NUEVA YORK.- Los cruces ilegales en la frontera entre México y Estados Unidos están en su nivel más bajo en décadas. Los antes hacinados refugios para inmigrantes están vacíos. Y cada vez son más los migrantes varados en México que en vez de seguir hacia el norte, giran sobre sus talones y empiezan a volver a sus países.
En comparación con hace apenas un par de años, cuando cientos de miles de personas de todo el mundo cruzaban mensualmente a Estados Unidos en medio de un caos, hoy la frontera está prácticamente irreconocible.
Ante el estallido de indignación pública por esa situación durante la campaña electoral del año pasado, el expresidente Joe Biden restringió drásticamente los pedidos de asilo y presionó a México para que mantuviera a raya a los migrantes. Para fines de su mandato, la frontera ya se había despejado considerablemente y los cruces ilegales habían caído al nivel más bajo de su presidencia.
Ahora su sucesor, el presidente, Donald Trump, le ha cerrado la canilla al flujo de migrantes de manera aún más draconiana, consolidando un pronunciado giro de la política norteamericana con medidas que muchos críticos, especialmente de izquierda, siempre consideraron políticamente inviable, legalmente insostenible y en definitiva ineficaz, ya que no atacan las causas de raíz del proceso migratorio.
“El paradigma migratorio está cambiando por completo”, dice Eunice Rendón, coordinadora de Agenda Migrante, una coalición de grupo defensores mexicanos, y agrega que la amplitud de las medidas de Trump y sus amenazas directas contra los migrantes “tienen aterrorizadas a las familias”.
Trump está aplicando varias tácticas de línea dura en simultáneo: frenó indefinidamente el asilo de personas que busquen refugio en Estados Unidos a través de la frontera sur, desplegó tropas para cazar —y lo que es igualmente crucial, para espantar— a los que intentan cruzar la frontera, publicitó extensamente los vuelos de deportación donde los migrantes son trasladados con grilletes, y presionó a fondo a los gobiernos latinoamericanos —como México— para que hagan más para frenarlos dentro de sus países.
La nueva estrategia ha redundado en estadísticas más que sorprendentes.
En febrero, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos informó la captura de 8347 que intentaban cruzar ilegalmente la frontera, muy por debajo del récord de más de 225.000 detenciones durante diciembre de 2023.
Esos números ya venían cayendo abruptamente desde que el gobierno de Biden impuso sus restricciones migratorias el año pasado: en diciembre, cuando todavía era presidente, la Patrulla Fronteriza capturó 47.330 migrantes ilegales.
Con 1527 migrantes por día, diciembre fue el mes con el menor promedio de ingresos diarios de toda la presidencia de Biden, pero de todos modos sigue siendo el quíntuple de la cifra de febrero de este año, el primer mes completo con Trump en la Casa Blanca.
Si esa tendencia se mantiene durante todo un año, las detenciones de migrantes habrán descendido a niveles nunca vistos desde 1967, según Adam Isacson, experto en migraciones de la ONG Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.
Y hay señales de que esas cifras se estarían derrumbando también mucho más al sur en la región. El número de migrantes que intentó llegar a Estados Unidos a través del así llamado “Tapón de Darién” —un puente terrestre prohibido que conecta Centroamérica con Sudamérica y que funciona como barómetro de la presión que sentirá más tarde la frontera mexicano-norteamericana— se desplomó a apenas 408 durante febrero, frente a más den 37.000 el mismo mes del año pasado, según el Servicio Nacional de Migración de Panamá.
El vuelco que dio la situación es motivo de celebración para quienes desde hace años reclaman endurecer las restricciones.
“Con Biden, la Casa Blanca fomentaba un relato de impotencia frente a la inmigración”, dice Kenneth Cuccinelli, exsubsecretario de Seguridad Interior durante el primer mandato de Trump.
“Cuando hay voluntad política, asegurar la frontera es fácil”, agrega Cuccinelli, un reconocido halcón en materia inmigratoria. “En su primer gobierno, Trump no tuvo la voluntad política de hacerlo, pero ahora sí”.
Ese endurecimiento, en cierto sentido, es una extensión de las medidas de Biden al final de su mandato. Durante sus tres primeros años en la Casa Blanca, el ahora expresidente había impulsado políticas laxas que hicieron que se disparara el número de inmigrantes ilegales y buscadores de asilo.
Pero cuando el efecto negativo de esas políticas se empezó a sentir, Biden prohibió el asilo de migrantes que ingresaran ilegalmente y presionó a los gobiernos de México y Panamá para que reforzaran sus controles, y le heredó a su sucesor una situación relativamente tranquila en la frontera.
El sentimiento político sobre ese tema también ha cambiado en Estados Unidos: los alcaldes que antes se jactaban de que sus ciudades eran un santuario para los inmigrantes van acallando sus críticas a las medidas de Trump, y hasta algunos gobernadores demócratas han destacado algunos aspectos inmigratorios en los que podrían trabajar en colaboración con el gobierno federal.
Trump impulsó con vehemencia sus medidas anti inmigratorias no bien ocupó el cargo, entre ellas, el uso de la base militar norteamericana en Bahía de Guantánamo, Cuba, como centro de detención de migrantes, una ametralladora de posteos en las redes para burlarse y amenazar a los potenciales migrantes, y la promesa de revocar las visas de funcionarios extranjeros sospechados de facilitar la inmigración ilegal a Estados Unidos.
Aun así, las señales de advertencia sobre esa política abundan. Al inicio del primer mandato de Trump hubo un retroceso similar en la inmigración, aunque menos marcado que el descenso actual, que resultó ser apenas temporal, y los expertos en migración advierten que las sanciones y otras medidas dirigidas a Venezuela y Cuba, dos importantes fuentes de migrantes, podrían empeorar las condiciones económicas en esos países y provocar un nuevo éxodo en masa.
La aplicación de aranceles a las importaciones que ingresan a Estados Unidos también está afectando a las economías verdaderamente grandes de la región, lo que podría intensificar la desesperación económica los pobres que luchan por sobrevivir, un factor crucial capaz de desencadenar una migración masiva. Los economistas temen que la incertidumbre sobre los aranceles ya haya llevado a México a entrar en un proceso de recesión.
Pero el desarrollo de los acontecimientos dentro de México es un buen ejemplo de cómo está cambiando la dinámica migratoria.
Hace unos días, en Ciudad de México, cientos de migrantes hacían fila bajo un sol abrasador frente a las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados.
Muchos hacían fila desde el amanecer, y otros directamente habían acampado en la vereda, afuera del edificio, con la esperanza de tener más chances de conseguir una cita e iniciar su trámite de pedido de asilo.
“Obviamente, nuestro plan no era quedarnos en México”, dice Peter Martínez, un migrante cubano, y comenta que su cita de asilo en Estados Unidos fue cancelada en enero.
Consultado sobre si planeaba regresar a Cuba, dadas las dificultades, respondió: “México tal vez sea peligroso y difícil, pero sigue siendo mejor que volver a nuestro país”.
Hay muchos migrantes como Martínez que están varados en México y ahora dudan sobre cruzar a Estados Unidos. Algunos planean establecerse en México, mientras que otros hacen todo lo posible por regresar a su país.
En enero y febrero, el número de migrantes varados en México que solicitaron ayuda para regresar a sus países de origen aumentó a 2862, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones.
“Hay que remontarse al gobierno de Eisenhower para encontrar un fenómeno como éste”, dice Isacson.
Por Simon Romero y Paulina Villegas
Traducción de Jaime Arrambide
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