Nuestras ciudades acaban de ser objeto de particulares fenómenos naturales. No hablamos de terremotos, tsunamis o tornados que, en general, consagran resultados devastadores a su paso. Se trató de inundaciones por lluvias y, por ende, sus potenciales efectos debieran formar parte de escenarios previsibles, evitables, superables. Pero eso no sucedió de tal modo.
Las tormentas produjeron pérdidas humanas y materiales de enorme cuantía y han puesto en evidencia -una vez más- la ausencia de estrategias de planeamiento y las penosas deficiencias de las redes de infraestructura urbana.
En el marco de un cambio climático planetario, que apostó a la recurrencia de fenómenos de similares características en la región pampeana, es tiempo de comenzar a reflexionar sobre las herramientas más apropiadas para anticiparse al próximo evento -de inminente llegada- en el que el agua suba sin preguntar.
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Es necesario actuar hoy mismo con eficiencia y celeridad, para evitar lo que el mítico cantante popular Piero planteaba en su canción La inundación, donde “todos dicen que hay que cuidar / al inundado que se inundó / pero se acuerdan que los parió / pa’ cuando el agua ya los tapó”.
En las últimas décadas, el desarrollo inmobiliario en las ciudades ha contribuido a impermeabilizar de manera extrema el suelo con edificaciones, sin atender la demanda de infraestructura necesaria para afrontar -por ejemplo- las lluvias intensas.
Este exponencial crecimiento urbano fue generado por impulsos especulativos del mercado, más que por la aplicación de políticas públicas que lo orienten. Y se ocupó de avanzar sobre cuencas de ríos y arroyos, sobre espacios verdes en los que antes drenaban las aguas y sobre los humedales, desactivando los ecosistemas de regulación hídrica.
Estos fenómenos naturales resultan ser absolutamente previsibles, pero sus efectos se han agudizado a partir de los procesos de antropización recientes. Para mitigarlos se torna impostergable que cada gobierno local asuma -en el interregno climatológico que se abre- un papel activo para planificar, coordinar y gestionar acciones de manera articulada con distintas jurisdicciones administrativas, con empresas prestadoras de servicios y con asociaciones y organizaciones civiles.
El plano simulatorio que mostraba el peligro del agua en 2012 y la reconstrucción de la ciudad
Desde esta perspectiva, hacia un escenario de tipo preventivo, se requieren adecuados sistemas de alarma temprana para informar a la población. Para afrontar el desarrollo potencial del evento es necesario realizar obras de infraestructura para el manejo de las aguas llovidas, respetar las condiciones topográficas del territorio y proteger sus cuencas inundables. Y para atender los efectos que genere, se deben establecer protocolos de socorro y de contención a las víctimas, articular los sistemas de emergencia y realizar campañas de concientización pública sobre cuidados a tener.
En consecuencia, debemos revisar los mecanismos con los que se construye la ciudad, de modo de planificar el crecimiento urbano en aquellas áreas mejor preparadas para recibirlo. Entonces, cual sorna tanguera, una oportunidad se nutre de la tragedia para detonar un acelerado proceso de toma de decisiones que permita concretar aquellas acciones que la sociedad declama. Para una ciudad aún en llagas, dolida y conmocionada, entre silencios cómplices, como siempre, tras la tragedia asoma una oportunidad.
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