Adaptación al jardín: entre el desafío de acompañar y el jaque a la rutina familiarPor Alfredo Dillon

La primera semana una hora, la segunda dos, la tercera –tal vez– horario completo… La vuelta a clases plantea un desafío particular en el jardín de infantes, donde las familias deben acompañar a sus hijos en el “período de inicio” –la famosa “adaptación”–: una etapa en la que los chicos entran más tarde o salen más temprano y van aumentando progresivamente el horario, en función de cómo está cada niño y cada grupo.

Para las familias, esos horarios reducidos y cambiantes pueden representar un verdadero rompecabezas. Muchos padres cuestionan el período de adaptación: se quejan de que les resulta imposible acomodar sus rutinas laborales, o de que su hijo entra feliz a la sala pero igual debe hacer horario reducido. Es que la duración y modalidad del “período de inicio” es flexible y se suele ajustar sobre la marcha, según lo que van observando las maestras.

Hay países donde este período no existe, hay jardines maternales y jardines de infantes que no lo aplican. Entonces: ¿qué sentido tienen esos días de adaptación? ¿Por qué existen solo en el nivel inicial? Más allá de las complicaciones logísticas, ¿cuál es el rol de la familia en este proceso? Infobae consultó a distintos especialistas para indagar en estas cuestiones.

Los especialistas señalan que la “adaptación” marca un tiempo clave para construir confianza y asegurar el bienestar necesario para que los chicos puedan aprender. “Es un proceso muy importante para los chicos porque, generalmente, implica la primera separación de la familia. Es un momento en que los chicos empiezan a construir confianza en la institución y en los adultos, sus maestros, y empiezan también a conocer a sus compañeritos”, afirma Ana Malajovich, profesora e investigadora de la UBA y especialista en didáctica del nivel inicial.

“El significado principal de este período es iniciar un tejido, una trama de vínculo con las comunidades que todavía no han llegado al jardín, que permita sostener durante todo el ciclo lectivo el cuidado y la enseñanza”, define Patricia Redondo, doctora en Educación, experta en nivel inicial y exdirectora de Nivel Inicial de la Provincia de Buenos Aires.

Redondo piensa la adaptación como un tiempo de hacer puente, un ritual de pasaje del ámbito familiar y doméstico a la esfera pública: “Los jardines de infantes representan el primer espacio público de inscripción de las niñas y los niños en la vida social”, afirma. Por eso, explica, la separación de las familias “no tiene que ser traumática sino pausada, gradual, acordada, de manera que los niños lleguen en el momento oportuno a despedirse de sus familias con amorosidad, con la absoluta tranquilidad de que volverán a buscarlos”.

Es una etapa de separación, pero también de encuentro. “Es un tiempo de separarse de la familia, del hogar, de las actividades cotidianas, de las rutinas de casa. También es un tiempo de encontrarse con otras personas, otro lugar y otras rutinas”, señala Gabriela Fairstein, especialista en educación para la primera infancia, profesora de la UBA y FLACSO.

En un sentido amplio, el “período de inicio” comienza cuando las familias visitan por primera vez el jardín donde van a inscribir a sus hijos, recorren el espacio y conversan con los directivos. Abarca también las entrevistas iniciales con las maestras y las reuniones grupales en las que se empieza a conocer a los otros padres y a compartir expectativas y ansiedades sobre lo que viene.

Empezadas las clases, las estrategias que se ponen en juego en este período varían. Más allá de implementar horarios más cortos, algunas maestras optan por modificar la organización de la sala y dividir a los niños en subgrupos, o utilizan temporalmente otros espacios para facilitar la adaptación. En algunos casos, si un chico tiene dificultades para separarse de su mamá, se suele sugerir que lo acompañe otro familiar con quien la despedida resulte más fácil.

El rol de las familias

Citando a Melina Furman, Fairstein plantea que los rituales permiten “darle textura al tiempo”. De eso se trata, también, este período: “Es un tiempo para ir instaurando pequeños rituales que nos dan seguridad, sobre todo en la primera infancia. ¿Por qué? Porque nos permiten predecir lo que va a pasar, saber que después de tal momento viene tal otro. Esto ordena la experiencia y también tiene que ver con la construcción del aparato psíquico”.

“Las actividades que tienen lugar durante el periodo de inicio apuntan a afianzar el vínculo, a generar cierta pertenencia, a crear las condiciones para que se despliegue luego un trabajo pedagógico apoyado en esa confianza. Se trata también de un momento en el que, desde el lugar de docente, se observa detenidamente a cada uno de los integrantes del grupo, se toman muchas notas, se atiende a los emergentes que darán lugar a ideas para desarrollar luego proyectos pedagógicos apropiados para cada grupo”, describe Daniel Brailovsky, profesor e investigador de la UNIPE y del profesorado Sara Eccleston.

Desde el punto de vista psicológico, las marcas de esa primera separación y de esos primeros encuentros pueden moldear vínculos futuros, señalan algunas especialistas. “El modelo subjetivo que construyen en estas primeras experiencias de separación familiar es una huella que queda en la historia de vida de los chicos, y que se va a repetir frente a cada nuevo comienzo que deban afrontar, tanto en su vida escolar como en la personal y laboral”, plantea Malajovich. En otras palabras: transitar estas primeras experiencias con seguridad y confianza puede sentar las bases para que esa seguridad acompañe a los chicos en experiencias posteriores.

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