Cafetines de Buenos Aires: La Banca, el sitio de la City que estalló cuando Argentina llegó a la final del Mundial 90Por Carlos Cantini
La costumbre del café al paso o de parado se extendió por el microcentro porteño hasta que la pandemia de Covid-19 alteró las costumbres laborales. Digo “de parado” y no “de barra” porque hablo de cafés sin asientos fijos. En todo caso, éstos disponían de algunas pocas banquetas que en las horas pico eran corridas a un costado para atender la mayor afluencia de clientes. La pérdida de este hábito también produjo la casi extinción de una especie autóctona. Volveré sobre este punto más adelante.
¿Por qué le adjudico al brote de Covid-19 una influencia determinante para la sobrevida de este tipo de cafetines? Pues por la nueva modalidad del home office que despobló de trabajadores que ahora realizan tareas desde sus casas a zonas de oficinas como, por ejemplo, la City financiera.
Así me lo contó Esteban Desumvila, uno de los socios del café La Banca —hoy La Nueva Banca—, ubicado en la calle 25 de Mayo 376, frente al edificio de la Bolsa de Comercio, con quien volví a mantener una charla después de casi treinta años. Esteban —o el Colorado— me confirmó que la Bolsa prepandémica recibía 400 empleados diarios y que en la actualidad solo asisten 180. Este ejemplo es extensible a todos los edificios corporativos de los alrededores.
El café La Banca, del que queremos hablar en esta nota, ocupa la planta baja del edificio Lipsia. La firma Lipsia fue fundada en 1936 por el alemán Curt Berger. A comienzos del siglo XX, este inmigrante nacido en Leipzig, se dedicaba a la importación y representación de productos para la industria gráfica. Luego creó la empresa GRAFEX creadora de los célebres cuadernos Éxito y Gloria que todos los que tenemos más de 40 años hemos usado.
Cuando en 1931 la Municipalidad de Buenos Aires puso en funcionamiento el Plan Regulador y de Reformas de la Capital Federal —normativa que incluyó el ensanche de la calle Corrientes— Berger compró varios lotes para levantar un edificio de rentas que también sirviera de sede para su empresa. En total en el Lipsia se construyeron 350 unidades funcionales. El proyecto y dirección de los arquitectos Kronfuss y Zaigler cumplió con la estética y monumentalidad exigida a los desarrolladores para emprender sobre la nueva avenida. El edificio se extiende a lo largo de 75 metros de frente sobre Corrientes y 38 sobre 25 de Mayo.
Dentro de sus colosales dimensiones, el edificio alberga una leyenda tanguera. Se trata del tango “Y todo a media luz” que ubica la historia en Corrientes 348. La composición del porteño Edgardo Donato con letra del montevideano Carlos César Lenzi fue escrita en la Banda Oriental en 1925, luego de una soirée de gala en una mansión de Pocitos durante la que, en plena presentación de la orquesta, se les cortó la luz…
La propiedad de Curt Berger no se llevó puesto al bulín mencionado en el tango. La dirección “Corrientes 348, segundo piso ascensor” fue un recurso inventado por Lenzi para que su fácil localización atrajera a la masa milonguera de Buenos Aires y se convirtiera en un éxito de ventas. Objetivo alcanzado cuando lo grabó Carlos Gardel. El recuerdo de este famoso tango comparte la edificación que aloja al café La Banca.
Fui parroquiano de rigor en La Banca por una década, durante todos los días laborables entre 1985 y 1994. La empresa productora de pasta celulósica que me empleaba tenía sus oficinas, vaya coincidencia, en el edificio de la Bolsa de Comercio. Luego mudó hacia la Plaza de Mayo y mi nuevo templo cafetero pasó a ser La Puerto Rico.
En esos años febriles conocí a Esteban Desumvila. Era un joven coloradito empleado del café. La Banca había sido fundada en 1957 por los hermanos Celestino, Antonio y José Menéndez. Treinta años más tarde, entre envejecidos y fallecidos, el café cambió de manos. La Banca era un hervidero de informaciones. Dimes y diretes que llevaban y traían operadores de bolsa, cueveros y cadetes.
Pasé —pasamos todos, en verdad— en La Banca el deshilachado e hiperinflacionario final del gobierno alfonsinista y el repentino freno de mano que impuso el Plan Cavallo, seguido del desguace estatal menemista. La barra, con forma de U, se completaba cada mañana antes de la apertura de la “rueda” con empleados que iban por un café o cortado y eran seducidos por el inconfundible aroma a tostado de jamón y queso.
A la hora del almuerzo el local estallaba. Se formaban dobles y hasta triples filas de consumidores. Pedir un café, y lograr ser escuchado, exigía gritarlo con la bronca con que Miguel Cantilo vociferaba su famosa Marcha. En La Banca solo se leían diarios financieros y mercantiles. La Biblia era el Ámbito Financiero. En épocas sin telefonía celular, redes sociales ni canales de noticias, la publicación que dirigía Julio Ramos era la Tabla de los Diez Mandamientos.
En la charla el Colorado me recordó a Coco, el numismático de la vuelta, que tenía un local sobre Corrientes, justo al final del Lipsia. Todas las mañanas, a las 8, Coco desayunaba un granizado de café que contenía: café frío, un chorrito de cognac Boussac, azúcar y hielo molido. Y acto seguido se tomaba un yogurt La Vascongada.
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