Desconcertados ante el derrumbe del modelo, los alemanes buscarán en las urnas salir de una crisis existencial
BERLÍN.– Como un acorazado a la deriva en medio de un mar proceloso, Alemania –primera economía europea– enfrenta las cruciales elecciones del domingo en medio de un enorme desconcierto y sin una clara visión de los recursos que debe movilizar para salir de esta crisis que pone en peligro su destino.
Ninguno de los grandes partidos fue capaz, hasta ahora, de superar la actual incertidumbre creada por el derrumbe de un modelo que reposa en la excelencia de sus polos industriales históricos –automóvil, química, siderurgia y farmacia– y de proponer un rumbo claro para salir de la zona tormentosa que amenaza el futuro del país.
“La edad de oro del auto está terminada”, reconoce Danyal Bayaz, ministro de Finanzas del land de Bade-Wurtemberg, uno de los principales líderes del Partido Verde que codirigió la coalición tripartita que gobernó el país desde 2021 (junto con la socialdemocracia y los liberales). “Es hora de proponer nuevas soluciones para salir del círculo vicioso”, argumenta Stefan Bischoff. Ese doctor en física es el líder sindical del poderoso sindicato de la siderurgia en la fábrica de autopartes Bosch.
Como la mayoría de los alemanes, Bischoff no quiere ni oír hablar de las ideas que proponen desde hace décadas los dos grandes partidos que dominan la política desde el final de la Segunda Guerra Mundial: la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y los socialcristianos bávaros (CSU), que conforman el polo de la derecha conservadora, y el Partido Social Demócrata (SPD). El tercer componente habitual de las coaliciones de gobierno es el Partido Liberal (PL), que esta vez corre el riesgo de no reunir el mínimo de 5% de los votos necesarios para acceder al Bundestag (Parlamento).
Después de la ambiciosa modernización industrial y la reforma del mercado laboral promovidas por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder entre 2002 y 2005 en su Agenda 2010, los grandes partidos no cesan de proponer las mismas recetas: bajas de impuestos, reducciones de la burocracia y del gasto público o creación de un gravamen sobre las grandes fortunas. Pero no responden a las cuestiones económicas de la vida cotidiana que, según las encuestas, representan la primera preocupación de los electores.
Todos los temas aparecen en las plataformas de los grandes partidos para las elecciones del 23 de febrero, divulgados a mediados de diciembre, pero no responden a las aspiraciones de la sociedad. “Son programas preparados por tecnócratas que no tienen sangre ni alma”, interpreta Max Krahé, cofundador del círculo de reflexión Dezernat Zukunft.
Además del derrumbe de su modelo económico, Alemania también atraviesa una profunda crisis existencial, como un malestar metafísico agravado por el drama de la guerra en Ucrania, el peligro que representan las ambiciones rusas a mediano plazo y la perplejidad creada por la actitud de Donald Trump frente a Europa. Paralelamente, ni los políticos ni la sociedad fueron capaces de manejar psicológicamente la ola de inmigración que llegó al país a partir de 2015, fenómeno que creó una sensación de inseguridad acentuada por el terrorismo jihadista que azota al país.
Todo ese conjunto de “amenazas” favorecieron, en gran medida, la prosperidad de los partidos extremistas. Alternativa para Alemania (AfD), nostálgico del nazismo, el más favorecido por su antigüedad en la arena política y las injerencias externas que lo ayudaron a crecer hasta ocupar el segundo lugar en las encuestas: a dos días de la consulta, la AfD reúne el 21% de las intenciones de voto –casi el doble del caudal que obtuvo en 2021–, detrás de la alianza democristiana (32%) dirigida por Friedrich Merz, según sondeos publicado por el diario Berliner Zeitung.
El SPD, de Olaf Scholz, que dirigió el país en los últimos cuatro años, totaliza el 15,4%, mientras que los Verdes –que también integraron la coalición de gobierno– se mantienen en el 14%. La extrema izquierda de Die Linke, que alcanzaría entre 6% y 7%, no parece haber sido afectada por la escisión de una franja radical de su partido, encabezada por Sahra Wagenknecht, que formó una alianza bautizada con su nombre (BSW), pero sin lograr suscitar un gran entusiasmo popular.
El Partido Liberal Demócrata (FDP), de Christian Lindner, apenas cosecha el 4,2%, después de haber decepcionado a su electorado tradicional, formado por profesionales y sobre todo por el poderoso sector de las pymes, que produce más de la mitad del valor agregado, crea el 60% de los empleos y ofrece 82% de los puestos de aprendizaje.
La sensación de inseguridad que rodea esta elección favorece en gran medida las posibilidades de nuevo líder democristiano, considerado como un anti-Merkel, tanto por sus ideas como por su estilo. Aunque está lejos de ser un personaje frívolo, en menos de cuatro años logró recuperar a la democracia cristiana y postularse como un hombre capaz de timonear con autoridad el navío alemán en medio de la tormenta.
Los sondeos pronostican que su partido obtendrá 208 diputados en el Bundestag, suficiente para alcanzar la mayoría de 315 bancas en alianza con la social-democracia (113), los verdes (95) o formar con ambos una coalición de 415 escaños. En cualquiera de las hipótesis, los partidos del arco democrático no tendrían demasiados problemas para neutralizar el bloque de 142 diputados de la extrema derecha.
“Ganar no es imposible –admite Merz–. El problema será gobernar sin frustrar las expectativas de los alemanes”.
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