Ni escobas voladoras ni pociones mágicas: la caza de brujas en Europa, una historia de mentiras y un feminicidio a gran escalaPor Marta Sierra
Péronne Goguillon, una mujer francesa residente en la localidad de Bouvignies, sufrió un intento de violación a finales del siglo XVII por parte de unos soldados ebrios que habían llegado a su pequeña comunidad. Los cuatro hombres la secuestraron y la extorsionaron para que les entregase dinero a cambio de dejarla en paz. Cuando su marido intentó denunciar los hechos ante la justicia, Goguillon fue acusada de brujería, por lo que fue sometida a un proceso de tortura psicológica para que confesase unos crímenes que no había cometido. Se la condenó a morir en la hoguera y su cuerpo fue quemado “a medias” para que sus restos sirviesen de ejemplo a la comunidad.
Esta historia de falsas acusaciones no es particular. Entre los siglos XVI y XVIII, miles de mujeres (y algunos hombres) fueron señaladas por supuestos pactos con el Diablo en toda Europa, destacando especialmente el periodo entre 1560 y 1630, conocido como “la gran caza de brujas”. Personas con nombres y apellidos que fueron víctimas de una “demonomanía”: Anna Göldi, considerada como la última bruja ejecutada en Europa; Margarete Krevetsiek, acusada de intentar enseñar sus trucos a una joven, o Walpurga Hausmännin, que, tras enviudar, acabó en el punto de mira por su labor como partera y terminó también en la hoguera.
Prácticamente cualquier persona podía ser señalada por brujería, especialmente las mujeres, sobre las que pesaba la losa de la dependencia y subordinación a un hombre: “No hay un único perfil. Ya solo por el hecho de ser mujer podías ser acusada”, explica Amaia Nausia, doctora en Historia y autora de libros como Ni casadas ni sepultadas. Las viudas: una historia de resistencia femenina; o ¿Vírgenes o putas? Más de 500 años de adoctrinamiento femenino. La historiadora destaca especialmente el porcentaje de viudas señaladas por estos crímenes: “Viven solas y, por lo tanto, escapan al control masculino. Además, pueden gestionar el patrimonio de los maridos y el suyo propio, lo que les da una ‘cierta autonomía’”. También pueden ser “mujeres pobres o marginadas que generan malestar por su comportamiento” y, en algún caso (no tantos como se piensa), las “relacionadas con el mundo de la medicina: parteras, sanadoras… que eran incómodas para esta incipiente profesión masculina y se las acusa de supersticiosas o hechiceras”.
“Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar” ha sido uno de los lemas predominantes de las últimas manifestaciones feministas del 8M. La figura de la bruja se ha revisitado con el objetivo de devolverles la dignidad a todas esas mujeres que durante siglos la perdieron como consecuencia de persecuciones y cacerías. Es un grito al cielo por las que murieron quemadas, las torturadas y las deshonradas, por todas las que soportaron la losa de las falsas acusaciones.
El conjunto general de la población de los países en los que la caza de brujas tuvo un gran peso creía que estas personas eran capaces de agriar la leche, estropear las cosechas, provocar abortos indeseados y dejar infértiles a los hombres. Para estos propósitos utilizarían poderes sobrenaturales otorgados por el Diablo. Eran acusadas de mantener relaciones sexuales con él y con otras brujas y demonios en los aquelarres, reuniones en las que se decía que practicaban la magia negra y sacrificaban bebés.
Esta insaciable lujuria carnal era uno de los indicadores de que una mujer podía estar bajo un efecto demoníaco, tal y como señalaban los monjes inquisidores dominicos Heinrich Krämer y Jacob Sprenger, que escribieron en 1487 el Malleus Maleficarum o El martillo de las brujas. Este libro se convirtió en el principal manual de la cacería de brujas y en él se describía a las mujeres como débiles de mente, codiciosas y maliciosas, lo que las hacía presas fáciles para el demonio.
La consecuencia más directa de este señalamiento fue la ejecución de miles de personas acusadas de cometer actos de brujería. No se tiene una cifra exacta del número de víctimas de la caza de brujas, aunque se estima que se produjeron alrededor de 40.000 a 60.000 condenas capitales en este periodo. “En general podemos decir que entre el 70% y el 90% eran mujeres”, explica Amaia Nausia.
La persecución no tuvo la misma intensidad en toda Europa, aunque casi ningún país se libró de la histeria colectiva (también ocurrió en otros continentes, como en América, donde fueron especialmente conocidos los Juicios de Salem). En los lugares en los que existía una disputa confesional entre católicos y protestantes fue mucho más violenta, puesto que la difusión de este miedo a las brujas perseguía en parte el objetivo de atraer a la sociedad hacia la protección de la religión. Por este motivo, en Alemania se produjo con mayor virulencia: allí donde tuvieron lugar la mitad de las ejecuciones del total europeo; en Polonia, Suiza y Francia también fue importante la caza de brujas, pero no en España e Italia, donde los casos fueron mucho menores en número, aunque sí existieron.
Ampliamente conocidos (en parte, a consecuencia de la película de Álex de la Iglesia) son los procesos que tuvieron lugar en el pueblo navarro de Zugarramurdi: “El 25% de la población de aquel momento en la comarca de Baztán fue considerada sospechosa de brujería”. En el auto de fe de Logroño de 1610 se condenó a 11 personas de Zugarramurdi a arder en la hoguera: seis aún vivas y cinco en efigie, pues habían muerto durante el proceso. El castigo impuesto podía ser diverso: desde la condena a muerte al “destierro, los azotes, la pérdida patrimonial o la vergüenza pública”.
Algunas de las técnicas empleadas en Europa consistían en acumular piedras pesadas sobre el pecho, hacer tragar varios litros de agua o la privación del sueño, así como todo un conjunto de torturas corporales que podían provocar la muerte de la víctima sin que esta hubiese confesado. Además, una de las pruebas utilizadas para comprobar si la acusada era realmente una bruja fue la inmersión: se la ataba a una silla y se la sumergía en el agua; si flotaba, se consideraba que su magia había conseguido que saliese a flote, por lo que se la quemaba en la hoguera; por el contrario, si se hundía, no era una verdadera bruja, pero había muerto siendo inocente.
Las mujeres acusadas de ser servidoras del Diablo sufrieron todo tipo de humillaciones, como la exploración para investigar su virginidad (pues se decía que las brujas mantenían relaciones sexuales frecuentes con seres demoníacos) o la depilación de todo su cuerpo, ya que se creía que entre sus cabellos podían esconder marcas o amuletos que demostrasen su vinculación a Satanás.
En España, en 1614, la Inquisición promulgó un decreto de silencio por el cual se prohibió hablar de brujas, después de que el inquisidor Alonso de Salazar y Frías concluyese que no existían y que las confesiones se estaban obteniendo a través de torturas. Fue precisamente así como desapareció la brujería, un ejemplo de que los condenados habían sido víctimas de una histeria colectiva.
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