A casi dos meses de su regreso a la Casa Blanca, un dato parece incontrastable, las cosas no le están saliendo bien a Donald Trump. La persistencia de su equipo y admiradores para transformar los retrocesos en victorias, nubla además el diagnóstico y empeora el panorama.
La novedad demasiado reciente de este gobierno probablemente le brinda alguna consistencia a esas narrativas benevolentes, que repiten analistas convencidos de que detrás de este desorden existe una estrategia. Pero el armado es demasiado precario para no detectar las grietas. Un comportamiento que sobrevuela la visión económica y la política exterior de esta Casa Blanca, que exhibe con orgullo la ruptura con aliados históricos y la cercanía con adversarios y déspotas.
Es por eso que la palabra caos se va imponiendo en los mercados y entre los observadores geopolíticos. Es la forma con la que se traducen los movimientos erráticos del mandatario evidentes en la actual guerra comercial generando pérdidas multimillonarias a las corporaciones norteamericanas, un significante que el nuevo gobierno considera secundario.
El responsable de Economía de la administración, Scott Bessent, resumió esa visión con un juego de palabras que pretendió ingenioso: “Wall Street lo hace muy bien, pero el gobierno se centra en el Main Street”, afirmó. El concepto implica la oposición de la economía real, la de la gente, al mercado de capitales. Dicho de otro modo, la clase media contra las grandes corporaciones. Una narrativa populista, versión local del oxímoron combatiendo al capital en un universo de magnates.
Que las cosas no marchan bien lo revela aquella línea sinuosa del liderazgo trumpista que, a diferencia del primer mandato, esta vez sucede sin que existan refutadores lo que vuelve inapelable la palabra presidencial. Un comportamiento que impregna otro campos, entre ellos el abordaje de la guerra de Rusia contra Ucrania o la crisis de Oriente Medio. En casi todos esos capítulos el magnate se ha visto obligado a retroceder o moderarse sin alcanzar lo que prometía como un éxito a la mano.
Guerra comercial y geopolítica fallida
La guerra comercial suma ejemplos de ese defecto. Trump lanzó una ofensiva proteccionista contra sus dos principales socios y vecinos, Canadá y México, pretextando el tráfico de fentanilo y los migrantes y la extendió con iguales argumentos a China. Hábil, el gobierno mexicano tomó como ciertas esas excusas, a sabiendas que el litigio real es por los rojos en la balanza comercial, y siguió el relato de Trump logrando ya dos retrocesos de la parte norteamericana.
Con Canadá las cosas son más complicadas. En parte debido al insólito interés del magnate de anexar a ese país a EE.UU. Pero, además, porque del otro lado de la frontera norte, donde hay en proceso un inminente cambio de autoridades, la batalla con EE.UU. promueve un alza del nacionalismo que modela la dureza de los políticos.
Los tropiezos últimos son conocidos, aunque no como los cuentan en Washington. El gobernador de Ontario, Doug Ford, reaccionó a los aranceles de 25% a la producción canadiense penalizando la provisión de energía que brinda a Estados clave de su vecino, Nueva York, Michigan, y Minnesota. Trump replicó amenazando el martes con subir a 50% el castigo arancelario. El inminente nuevo premier del país, Mark Carney, avisó que responderá con medidas de enorme impacto y llamó a parar este caos. Finalmente, el ministro de Comercio de Trump debió llamar a Ford y acordar retroceder en simultáneo.
La Casa Blanca lo describió como una victoria. No lo fue. Ya las automotrices lo habían obligado a poner reversa. Sin embargo, como los aranceles al acero y el aluminio se mantienen, la guerra con Canadá continuará extendida al mundo incluyendo a la UE y a China, el principal acreedor de EE.UU., que ocupa el sitio de principal defensor del mercado libre y la globalización. Paradojas de un mundo extraño.
El mismo juego de espejos alterados se advierte en el escenario internacional. En una reunión con una delegación ucraniana en Jeddah, Arabia Saudita, la Cancillería norteamericana propuso este martes una tregua de un mes en el conflicto con Rusia. La narrativa dice que el equipo estadounidense convenció de ese paso a Kiev. Pero lo cierto es que esa idea la planteó el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, seis días antes, en un discurso ante la Comisión Europea en el que reclamó un cese del fuego de un mes por aire y mar.
La iniciativa fue rechazada entonces por el Kremlin que la consideró una maniobra para que Ucrania se rearme. Ese repudio continúa ahora con otros ropajes. El líder del Kremlin condiciona esa posibilidad y la enfría pese a los deseos del magnate republicano porque su propósito es una victoria contundente y apuesta a que Trump la garantice.
Zelenski, que salió del maltrato en la Casa Blanca a manos de Trump y su vice JD Vance con un alto asesoramiento diplomático de Francia y Gran Bretaña, logró que EE.UU. tome esa propuesta y la anterior, que había indicado al propio Trump, sobre los supuestos yacimientos de minerales raros en su país. El resultado es que ahora Washington, que no puede estar en contra de una tregua, levanta la oferta de Zelenski para presionar a Vladimir Putin y repuso las ayudas militares y de inteligencia a Kiev que había suspendido. Otro retroceso clave. ¿Quién, en verdad, maneja estas negociaciones?
La guerra comercial tiene otros objetivos y consecuencias. Uno, central, busca debilitar el dólar para beneficiar la posición relativa estadounidense. Hace cuarenta años, en un mundo muy diferente, durante el gobierno de Ronald Reagan, cuya foto Trump tiene en el Salón Oval, se intentó lo mismo, pero en aquel momento EE.UU. lo hizo en alianza con Gran Bretaña, Francia, Japón y Alemania Occidental cuyos banqueros y ministros de Economía se reunieron en el Hotel Plaza de Nueva York en setiembre de 1985 para analizar cómo reducir el valor del dólar, que había subido 50% esa década.

Hoy reaparece ese propósito con un razonamiento sencillo y copyright de un asesor de bajo perfil de Trump, Stephen Miller. En un poco difundido y abultado documento, este doctor en economía indica las líneas actuales que vemos en el discurso proteccionista de Trump.
Domar al dólar
La noción es que el dólar actúa como refugio al estilo del oro lo que lo revaloriza en escenarios globales complicados. Entonces las manufacturas se encarecen, se vende menos y la industria se muda por el mundo aprovechando la globalización. Miller, el mandatario y su corte entienden que el dólar fuerte es la base del problema de la economía y de sus rojos comerciales y fiscales. Y debe ser neutralizado.
Una forma de debilitar a la moneda es con política como sucedió en épocas de Reagan, pero ahora no hay ese consenso y el mundo está plagado de intereses contradictorios, de modo que aparece el arma arancelaria que entonces se buscó evitar. La consecuencia es un daño autoinfligido que se mide en caída del crecimiento, posible inflación y una geopolítica aislacionista.
Pero, además, hay una sorpresa que no existía en aquel pasado: la nueva China y la Unión Europea. Las acciones en el bloque superaron a sus pares estadounidenses que registraron últimamente el mejor desempeño en 15 años, 12 puntos por encima de las estadounidenses, dice The Economist.
Sucede, entre otros factores, por el surgimiento de un gasto extraordinario en Defensa que atrae inversores y que es consecuencia, a su vez, de la insólita ruptura del atlantismo por parte de Trump. Adicionalmente, el “moribundo” mercado de China ha resucitado por los avances en inteligencia artificial y construye otro desafío inesperado en sus alcances.
Un panorama, en fin, que pone en duda el excepcionalismo estadounidense y dispara una mudanza a los mercados extranjeros, cada vez más atractivos para los inversionistas. ¿America first?
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