La crueldad como política pública

Es posible que décadas de cierto desamparo moral hayan sembrado cuotas grandes de impudicia en nuestro sistema político y adornaron con pringosas manchas la cultura ciudadana.

Entonces no es solo que cierta corrupción desde arriba logra manejar voluntades que están en escalas por debajo y mucho menos que esto solo se logre con expresiones mediáticas que fuerzan para su conveniencia informaciones, ficciones y opinión de cierta calificación. No, la desaseada realidad impera en toda nuestra comunidad nacional.

Vivimos en un orden social e institucional donde se cuecen malas habas por todos lados.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Por eso, episodios como los ocurridos durante la marcha de los jubilados no soliviantan en mayores dimensiones a los argentinos. Por eso, la vulgaridad y violencia del lenguaje presidencial pasa como si nada. O como casi nada.

“Los buenos son los de azul y los hijos de puta que rompen autos son los malos” dice Milei, luego de afirmar que quienes marcharon con los jubilados “impulsaban un golpe de Estado”.

Los jubilados en Argentina: olvido, miseria y manipulación

¿Vamos a esperar que algún fanático libertario, que los hay sin duda, mate a quien considere un hijo de puta y se sienta avalado por las frases violentas del presidente?

O ¿no es posible que algún ciudadano “de bien” estime necesario matar a un “golpista”? o al menos castigarlo físicamente y lo haga por su cuenta y en virtud de que las palabras del presidente, avalan esa posibilidad.

Un proyectil fue la granada de gas que le rompió la cabeza al fotógrafo y compañero Pablo Grillo, ante lo cual la diputada LLA Lemoine justificó con la rastrera frase de “para hacer un omelette es preciso romper algunos huevos” pero también son proyectiles las palabras vulgares, peligrosas, amenazante y mentirosas que Milei y sus ministros arrojan día a día con la irresponsabilidad de sentirse impunes. “Vinieron preparados para matar” dice Bullrich, y tranquilamente un seguidor de LLA que cree en las palabras de sus dirigentes, va a defenderse de la posibilidad que lo maten, aunque para eso deba atacar físicamente a un jubilado o un militante político.

Las mentiras construyen realidades fácticas. En boca de un presidente y de una ministra, estas frases habilitan que haya argentinos que confiando en la jerarquía de quienes afirman eso, intenten evitar supuestos asesinatos y golpes de estado, con violencia física contra quienes se acusa de impulsarlos.

Es muy peligroso el manejo burdo y mentiroso de la lengua. Llamar asesinos y golpistas a opositores políticos es usual en dictaduras y en gobiernos autoritarios, represivos e intolerantes. En países con democracias defectuosas. Y está ocurriendo en Argentina.

Obviamente estamos ante el peligro de un presidente violento. La vulgaridad ya es lo de menos. En la marcha de los jubilados, los q quemaron autos eran «los de azul», claro q con otra ropa.

Milei agradeció a Patricia Bullrich por sostener “los valores de la República” tras los incidentes en el Congreso».

Para ellos los valores son: represión, lastimar, mentir, intolerancia, autoritarismo, inconstitucionalidad. Tristes valores para una república.

La crueldad es una constante en muchas partes del mundo. Salvo en países donde las tiranías gobiernan, esa crueldad no adopta sus peores condiciones desde las cúspides del poder.

¡Salvo en nuestro país! Donde lejos de esconderse en subterfugios, la muestran y hacen gala del orgullo de practicarla. Y es la crueldad que aparece nítida en el ajuste carente de ética y sentido social que les permite celebrar el falaz superávit fiscal que es producto del hambre de laburantes, del dolor de jubilados, de las desfinanciación educativa, del desmoronamiento de la salud, de la inminenterotura masiva de rutas, embalses hidroeléctricos, infraestructura física de puentes y edificios todo debido a la suspensión imprudente de la Obra Pública.

Y ahora, esa crueldad se convierte en casi alegría para los rostros luzbélicos de los funcionarios mileistas cuando celebran las heridas de un fotógrafo, que se debate entre la vida y la muerte, y llaman “patotera” a una jubilada de 87 años casi desnucada por el empujón de un policía cobarde.

Una cosa es el orden público, valor al que no renunciamos y otra muy distinta es creer que ese orden tiene un único rumbo que es el de ejercerlo con crueldad. La brutalidad policial es un antecedente de riesgo para las democracias. Hoy vivimos el salvajismo de fuerzas de seguridad “cebadas” con el permiso de sus mandos superiores para golpear, detener y humillar a quien se les ocurra.

Y el salvajismo, oficial e institucional no debe ser el factor ordenador de una sociedad. Tenemos cercanas memorias históricas sobre eso y ninguna es conveniente.

Milei y sus ministros, hacen coincidir su lenguaje con su gestión. Todo es violento, todo es vulgar, todo es romper. Todo apunta, palabra tras palabra a la deshumanización de quienes se oponen a su gobierno.

Y sabemos bien que quitarle la entidad “humana” a las personas, las convierte en fáciles blancos de ataques y persecuciones. Estamos, los opositores, en peligro.
Y no estoy exagerando.

El concepto de la política como la posibilidad de comunidad empieza a morir, como también empieza a morir cualquier noción viable de lo social.
Y la crueldad de la que habla, según usted ¿es un método? ¿Una estrategia política? ¿Un mecanismo de unión, como apuntan algunos analistas? Hay expertos que incluso dicen que es un fin en sí mismo.

Es una gran pregunta. Yo creo que es un principio organizador central.

Una cosa es el orden público, valor al que no renunciamos y otra muy distinta es creer que ese orden tiene un único rumbo que es el de ejercerlo con crueldad»

Lo vemos en el lenguaje deshumanizador que usa Trump, pero también en sus políticas: en la decisión de enviar deportados a Guantánamo, un símbolo absoluto de la tortura que ahora está resucitando; lo vemos en sus políticas en lo referente a los programas de diversidad, equidad e inclusión (diseñados para fomentar la igualdad en ámbitos laborales y educativos, especialmente para comunidades históricamente marginadas, y que quiere eliminar); ya vimos lo que hizo con USAID…

Es un principio central, una forma de hacer política que se nutre de odio y de intolerancia. Y no es casual ni es un rasgo de la personalidad.

Lo que estamos viendo ahora es una fusión de crueldad y política de maneras nunca antes vistas y celebradas, una crueldad que emerge en el día a día.

¿Cómo definiría la forma de gobernar de Donald Trump? ¿Qué tipo de presidencia es la suya?

Lo definiría como un gobierno fascista. La prensa establecida no lo está llamando así, aunque a veces se habla de autoritarismo. Pero JoeBiden, al dejar la presidencia, advirtió que Trump era fascista, algo que también dijeron en su momento generales retirados como John Kelly.

(En sendas entrevistas con The New York Times y TheAtlantic en octubre, y después de años de compartir sus críticas hacia Trump con los reporteros de manera más moderada, Kelly, quien fue jefe de gabinete de la Casa Blanca y secretario del Departamento de Seguridad Nacional de Trump, advirtió del presunto peligro que suponía para la democracia estadounidense que el republicano fuera reelegido.

En declaraciones sin precedentes para un exfuncionario estadounidense de alto nivel, Kelly dijo que Trump encaja en la definición de fascista. «Ciertamente el expresidente está en el área de la extrema derecha, ciertamente es un autoritario, admira a dictadores, él mismo lo ha dicho. Así que ciertamente cabe en la definición general de fascista, eso seguro», le dijo a The New York Times).

Si se puede o no aplicar ese término a Trump genera debate entre historiadores y analistas prácticamente desde su primera campaña presidencial en 2016, y hay quienes advierten que es políticamente imprudente tildarlo así.

El suyo es un gobierno fascista, y te diré por qué.

Lo es porque no cree en el estado de derecho, porque cree que el poder y la violencia son fundamentales para la política, pero, sobre todo, es fascista porque está organizado en torno al nacionalismo cristiano blanco. Y ese es el núcleo del fascismo.

Se define un país de una manera muy limitada y exclusiva, y se pone en marcha una política de lo desechable. Comienza con el lenguaje deshumanizante, sigue con las políticas de expulsión de personas, luego se mete a los críticos y a otros en las cárceles…
n su artículo más reciente sobre la actual presidencia de EE.UU. subraya que «Trump no gobierna solo», sino que es «el testaferro de una oligarquía que abandonó incluso la pretensión misma de una democracia». Sin embargo, gobierna con el apoyo de la mayoría de los estadounidenses. En las elecciones de noviembre ganó el voto popular, algo que ningún republicano había logrado desde 2004. ¿Qué nos dice eso?

Los perdedores de siempre: para los jubilados, no habrá mejoras

Nos dice algo que hemos ignorado durante mucho tiempo: que la educación es central en la política.

La educación puede ser no sólo una herramienta de emancipación, también de enorme opresión. Puede inculcar nociones de odio, resentimiento e intolerancia, entre otros.

Y lo que tenemos hoy por hoy en EE.UU. es un aparato cultural que básicamente se ha convertido en un tsunami de odio e intolerancia dirigido por multimillonarios tecnológicos.

Lo que hemos visto desde la década de 1980, dado el control corporativo de los medios de comunicación, es una maquinaria cultural y de enseñanza que ha tenido un éxito enorme a la hora de producir lo que yo llamo ignorancia fabricada.

¿Ignorancia fabricada? No puedes tener una democracia, ni siquiera una débil, sin un público informado.

Y lo que la derecha ha aprendido es que, si se controlan los medios de comunicación y de educación, no hacen falta ejércitos. Lo que se necesita son modos potentes de persuasión y el control de los sistemas de información.

Ahora, con las redes sociales, estamos en un periodo muy difícil en lo referente a ser crítico y hacer que el poder rinda cuentas.

Y todos los elementos del fascismo que vemos surgir en Hungría, en Argentina, en Italia no son nuevos, pero se están sucediendo a una escala que me parece casi inédita.

¿Qué ves cuando reprimen a una jubilada?

Es un fenómeno que va más allá de EE.UU: partidos extremistas que ganan terreno, la polarización del discurso, candidatos que hablan abiertamente de crueldad… Un líder regional del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), BjörneHöcke, declaró abiertamente que se necesita «una crueldad bien afinada» para expulsar a migrantes y refugiados de Alemania.

Es un fenómeno global, efectivamente. Pero una cosa es eso y otra es que el país más poderoso del mundo ahora tome la delantera a la hora de reforzar la afirmación de (el presidente de Hungría, Viktor) Orbán de que la democracia es demasiado débil. Esto no tiene precedentes.

Si esto hubiera surgido en los años 70, incluso a principios de los 80, la gente diría: «Es un movimiento marginal». Pero ya no lo es. Es un movimiento en el centro de la política de EE.UU. y en el de la política global.

De hecho, algunos ideólogos como Curtis Yarvin, invitado habitual de medios conservadores y a cuyas ideas ha hecho referencia el vicepresidente JD Vance, argumenta que en EE.UU. la democracia debería sustituirse por una «monarquía» encabezada por lo que él llama un CEO, una especie de director ejecutivo. ¿Qué diría a los que, como él, defienden que tener a un «CEO eficiente» al frente del gobierno es mejor para la gente?

Es el clásico ejemplo del tipo de discurso que moriría en una democracia vibrante. El hecho de que se le dé una plataforma a alguien con esas ideas es impactante.

¿Qué dirías a alguien que defiende que la democracia está muerta y que lo que realmente necesitamos es acostumbrarnos a las dictaduras porque funcionan, y que deben estar encabezadas por gente como Elon Musk?

Usted ha escrito desde hace años, sobre la «cultura de la crueldad». Y afirma que «prospera cuando los miedos compartidos sustituyen a las responsabilidades compartidas». ¿Cuáles son esos miedos y qué responsabilidades compartidas sustituyen?

Las responsabilidades que sustituyen son aquellas que se toman en serio los derechos sociales, políticos y económicos, y los valores compartidos como la compasión, el cuidado del otro, el sentido de comunidad, el reconocimiento del sufrimiento ajeno y la necesidad de abordarlo y acabar con él; la necesidad de eliminar los cimientos del sufrimiento y la violencia.

Desde el surgimiento del neoliberalismo en la década de 1980, ese argumento es visto como una debilidad, y la bondad es vista como la virtud de los tontos.

Debemos preguntarnos qué pasó con esos principios, con esas virtudes y valores como la compasión, la confianza, la amabilidad, el cuidado del otro, la justicia, la igualdad y la inclusión, si están o no siendo destruidos, por quién y en interés de quién.

A lo largo de la historia política estadounidense, presidentes de uno u otro partido han hecho hincapié en la idea de la autoridad moral de EE.UU., en que debe servir de ejemplo para el mundo. ¿Sigue siendo así?

No. En ese sentido EE.UU. se traicionó a sí mismo, cayó en una forma de autosabotaje.

Aunque nunca fue un país verdaderamente democrático: se construyó sobre las espaldas de los esclavos, a las mujeres se les negó el derecho al voto durante mucho tiempo, y continuamente ha reinventado una forma de colonialismo que exhibe el nombre de Destino Manifiesto o excepcionalismo estadounidense.

Hoy no hay más que ver lo que ocurre en Gaza. ¿Cómo se puede tomar en serio esta noción del excepcionalismo estadounidense?
Por una parte, lo democrático como alternativa al fascismo dejó de ser atractivo para muchos. La democracia no significa nada cuando no tienes comida, una atención médica adecuada, un cuidado infantil adecuado. Y en ese estado de ansiedad absoluta, muchos inmigrantes votaron por Trump.

Y por otra parte, el lenguaje del miedo y la intolerancia ha tenido un éxito tal en la esfera mediática de Trump que creo que la gente básicamente terminó internalizándolo.

El problema no es que van a venir otros a quitarles el trabajo. El problema en EE.UU. es una enorme desigualdad y la concentración del poder en pocas manos, lo que desemboca en menos servicios públicos, la destrucción del estado de bienestar y la criminalización de los problemas sociales.

La noción de comunidad se vuelve vacía porque vives en una sociedad que te dice que el individualismo lo es todo, que todos los problemas son individuales.

Así que temes a la horda de invasores. Es el lenguaje del poder y la gente acaba comprando el discurso.

Pero también parece que hay una especie de retroalimentación en bucle. Cuanto más polarizado es el discurso, más amplia parece ser la base de quienes lo apoyan, y viceversa. ¿Es solo una percepción?

No, es así, absolutamente.

¿Y cómo se contrarresta la escalada?

Primero que nada, hay que nombrar el problema. No podemos simplemente decir que Trump y su administración son neofascistas.

Eso es cierto, pero de lo que realmente tenemos que hablar es de la forma en la que se ha subvertido la democracia y empezar a detallar en el lenguaje de la vida cotidiana en qué impacta esto: malas escuelas, inflación, precios más altos de los alimentos, intolerancia…

Necesitamos resucitar el lenguaje de la democracia en términos de valores que la gente pueda compartir y con los que pueda identificarse.

También necesitamos un movimiento de clase trabajadora multirracial y amplio. Los movimientos aislados no sirven. Y una demostración masiva de resistencia colectiva.

¿Cree que es algo que está tomando forma?

No veo que vaya a suceder en las próximas dos semanas, pero (la administración Trump) está trabajando a una velocidad tal para imponer un grado de fascismo en este país, que creo que los resultados van a ser abrumadores en los próximos seis meses y, ciertamente, en los próximos dos años.

Esto generará una enorme cantidad de resentimiento y la gente va a despertar. Y el grupo que más va a despertar es el de los jóvenes, jóvenes que se sienten alejados de la política de Trump y que se dan cuenta que están siendo excluidos del guion de la democracia.

Todo es venganza. Es la política de la venganza, el odio, la crueldad y el racismo.

* Diputado Nacional mc – PJ Río Negro

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