El libro de una exempleada de Facebook desnuda a sus máximos directivos

La editorial de Careless People mantuvo en secreto la existencia de estas memorias hasta hace unos días, y hubo una buena razón para hacerlo.

La autora del libro, Sarah Wynn-Williams, trabajó en Facebook (ahora llamada Meta) durante siete años, empezando en 2011 y terminando como directora de políticas públicas globales. Ahora ha escrito un relato desde dentro de una empresa que, afirma, estaba dirigida por egocéntricos líderes ávidos de estatus a los que les molestaba la carga de la responsabilidad y se volvieron cada vez más ineficaces, mientras Facebook se convertía en un vector para campañas de desinformación y cultivaba relaciones con regímenes autoritarios.

Careless People es un libro sombríamente divertido y genuinamente impactante: un retrato feo y detallado de una de las empresas más poderosas del mundo. Lo que Wynn-Williams revela sin duda provocará la ira de sus antiguos jefes. Wynn-Williams no solo tiene la habilidad narrativa necesaria para desarrollar un relato apasionante; también cumple con las expectativas.

Durante su etapa en Facebook, Wynn-Williams trabajó de cerca con sus directores ejecutivos, Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg. En este libro, ellos son Tom y Daisy; las “personas descuidadas” de El gran Gatsby que, como Wynn-Williams cita en el epígrafe, “destrozaban cosas y criaturas” y “dejaban que otros limpiaran el desastre que habían hecho”.

Sheryl Sandberg, la segunda al mando de Facebook, trabajó en la compañía por 14 años; dejó Meta en 2022Archivo

Wynn-Williams tenía tantas ganas de trabajar en Facebook que estuvo ofreciendo sus servicios a la empresa durante meses, antes de finalmente ser contratada. Nacida y criada en Nueva Zelanda, había trabajado como diplomática en la embajada de su país en Washington y, antes de eso, en las Naciones Unidas. Le atraían los derechos humanos y las cuestiones medioambientales.

Ella utilizaba Facebook para mantenerse en contacto con sus amigos en su país, y creía que la plataforma “iba a cambiar el mundo”. A medida que los gobiernos se daban cuenta de lo que Facebook podía hacer, ella se ofreció a la empresa diciéndoles a los responsables que les vendría bien una diplomática. Cuando por fin la contrataron, se sintió eufórica: “No puedo creer que tenga la oportunidad de trabajar en la mayor herramienta política de mi vida”.

El libro es una larga advertencia sobre tener cuidado con lo que se desea. Cualquier idealismo sobre el potencial de Facebook como “la mayor herramienta política” suena amargamente irónico ahora, 14 años después. Al final de sus memorias, le informan a Wynn-Williams que sus superiores están “preocupados” por su rendimiento; se siente tan abatida por su tiempo en la empresa que describe el despido como una “eutanasia rápida”.

Mientras está en Facebook, Wynn-Williams ve cómo Zuckerberg cambia. Desesperado por caer bien, se vuelve cada vez más hambriento de atención y adulación, cambiando su enfoque de la codificación y la ingeniería a la política. En una gira por Asia, le ordenan que reúna a una multitud de más de un millón de personas para que él pueda ser “gentilmente acosado”. (Al final, no tiene que hacerlo; su deseo queda satisfecho durante una aparición en un centro comercial de Yakarta con el presidente electo de Indonesia). Él le dice que Andrew Jackson (quien promulgó la Ley de traslado forzoso de los indios) fue el mejor presidente que Estados Unidos ha tenido, porque él “consiguió resultados”.

Sandberg, por su parte, abre y cierra su encanto como si fuera una canilla de agua. Cuando Wynn-Williams empieza a trabajar en Facebook, siente admiración por Sandberg, quien en 2013 publica su exitoso manifiesto de feminismo corporativo, Vayamos adelante. Pero Wynn-Williams pronto aprende a desconfiar de “el acto de Vayamos adelante de Sheryl”, viéndolo como una tenue fachada sobre sus “reglas tácitas” en torno a la “obediencia y cercanía”.

Wynn-Williams se horroriza al descubrir que Sandberg le ordenó a su ayudante de 26 años que compre lencería para las dos, sin reparar en gastos. (El costo total fue de 13.000 dólares). Durante un largo viaje en coche por Europa, la asistente y Sandberg se turnan para dormir una en el regazo de la otra, acariciándose el pelo. En el vuelo de 12 horas a casa en un jet privado, Sandberg, en pijama, se apodera de la única cama del avión y exige repetidamente a Wynn-Williams: “ven a la cama”. Wynn-Williams se niega. Sandberg se enfada.

Sandberg no es la única persona de este libro con aparentes problemas de límites. Wynn-Williams tiene encuentros incómodos con Joel Kaplan, un exnovio de Sandberg de Harvard, quien fue contratado como vicepresidente de política estadounidense de Facebook y con el tiempo se convirtió en vicepresidente de política global y jefe de Wynn-Williams. Kaplan, un exmarine que fue asistente del juez Antonin Scalia y participó en el “motín de Brooks Brothers” de 2000 que ayudó a que George W. Bush llegara a la presidencia, pasó a ser jefe adjunto de personal en su gobierno.

Mark Zuckerberg, Lauren Sánchez, Jeff Bezos, Sundar Pichai y Elon Musk en la ceremonia de asunción presidencial de Donald TrumpJulia Demaree Nikhinson – AP Pool

Wynn-Williams describe cómo Kaplan frotó su cuerpo contra el de ella en la pista de baile durante un evento de trabajo, le anunció que tenía un aspecto “sensual” y le hizo “comentarios raros” sobre su marido. Cuando da a luz a su segundo hijo, una embolia de líquido amniótico casi la mata; sin embargo, Kaplan no deja de enviarle mensajes por correo electrónico mientras está de baja por maternidad, insistiendo en hacer videoconferencias semanales. Ella le dice que necesita más cirugía porque sigue sangrando. “¿Pero de dónde sangras?”, él insiste una y otra vez. Una investigación interna de Facebook sobre su “experiencia” con Kaplan lo exoneró de toda culpa.

Estas escenas de degradación personal ya son bastante escabrosas, pero Wynn-Williams también atestiguó de primera mano algunos de los episodios más infames de Facebook. En el periodo previo a las elecciones de 2016, empleados de Facebook incorporados en la campaña de Trump la ayudaron a dirigirse a votantes potenciales, enviándoles anuncios personalizados llenos de “desinformación, mensajes incendiarios y mensajes para recaudar fondos”. (La campaña de Clinton rechazó la oferta de Facebook de incorporar empleados). Al año siguiente, en Birmania, un país muy dependiente de Facebook, las mentiras de odio propagadas en la plataforma incitaron a un genocidio contra la minoría étnica rohingya.

Wynn-Williams afirma que comenzó a hacer sonar las alarmas sobre Birmania varios años antes, intentando convencer a Facebook de fortalecer sus operaciones de monitoreo cuando descubrió que se estaba propagando discurso de odio en la plataforma. La moderación de contenidos era dolorosamente (y letalmente) lenta, escribe, porque la empresa dependía de un contratista que hablaba birmano: un “tipo birmano” radicado en Dublín, a varias zonas horarias de distancia tanto de Birmania como de la sede de Facebook en California. “Birmania demuestra mejor que ningún otro lugar los estragos que puede causar Facebook cuando es verdaderamente omnipresente”.

El libro incluye un capítulo detallado sobre “Aldrin”, el nombre en clave del proyecto de Facebook para desbloquearse en China. Según Wynn-Williams, la empresa propuso todo tipo de acuerdos elaborados que implicaban asociaciones con sede en China, recopilación de datos y herramientas de censura que esperaba que satisficieran al Partido Comunista gobernante en China.

Mark Zuckerberg antes de dar testimonio en el Senado de los Estados Unidos, en abril de 2018AP

Sabiendo que Zuckerberg probablemente enfrentaría preguntas sobre China en el Congreso, su equipo le proporcionó puntos clave hábilmente redactados. “No parece haber ningún reparo en engañar al Congreso”, escribe Wynn-Williams. “Los senadores tendrán que hacer preguntas excepcionalmente específicas para acercarse a la verdad”. Cuando Zuckerberg comparece finalmente ante una comisión del Senado en 2018, un senador le pregunta cómo está gestionando Facebook la negativa del gobierno chino “a permitir que una plataforma de redes sociales —extranjera o nacional— opere en China a menos que acepte acatar la legislación china”. En su respuesta, Zuckerberg afirma: “No se ha tomado ninguna decisión sobre las condiciones en las que podría ofrecerse un posible servicio futuro en China”, a lo que Wynn-Williams comenta: “Miente”.

Wynn-Williams ha presentado una denuncia de informante ante la Comisión de Bolsa y Valores. Profesionalmente, ha seguido adelante, trabajando en temas de políticas relacionadas con la inteligencia artificial y volcando su humor negro en este libro. Tal vez Careless People contenga un elenco de personas descuidadas, pero en última instancia Zuckerberg “quiere ser el que decide”. Lo muestra sustituyendo el imperfecto sistema de controles y equilibrios que el equipo de políticas de ella desarrolló a lo largo de los años con sus decretos, que suelen coincidir con sus intereses empresariales: “Facebook es una autocracia de uno”.

Y las autocracias no están sujetas a límites de mandato. En 2016, durante una cumbre de líderes mundiales en Perú, Wynn-Williams observó que muchos rostros eran conocidos; otros líderes ya no estaban. “Me sorprende la impermanencia de la importancia”, escribe. “Sin embargo, Mark podría seguir ocupando su puesto instalando en el poder a los líderes mundiales durante otros 50 años. Verá partir a estos líderes y a las generaciones de líderes que vendrán después. Como la reina”.

Luego de la publicación del libro, la compañía difundió un comunicado que dice: “Este libro es una mezcla de afirmaciones desactualizadas, ya reportadas sobre la empresa, y acusaciones falsas contra nuestros ejecutivos. Sarah Wynn-Williams fue despedida hace ocho años por mal desempeño y comportamiento tóxico, y una investigación realizada en ese momento determinó que hizo alegaciones de acoso engañosas y sin fundamento. Desde entonces, recibe apoyo financiero de activistas anti-Facebook y esto es simplemente una continuación de ese trabajo. El estatus de denunciante protege a las comunicaciones con el gobierno, no a activistas descontentos que intentan vender libros”.

The New York Times

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