Donald, el artista que desafió a la adversidad: «Las dificultades me ayudaron a salir adelante»Por Andrea Taboada
A veces, un nombre contiene toda una historia. En este caso, Donald Clifton McCluskey, conocido simplemente como Donald, lleva en sí mismo un legado que trasciende generaciones. Es imposible pensar en la música popular argentina sin evocar aquel ritmo pegadizo de los años ‘70, cuando “Tiritando” explotaba en las discotecas y Donald se convertía en un símbolo indiscutible de una época vibrante. Pero su vida, como toda gran historia, es mucho más que una canción: es el testimonio de un artista incansable, un hombre de familia y un símbolo de resiliencia. En diálogo con Teleshow, el artista hace un repaso de su carrera y de su vida, en un día en el que presenta su libro Donald, un artista sin fecha de vencimiento, la obra que escribió junto a Diego Borinsky.
Corrían los años dorados de la música popular argentina. Las noches bullían de baile y alegría, y la voz de Donald encendía los parlantes. “Tiritando”, del Nono Pugliese, con su estilo fresco y pegadizo, se volvió omnipresente. Eran tiempos en que la televisión comenzaba a delinear un nuevo paradigma de éxito: el artista era visto y escuchado en todos los hogares. Donald comprendió rápidamente la magnitud de ese fenómeno y se subió a la ola con una naturalidad pasmosa. No era solo un intérprete; era una figura carismática, magnética.
Su talento lo llevó también a incursionar en el cine y la televisión, multiplicando su influencia cultural. En cada aparición, Donald consolidaba una presencia única en la escena nacional. Décadas después, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires reconocería su incansable labor al declararlo “Personalidad destacada de la cultura”. Sin embargo, la trayectoria de Donald no se limitó a las luces y los aplausos.
En el silencio de su vida privada, Donald guardaba una deuda moral con su madre: terminar sus estudios. Lo logró a los 53 años, cuando finalmente se recibió de abogado. Fue un acto de amor, disciplina y compromiso que resumía la esencia de su carácter. “Las promesas hay que cumplirlas”, diría luego, recordando esa victoria personal con una mezcla de orgullo y humildad.
Ese título, lejos de ser un simple pergamino, fue la prueba de que los sueños no tienen edad y que el éxito no se mide solo en aplausos. Para Donald, la vida siempre fue un equilibrio entre la luz de los escenarios y las sombras de los desafíos.
Detrás del artista vibrante había también un hombre enfrentado a momentos difíciles. Uno de los recuerdos más punzantes de su infancia ocurrió al regresar del colegio: “Nos quedamos en la calle. Perdimos una finca de 380 hectáreas en Alvear, Mendoza”. Así lo relata, con la crudeza de quien revive un golpe inesperado. “Tuve que salir con mamá a buscar un departamento de dos ambientes”. De aquella pérdida nació una lección de vida. Donald no se permitió caer. “Tomé el toro por las astas. No había tiempo para lamentarse”.
La adversidad, lejos de derrotarlo, lo fortaleció. En cada relato suyo late una filosofía simple pero poderosa: “Una vida no es solo éxitos. Es también fracasos. Las dificultades me enseñaron a salir adelante”, reflexiona en voz alta, en diálogo con este medio.
Ese espíritu guerrero lo acompañaría años después, cuando debió enfrentar públicamente el Párkinson, una enfermedad que no ha logrado arrebatarle la pasión por la música ni la conexión con su público. A pesar de las dificultades físicas, Donald sigue cantando, escribiendo y compartiendo su arte, porque sabe que lo suyo es “un oficio sin fecha de vencimiento”.
En su madurez, Donald descubrió una nueva manera de expresarse: la escritura. Comenzó publicando recuerdos y reflexiones en Facebook, casi como un ejercicio íntimo. Pero lo que empezó como un desahogo se transformó en un libro. “Descubrí que escribir me hacía bien”, confiesa con sinceridad.
Durante años, Donald evitó usar su nombre completo. Quizás porque sonaba ajeno, quizás porque prefería la simplicidad del nombre artístico que lo llevó a la cima. Pero hoy, con la serenidad que dan los años, lo dice con orgullo: Donald Clifton McCluskey. Porque aceptar ese nombre es aceptar toda su historia: sus raíces, sus luchas, sus triunfos y derrotas.
“Cuando percibiste los aplausos del triunfo, que suenen también las risas que provocaste con tus fracasos”, cita Donald, recordando una frase que lo marcó. Es, en esencia, el retrato de su vida: una sucesión de luces y sombras, de éxitos y tropiezos, siempre atravesados por una misma constante: la gratitud.
Hoy, su música sigue sonando en nuevas generaciones. Los videos que recibe de jóvenes bailando sus canciones le despiertan una emoción genuina. “No dejo de sorprenderme. Me encanta. Guardo todos esos videos. No soy capaz de borrarlos”, confiesa. Es la prueba viva de que el arte, cuando es auténtico, trasciende el tiempo.
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