una reunión con Wado de Pedro, abogado y operador judicial de CFK quien asistió con su hermano de la vida, Gerónimo Ustarroz, otro “jugador” del ámbito tribunalicio.
“Avisale a Cristina que la situación de su hija es complicada. Se la tienen que llevar, la tienen que sacar del país: puede ir presa”, le dijo Franco a un demudado Wado de Pedro. Cristina estaba, en esos tiempos, instalada en su departamento de Juncal y Uruguay, la vivienda histórica de los Kirchner en Recoleta. La ex Presidenta recibió allí a su delegado y sintió desvanecerse.
Sin dilaciones, la ex jefa de Estado ordenó a su hija preparar una valija y ambas partieron hacia Cuba, donde la doctora la ex Presidenta había entablado una relación fluida con el régimen político de los hermanos Castro y había logrado que la joven fuera alojada y atendida en una clínica exclusiva de la isla caribeña, con atención y dedicación total del régimen castrista para que la joven ordenara su salud.
Más allá de que no siguieron en contacto sino enfrentados políticamente, Cristina valoró siempre el gesto de Pichetto, compañero de tantas cruzadas que protegió a su ser más amado, Florencia, quien ya era madre de la pequeña Helena Vaca Narvaja Kirchner, concebida junto a Camilo Vaca Narvaja, cuyo padre fue uno de los fundadores de Montoneros.
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