Donald Trump, «Mar-a-Gaza» y el regreso de los emperadores


El desordenado anuncio de la Casa Blanca sobre un dialogo con Vladimir Putin para cerrar la guerra de agresión contra Ucrania, apartó de la atención la otra gran crisis en Oriente Medio donde la actual tregua logró sobrevivir, pero su futuro es cualquier cosa menos estable.

Recordemos que Hamas anunció que suspendía el proceso de entrega de rehenes con el argumento de violaciones del otro lado, que existieron, pero lo hizo para mostrar presencia y a caballo del espacio estratégico que le brindó el presidente Donald Trump con su propuesta de expulsar a los palestinos de Gaza y hacer allí un emprendimiento hotelero multimillonario, “Mar-a-Gaza”, como lo llamó con ingenio y pena un columnista israelí.

Sin embargo la banda terrorista no puede dejar morir el cese. Israel, por el momento, tampoco. Antes tiene que indagar cómo maniobrar en la trampa que le creó el magnate con su ocurrencia que celebran las minorías integristas del gobierno. Las negociaciones secretas salvaron el proceso con la liberación este sábado de tres cautivos, entre ellos Iair, uno de los hermanos israelo-argentinos Horn.

Trump, con el mismo tono frívolo que abordó la cuestión de Oriente Medio, reveló un dialogo con Putin supuestamente para “inmediatamente resolver la guerra”. Ayuda a comprender cómo viene esto un comentario que hizo en Bruselas el flamante jefe del Pentágono, el ex periodista de Fox News, Pete Hegseth, quien afirmó que “las realidades actuales impiden que EE.UU. se ocupe de Europa.

Enfatizó que la potencia debe enfocarse en defender sus fronteras y en China, “un competidor con capacidad y la intención de amenazar nuestra patria y los intereses nacionales en el Indo–Pacífico”. El señalamiento pareció ignorar la alianza que mantiene Rusia con la potencia asiática en un nuevo eje del Este global que agrega Norcorea e Irán.

Estrategias ingenuas

O quizá la Casa Blanca suponga que puede repetir la experiencia de Richard Nixon y Henry Kissinger en los ‘70 para separar a Beijing de la URSS, aprovechando la feroz batalla que entonces los dividía. Eso hoy no existe y beneficiar al Kremlin con Ucrania para atraerlo puede parece un paso ingenuo. Aún más grave, como señaló el ex asesor de seguridad nacional del primer gobierno de Trump, John Bolton, si China ve a EEUU. “sin voluntad de intervenir contra una agresión no provocada en el centro de Europa qué pensará sobre Taiwan!”.

La guerra en Ucrania no es un conflicto regional, es un choque de sistemas por eso el gobierno de Joe Biden y la OTAN le dieron una importancia central. Si Rusia sale ganando, se adelanta la República Popular y decae la influencia estadounidense. Pero quizá de eso trata la época.

Donald Trump con el rey jordano, Abdullah II, en la Casa Blanca, quien rechazó la propuesta de sacar a la población palestina de Gaza. Foto Xinhua

Volvamos a Oriente Medio y a algunas precisiones. Hamas es un grupo terrorista ultraislámico y pro iraní que nunca tuvo una conducción unificada, pero cuyos dirigentes coinciden en negar la Solución de Dos Estados que propone la creación de un Estado Palestino junto al de Israel para concluir esta crisis. En esa negación, que desprecia al gobierno de este pueblo en Ramallah, coinciden con los extremistas del lado israelí rudamente opuestos a esta salida que ha sido la doctrina histórica de EE.UU., la UE, la ONU y los países árabes.

Hamas, en cambio, propone la destrucción de Israel, una noción fascista y absurda postulada por los halcones iraníes que utilizan este litigio para preservar su poder e influencia regional. Sin la crisis de Oriente Medio el régimen autoritario de los ayatollah pierde cimientos de su sentido histórico.

A Hamas se lo define como ultraislámico porque no es genuinamente islámico, al igual que no lo eran el ISIS o Al Qaeda. El Corán, que es el referente de esta fe, prohíbe como alto pecado, haram, lastimar a benefactores de los musulmanes. Pero eso es lo que hicieron en la masacre del 7 de octubre de 2023 contra 1.200 judíos en su mayoría críticos del extremismo israelí y defensores de la causa palestina y que habían armado patrullas sanitarias para ayudar a curar a los niños o los ancianos de Gaza.

Posiblemente el error más grave de Israel haya sido fortalecer financieramente a esta banda, como ha denunciado el ex premier Ehud Barak, para dividir el campo palestino y de ese modo hacer inaplicable la solución de dos Estados. El siguiente error ha sido suponer que la guerra acabaría con Hamas.

El resultado del actual conflicto demuestra tras 15 meses de batalla la falla de esa visión, más allá de que el carácter arrasador de la ofensiva haya buscado hacer más factible la anexión de esos territorios. La única forma de eliminar a Hamas es política, modificando las razones que lo hacen posible, mejorando la calidad de vida de los habitantes de la Franja (y de Cisjordania) y fortaleciendo al Ejecutivo de Ramallah reconstituido.

Por eso es poco serio acusar de pro Hamas a los países que reconocen a ese gobierno o defienden la bandera palestina. Eso es lo que no quiere la banda terrorista, justamente. Las encuestas previas a este conflicto del Arabobarómetro mostraban el desprecio de la población de la Franja contra Hamas por la anarquía y maltrato de su régimen. También el rechazo al desgastado presidente Mahmoud Abbas, pero el respeto a una figura significativa en las cárceles de Israel, el líder de Al Fatah, Marwan Barghouti, considerado como un Mandela palestino por su supuesta capacidad para enderezar esta crisis.

Trump, en su reunión con Netanyahu, hizo exactamente lo contrario a esa salida al promover el desatino de una limpieza étnica de la Franja y tomar el territorio como si reinara en el siglo XVII antes de la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia. Una iniciativa rechazada por todo el universo árabe, como se lo acaba de señalar personalmente el rey jordano, Abdullah II, en la Casa Blanca, que además de disparar contra la anterior estrategia de Trump para un cese del fuego, constituye un regalo precioso para la banda terrorista que necesita legitimarse y ponerle límites a cualquier avance de sus rivales de Ramallah.

El reclamo del líder opositor israelí, Yair Lapid, para que se regrese inmediatamente a las negociaciones y salvar el acuerdo, sintetiza la visión de un sector importante del establishment de su país que, en un mundo de ciegos, entiende por dónde va la historia.

El antecedente argelino

Como le señala un diplomático a este cronista, Israel, salvando las enormes distancias, debería imitar a Charles de Gaulle cuando en 1962, para proteger la institucionalidad, prestigio y la influencia de Francia, decidió liberarse de Argelia y aceptar la autodeterminación de su mayoría musulmana, preservando los intereses estratégicos de su país en esa comarca. Un paso que ejecutó aun exponiendo su vida a la furia de sectores ultras de los pieds-noirs, los colonos franceses, que se negaban con extraordinaria violencia a comprender el tamaño de ese realismo.

Civiles palestinos regresando al norte de la Franja, en busca de sus hogares. Foto ReutersCiviles palestinos regresando al norte de la Franja, en busca de sus hogares. Foto Reuters

Es difícil evaluar la seriedad del sistema de decisión del líder republicano, pero Netanyahu es lo suficientemente hábil para comprender la inaplicabilidad de las propuestas exóticas de Trump. (Por cierto, nadie ha reparado en lo incómodo y chocante, por decir lo menos, que debería constituir proponer una solución de limpieza étnica, cualquiera sean sus características, frente a un dirigente judío).

Netanyahu, sin embargo, depende de los gestos extremos para sostener en pie su gobierno en el que sus socios integristas alucinan que Gaza se convertirá en una lejana provincia turística norteamericana sin palestinos… pobres. No solo Trump debería aprender de Kissinger quien al final de su vida, advertía sobre la inutilidad de los liderazgos coercitivos.

El problema de fondo de este presente es el desplome del orden internacional con el regreso de emperadores que niegan los límites y la legalidad, un defecto que se verifica ya en la irrupción de un nuevo derecho natural en el cual “los bienes del más débil y menos vigilante serán propiedad del mejor y del más fuerte”, como lo expresó Platón en boca de Hércules.

Es lo que hizo Putin en Ucrania, o hace el dictador ruandés Paul Kagame que con una guerrilla inventada, M23, devora una parte del Congo, un drama sangriento que se desliza lejos de las pantallas; también lo que pretende el régimen de Azerbaiyán cuando reduce a Armenia a una provincia de su territorio o el propio Trump buscando apropiarse no solo de Gaza, sino de Canadá, Groenlandia o el Canal de Panamá.

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