Ocho horas y un rescate de película: el jubilado que salvó a sus suegros de morir ahogados en Bahía BlancaPor Florencia Illbele
Eduardo Galindo (63) y Mónica Serrat (60) llevan juntos más de cuatro décadas. Se conocieron en Bahía Blanca en el pasillo que separaba la casa de él (donde viven actualmente) del departamento de ella (donde hoy residen sus padres, Nélida y Antonio, de 79 y 85 años). Hace poco más de diez días, las paredes de ese pasillo, el mismo donde cruzaron miradas por primera vez, se vinieron abajo durante el temporal que azotó la ciudad y que dejó 16 personas muertas. Este lunes, en medio de la alerta amarilla por tormentas fuertes, el matrimonio decidió quedarse en su casa. Pasaron la tarde ahí, aunque con cierta contradicción: “Igual ya está. Ya perdimos todo”, dicen a Infobae.
Eduardo y Mónica son jubilados. Él trabajó toda la vida como petrolero; ella como docente de Matemática y Ciencias Sociales en la Escuela Secundaria N° 12. El viernes 7 de marzo amanecieron con un llamado: la mujer que cuida a los padres de Mónica les avisaba que no iba a poder llegar porque la lluvia le impedía salir de su casa. “No te preocupes, cuando pare de llover te paso a buscar”, le respondió ella, sin imaginar que, en cuestión de horas, el agua lo arrasaría todo.
Poco después, desde su casa ubicada en Sarmiento 807, la pareja empezó a ver cómo la calle se transformaba en un torrente. “Cada vez que pasaba un auto, el comedor se llenaba de agua”, describe Mónica. Mientras ella trataba de contactarse con personal de Defensa Civil y de Vialidad, su marido intentaba cortar el tránsito para frenar la inundación, hasta que entendió que no lo lograría porque la boca de alcantarilla estaba tapada.
“A partir de ese momento, el agua comenzó a subir cada vez con más fuerza. De pronto sentimos un golpe: la heladera se había caído en la cocina”, recuerda Mónica. En medio de la desesperación, Eduardo dice que intentó en rescatar el equipo de música, desenchufarlo, y subirlo a algún mueble. “Mirá lo que quise salvar. Era imposible, tenía dos millones de cables”, dice ahora.
Para las 8.30 el agua había alcanzado un metro y medio de altura. Preocupada por sus padres, Mónica quiso ir a avisarles que subiría al techo, “solo por un rato”, y que cuando terminara de llover les llevaría el desayuno. Pero cuando intentó cruzar el pasillo que la conectaba con el departamento de los ancianos, la presión de la corriente no le permitió abrir la puerta.
“Ahí, el agua ya nos llegaba a las axilas. Le dije: ‘Moni, vamos al techo ya, nos vamos a ahogar’”, cuenta Eduardo. “Así que agarré una escalera y subimos. El techo es plano. Nos refugiamos abajo del tanque de agua, muertos de frío y en pijama”, agrega.
Desde allí, vieron cómo colapsaban dos paredes de uno de los departamentos traseros (no el de los padres de Mónica), además de una medianera y parte del pasillo. Ante el panorama, desolador, una vecina les propuso caminar por los techos en busca de refugio.
Finalmente, lograron entrar al edificio del Sindicato de Televisión, ubicado al lado de la casa de Mónica y Eduardo, tras romper un vidrio. Desde allí, ella pedía ayuda a cada rescatista que pasaba: “Por favor, busquen a mis papás”, suplicaba. “También les gritábamos a mis viejos, pero no nos contestaban. Realmente, los dábamos por muertos”, asegura.
Pasadas las 14, “cuando la lluvia aflojó”, Eduardo cuenta que decidió acercarse al domicilio de sus suegros y hacer un último intento para verificar si seguían con vida. “¡Pocho!”, gritó desde el techo. Pero, a diferencia de las veces anteriores, esta vez Pocho le contestó. “Sí, ¿qué pasa?”, le dijo. “Imaginate nuestra alegría: empezamos a festejar. No podíamos creerlo”, recuerda.

Para las 16.30, ocho horas después de haber subido al techo, llegó personal del Ejército y de la Policía. “Como el pasillo estaba derrumbado, no pudieron usar camillas, así que improvisaron con una puerta. Al final, los levantaron en brazos y los sacaron con una pala mecánica”, relata Mónica. Desde allí, los trasladaron al Dow Center, donde funcionaba un centro de evacuación: “Papá llegó pálido y mamá violeta por la hipotermia. Pero les dieron algo caliente para tomar y se recompusieron. Ni siquiera se resfriaron”.
El departamento de Nélida y Antonio, donde Mónica se crió, quedó inhabitable. El parquet se levantó, las paredes de machimbre se deformaron y los electrodomésticos se arruinaron. Lo mismo ocurrió con su casa: perdieron ropa, muebles y, lo que más le dolió a Mónica, los recuerdos.
“En el garaje tenía un placard con todo lo que me había quedado de mi tarea docente: libros, las listas de mis alumnos y hasta cuadernos de mi hija. Perdí todo. El agua no nos llevó la vida, pero sí la historia”, lamenta. Hace una pausa y agrega: “Imagínate las veces que hablé de catástrofes naturales en la escuela y ahora me tocó vivirla”.
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