Cambio demográfico y tecnológico: qué pasa cuando chocan los dos meteoritos más disruptivos
Los demógrafos debaten si la última vez ocurrió en el siglo XIV o hace mil años: con la “peste negra” en el primer caso o con una combinación de hambrunas y guerras en el anterior cambio de milenio. La duda en cuestión gira en torno a eventos muy poco frecuentes en la historia de la humanidad: cuando la población global de un año al otro disminuye en lugar de aumentar.
Desde esos dos eventos catastróficos que no se registraba lo que ahora se prevé para la segunda mitad de este siglo (y algunos creen que incluso sucederá antes, tal vez tan pronto como en 2040): que la población del planeta llegue a un máximo y empiece a decrecer. La diferencia con los casos anteriores es que se produjeron por un shock externo fuerte que, una vez que se atenuó, permitió volver a la tendencia secular de aumento de la población. Ahora los demógrafos están más desconcertados, porque el fenómeno tiene raíces más profundas y, por lo que se viene viendo, mucho más difíciles de revertir.
Se estima que ya dos tercios de la población mundial viven en países donde la tasa de natalidad está por debajo de 2,1, que es la que se considera que mantiene la cantidad de habitantes estable. Todos los países desarrollados (con la excepción de Israel) están por debajo de este parámetro. La gran novedad es que en la última década también las naciones de ingreso medios y bajos comenzaron a experimentar la misma tendencia, y a un ritmo todavía más acelerado que lo que sucedió en los lugares ricos.
En términos económicos, esto significa menos proporción de fuerza laboral, más presión sobre los esquemas de seguridad social y costos en salud por las nubes. Hasta ahora, todas las políticas que están implementando los gobiernos para revertir la baja de la natalidad vienen fracasando. En Corea del Sur, el país con el menor registro de natalidad del mundo (0,68), se probaron hasta los “cheques-bebé”: un subsidio directo de US$75.000 para las familias de recién nacidos. Y la mayor parte de las políticas gubernamentales ya se dirigen a buscar soluciones a este dilema: meses atrás una inversión estatal millonaria para un tren de alta velocidad se aprobó gracias a que promete la posibilidad de que parejas jóvenes que trabajan en la carísima (para vivir) Seúl puedan mudarse a los suburbios y tener más metros cuadrados para criar hijos. Nada de esto, no obstante, está revirtiendo la caída.
“Este derrumbe de las tasas de natalidad en todo el mundo llevará pronto a un mundo demográficamente dividido”, dice un ensayo publicado en The Lancet y financiado por la Fundación Gates. “Los países con población más adulta enfrentarán tensiones en el mercado laboral y problemas con la seguridad social. Los que tienen población más joven están en zonas de debilidad institucional y muy afectadas por el cambio climático. Es un mix difícil”, plantea.
Para muchos economistas, se trata del mayor desafío del siglo XXI. Hay una paradoja: de todas las megatransformaciones que estamos enfrentando, la demográfica es la más predecible, mucho más que la de la tecnología o la del cambio climático. Y sin embargo, nos preparamos muy poco –a nivel estatal, de empresas e incluso individual – para esta transición. José Fanelli, el economista del Cedes que sigue de cerca esta agenda, recuerda que hay quienes dicen que analizar las tendencias demográficas es como “ver crecer el pasto”, en el sentido de que tardan muchos años en moldearse. Esto quita incentivos a la acción, lo que el tecnólogo Marcelo Rinesi llama “el dilema de los problemas rápidos y lentos a la vez”: rápidos porque vamos a ver sus consecuencias en vida, lentos porque no generan incentivos a que una gestión presidencial de cuatro o seis años los ataque para capitalizar sus resultados. En economía se lo aborda como un “desequilibrio intertemporal”.
A mediados de enero, la experta en temas de género y demografía del King’s College de Londres Aice Evans publicó un largo ensayo (parte de un libro que se lanzará a mitad de año) en el cual analizó en detalle “el colapso mundial de estar en pareja y de la fertilidad”, que según la experta se da en todo el mundo. ¿Las hipótesis mas fuertes para explicarlo? Evans menciona en primer término dos: la “recesión de las relaciones” coincide fuertemente con el ascenso de los celulares inteligentes: “Las nuevas tecnologías mejoraron mucho la ‘infraestructura de la soledad’ y crearon una generación más ansiosa a nivel social”. El otro motivo es que internet hizo que aun en lugares pobres las mujeres hayan avanzado mucho más en su mindset que los varones en términos culturales y expectativas que más allá de casarse y tener hijos.
Dos semanas atrás, el tecnólogo y divulgador Kevin Kelly publicó un ensayo largo muy interesante sobre la intersección de los dos meteoritos de cambio más potentes de la actualidad (se puede discutir si en este podio también hay que agregar al cambio climático): el demográfico y el tecnológico, particularmente en lo que se refiere a la multiplicación inminente de “agentes” autónomos de IA y también de robots en empresas y hogares. Lo define como “el gran traspaso económico” (“The great hand off”) desde los “aquellos que nacen a aquellos que son construidos o programados”.
Aunque la mayor parte de los organismos internacionales creen que la población máxima de la Tierra se alcanzará en 2070 aproximadamente, Kelly sostiene que este momento podría adelantarse a 2040. “Es un agujero negro”, describe: de alguna manera prevalece la idea de que iremos a una población global que se estabilizará en un número inferior al actual, “más sustentable”, pero toda la evidencia indica que la reducción no tiene por qué frenarse, e incluso se puede acelerar.
“En un régimen completamente nuevo para la historia de la humanidad”, apunta Kelly, “todo el sistema capitalista tiene anclada su noción de progreso al crecimiento: de mercados, de trabajo, de capital, de todo”. Para el exeditor jefe de Wired, esta nueva economía sintética estará motorizada por “mentes artificiales, atención de máquinas, trabajo sintético, necesidades virtuales y deseos manufacturados”. La mayoría de los contenidos serán generados por avatares para otros avatares. Lo que el economista Robin Hanson, profesor de la Universidad George Mason y especialista en mercados de predicción y economía del comportamiento, llama “la era de los ems”: los ems son “emulaciones cerebrales”; no son IA sino copias de cerebros humanos que pueden desplegarse de manera digital.
“La productividad quedará para los robots; no debería haber ningún humano haciendo una tarea que signifique un desperdicio de su talento. Los humanos nos dedicaremos a cuestiones donde reina la ineficiencia: el arte, la exploración, la invención, juntarse con amigos, la aventura o las conversaciones casuales”, pronostica Kelly.
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