Con la excusa del feminismo, Milei retrocede al año 1856

La pena de muerte para la mujer se eliminó de hecho en 1856. Empezó con una dama que asesinó a su esposo en complicidad con su amante. La sociedad se apiadó de ella, decidió que no debía haber pena de muerte contra mujeres, sin que nadie denunciara ruptura del principio de igualdad.

169 años después, el presidente Milei anunció en Davos que “el feminismo radical es una distorsión del concepto de igualdad”. Su obediente ministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona prometió “eliminar la figura del femicidio del Código Penal Argentino. Porque esta administración defiende la igualdad ante la Ley consagrada en nuestra Constitución Nacional. Ninguna vida vale más que otra”.

Presidente y ministro parecen ignorar la historia del Derecho. La legislación universal ha venido avanzando en Occidente desde el siglo XVIII y en la Argentina desde mediados del XIX con el propósito de aumentar la protección a las personas más vulnerables, por edad, sexo, religión, ideología o nación de nacimiento sin que eso se considere distorsivo de la igualdad.

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Este largo camino tiene dos vías: aumentar el castigo a los que abusan de posiciones de fuerza (por eso el femicidio) y disminuir penas a los grupos más débiles. Entre éstos, las mujeres y los niños.

Doña Clorinda Sarracán

Se llamaba Clorinda Sarracán. Era una mujer de 25 años, casada y con tres hijos. Su esposo Jacobo Fiorini era retratista y pintor italiano, instalado en Buenos Aires desde 1829. De repente el hombre había desaparecido. Nadie lo veía desde el 10 de octubre de 1856.

Algunos empezaron a protestar; decían que la policía no investigaba la desaparición (como se ve, hay defectos que vienen muy de lejos). El 25 de octubre el diario La Tribuna publicó una denuncia de “Unos amigos del señor Fiorini”. El diario era urquicista y le encantaba clavar banderillas al gobierno porteñista.

El marido muerto había tenido una historia erótica con la madre de Clorinda, con lo cual el matrimonio podría ser nulo ‘por incesto’ «

Tales amigos del desaparecido daban a entender que pudo haber ocurrido algo macabro, acaso un asesinato. El juez Navarro Viola no tuvo más remedio que meterse en el caso. Se fue para la chacra de Don Fiorini, en Santos Lugares. Puso a investigar al comisario de Luján, a la policía. Encanaron peones inocentes, revovieron el avispero. ¡Y apareció el cadáver de Don Fiorini! ¿Dónde? Debajo de la basura, detrás de la casa. Es decir, al ladito del hogar conyugal.

El capataz de la chacra de los Fiorini era Crispín Gutiérrez, 23 años, repintón. El juez se avivó de que pudo haber un fato entre el bello empleado y la flamante viuda. Apenas lo apretaron un poquito -o sin que lo apretaran- Crispín confesó. “Yo maté a Fioroni». ¿Cómo? «A macetazo limpio le rompí la cabeza». ¿Cómplices? «Mi hermano Remigio y Doña Clorinda Sarracán de Fiorini”.

Todos fueron en cana. Los hermanos Gutiérrez, que no tenían una moneda, cayeron en el defensor de pobres y ausentes del Estado de Buenos Aires. La viuda asesina, contrató un figurón de los tribunales y de la política porteña, Carlos Tejedor.

El juicio

Los casos de homicidio concentraban la atención de la prensa y la sociedad tanto como hoy.

Los detalles del crimen ponen la piel de gallina. El pobre Fiorini sospecha que van a asesinarlo y se atrinchera en el altillo con una bayoneta. Pasa la mañana, la siesta, la tarde. A la caída del sol, Doña Clorinda sube y lo convence de que no pasa nada, que se saque de encima esa sospecha. Que baje desarmado y a seguir la vida. El pobre italiano obedece, se tira sobre el sofá. Al ratito lo atacan los hermanos Gutiérrez, le rompen la cabeza con macetas pesadas y hasta algún tiro.

Ahí la acusación fiscal asesta el golpe maestro: la esposa tiene relaciones con Crispín Gutiérrez. En esos días, la infidelidad era una agravante del uxoricidio, el asesinato del cónyuge. La pena de muerte parece inevitable. Pero la asesina no niega ni se abatata. Al revés. ¡Se les ríe en la cara, en medio del juicio!

Igualdad ante la ley: ¿significa otorgar ciertas prerrogativas a una minoría?

Ocurre lo impensado: “la ciudad entera, incluyendo sus más respetables matronas, se pone de parte de la homicida. Todos los argumentos resultan adecuados para salvar a Clorinda de la última pena y para atenuar sus culpas”, cuenta la historiadora María Sáenz Quesada.

¿Qué ha pasado? Durante las audiencias se va destejiendo la trama. El marido muerto había tenido una historia erótica con la madre de Clorinda, con lo cual el matrimonio podría ser nulo “por incesto”. Y a la pobre Clorinda parecen haberla obligado a casarse con alguien que le llevaba treinta años. La Iglesia había rechazado su pedido de divorcio (en esos días la autoridad eclesiástica se encargaba del registro de los casorios).

Conmovido por el cambio de humor social, el fiscal pide quince años en lugar de pena de muerte. En cambio, reclama ejecutar a los Gutiérrez. El juez no consiente: condena a Florinda a morir y colgar seis horas de la horca en Plaza de Mayo. El Superior Tribunal confirma la sentencia de muerte para el 2 de diciembre. Igualdad ante la ley.

Pesa en el ánimo popular el fusilamiento en 1848 de Camila O´Gorman, embarazada del cura (que también se apellidaba Gutiérrez, como los cómplices de Doña Clorinda)»

Ahí interviene la prensa: El Nacional, La Tribuna y El Orden inician una campaña contra la pena de muerte en general y contra su aplicación a mujeres en particular. La Tribuna de los hermanos Varela recoge siete mil firmas (casi el ocho por ciento de la población porteña). Se suman dos mil señoras encabezadas por las paquetísimas damas de la Sociedad de Beneficencia.

L´Émigration, de franceses republicanos, va más lejos: “Matar una mujer puede hacerlo la tiranía o las monarquías europeas, pero no la democracia argentina regenerada”.

Pesa en el ánimo popular el fusilamiento en 1848 de Camila O´Gorman, embarazada del cura (que también se apellidaba Gutiérrez, como los cómplices de Doña Clorinda). El mensaje: matar mujeres es actuar como Juan Manuel de Rosas.

Al final, Clorinda es condenada a quince años (la liberan a los doce). Fue un golpe demoledor a la moral victoriana. A partir de entonces, la pena de muerte se aplicó muy pocas veces, y a varones. Hubo que esperar sesenta años hasta que fuera eliminada totalmente por el Código Penal promulgado por el presidente Yrigoyen en 1921.

El camino de la clemencia y de la libertad sexual para la mujer arrancó en ese lejano 1856. ¿LLA nos querrá llevar a tres siglos atrás?

*Periodista y Presidente del Instituto Moreniano

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