De la ansiedad a la curiosidad

Tenemos un instinto a buscar la certeza, sin embargo, nos toca vivir un contexto minado de eventos inesperados. Para ejemplo tomemos la última semana. La irrupción inesperada del jugador chino en el mundo de la IA, DeepSeek, volvió a cambiar las reglas de lo posible en la industria, desbloqueando posibilidades técnicas que hasta hace unas semanas se consideraban inalcanzables. Esto voló por los aires a las acciones de las empresas norteamericanas que quedaron paralizadas ante esta nuevo evento en la carrera de la IA mundial.

Nuestra supervivencia depende cada vez más de incluir a la incertidumbre como una variable presente más que de evitarla. ¿Qué nos dice la neurociencia de cómo manejamos la incertidumbre? Cuando la sentimos nuestro cerebro activa dos regiones clave. La amígdala, el centro emocional, que la trata como un potencial peligro. Libera entonces la hormona del estrés y prepara nuestro cuerpo para el peligro. Al mismo tiempo, la corteza prefrontal trata de analizar la situación y de planificar una respuesta lógica. Estas regiones no trabajan en solitario, sino que crean un diálogo entre las respuestas emocionales y las lógicas. Por eso, manejar la incertidumbre no se trata de suprimir las emociones en favor de la lógica, sino en coordinar ambas partes de nosotros para responder de manera más efectiva.

Tendemos entonces a caer en lo que se llama “parálisis por análisis”, porque queremos tener toda la información antes de actuar o caemos en el pensamiento binario donde solo vemos la mejor o la peor de los resultados sin todo el espectro de posibilidades del medio. El antídoto contra esta parálisis es desarrollar lo que la neurocientífica Anne-Laure Le Cunff nombra como un pensamiento experimental. Si logramos ver las situaciones inciertas ya no como problemas a resolver, sino como experimentos, el cambio mental tiene efectos profundos: se reduce la activación de la amígdala, la corteza prefrontal se involucra en exploración curiosa en vez de buscar responder a una amenaza y se crean nuevas conexiones neuronales que hacen a la incertidumbre más manejable con el tiempo. Este reencuadre y el deseo de sumergirnos en lo desconocido puede transformar la ansiedad que da la desconocido en curiosidad.

Mientras que la incertidumbre siempre estará allí y no podemos eliminarla, podemos desarrollar nuevas formas de lidiar con ella. Por ejemplo, nombrar a las emociones que provoca lo incierto, como la confusión o la preocupación o el miedo, nos permite manejarlas mejor. También conectar con otros que atraviesan incertidumbres similares, exponer las preocupaciones y posibles decisiones da nuevas perspectivas que surgen de la sabiduría colectiva. Y entender y adaptar la respuesta automática de nuestro cerebro para que juegue no en contra la incertidumbre, sino con ella. No lo subestimes, aunque prefiere lo conocido, tu cerebro está totalmente “equipado” para arreglárselas con lo que venga.

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