WASHINGTON.- Donald Trump llevaba ya varios minutos respondiendo a los periodistas sobre sus aranceles en el Salón Oval cuando, ante una pregunta sobre los próximos pasos de su ofensiva proteccionista, se lanzó en una diatriba –una más– contra Canadá, un aliado histórico y el segundo socio comercial de Estados Unidos.
“No necesitamos madera de Canadá. Por eso, lo que voy a hacer es firmar una orden ejecutiva que libere nuestros bosques para que podamos talar árboles y ganar mucho dinero y luego volver a plantarlos”, arrancó Trump.
“No necesitamos árboles de Canadá. No necesitamos automóviles de Canadá. No necesitamos energía de Canadá”, siguió el mandatario, sentado en el escritorio Resolute. “Así que, donde podamos ser autosuficientes, que es en la mayoría de los casos, tenemos más petróleo y gas que nadie, nuestros bosques son enormes, enormes. Simplemente no se nos permite usarlos por los lunáticos ambientalistas que nos lo impidieron, así que voy a liberar eso muy pronto, para que no tengamos que ir a otros países a comprar madera. Ya saben, ¿por qué deberíamos comprar madera de otros países, pagar aranceles, pagar precios altos, precios extraordinarios, y tenemos madera? Tenemos la mejor madera”, redondeó.
La ofensiva proteccionista de Trump, que desató una guerra comercial global de ramificaciones incalculables, ya apunta a ir mucho más allá de la de su primer gobierno, al ensayar un profundo rediseño del comercio mundial que amenaza con desarmar décadas de integración en la era de la globalización.
En cada una de sus declaraciones, Trump parece decidido a aislar a Estados Unidos y a llevar al país a la autarquía, con la excusa de que las compañías invertirán más en el país, habrá más empleo y prosperidad. Una nueva “era dorada”, como dijo en el Congreso. Algunos ven otra cosa: una táctica –muy trumpista– para negociar mejores acuerdos comerciales. Trump siempre se ha jactado de su talento para cerrar tratos.
Cualquiera sea el motivo detrás de la movida, la determinación de Trump para avanzar con su nueva política de aranceles arrojó un manto de incertidumbre sobre el planeta, derrumbó a los mercados, y dejó un interrogante sin respuesta en el aire: ¿y ahora qué viene?
Una de las razones que ha profundizado la ansiedad de los inversores es que Trump, siempre atento a los vaivenes de los mercados, esta vez se encogió de hombros ante la debacle que dejaron los índices bursátiles. Los aranceles, dijo, volverán a hacer rico y grande a Estados Unidos. Habrá un poco de turbulencia, afirmó en el Congreso, pero dijo que no importaba. “No será mucho”, insistió. El presidente republicano ninguneó las pérdidas en las bolsas –que golpean directamente los bolsillos de los norteamericanos a través de sus planes de jubilaciones– al cargarlas sobre los “países y empresas globalistas” a los que les irá mal “porque estamos recuperando cosas que nos han quitado hace muchos años”.
Trump además se quejó de que Estados Unidos ha estado “apoyando a todo el mundo”, que pagaba casi “el 100% de la OTAN”, que pagaba por los europeos y esos mismos países “nos estaban estafando en el comercio”, no compraban autos o productos agrícolas, pero Estados Unidos compraba autos –“Mercedes, BMW y Volkswagen, todos ellos, estábamos tomando sus autos en millones”, dijo– y sus productos agrícolas. “Una estafa total”, protestó. “Y ahora es hora de que este país deje de ser estafado”, cerró.
Trump se ha mostrado además entusiasmado con la perspectiva de que sus aranceles recauden millones de dólares, y alienten a las empresas a volver a invertir en Estados Unidos, generando más empleos manufactureros, una profunda reversión con la tendencia de las últimas décadas. Es un argumento proteccionista que sus principales funcionarios, como el secretario de Comercio, Howard Lutnick, han amplificado.
El mensaje es simple: si las empresas invierten y producen en Estados Unidos, no hay aranceles. La administración trumpista ha usado anuncios como el de Apple, que recientemente dijo que planea invertir 500.000 millones de dólares en Estados Unidos en los próximos cuatro años, como ejemplos de que su política económica funciona.
“¿Por qué dijo Apple que iba a invertir 500.000 millones en Estados Unidos? Porque van a construir los robots para fabricar sus iPhones en Estados Unidos”, dijo un muy entusiasta Lutnick en una entrevista esta semana con la cadena CNBC.
La determinación y el entusiasmo de Trump y sus funcionarios marcó un fuerte contraste con la ansiedad de los inversores, la preocupación de las empresas y la alarma encendida por economistas sobre el daño que generará la ofensiva proteccionista.
El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, citó un editorial de The Wall Street Journal que calificó la deriva proteccionista trumpista como “la guerra comercial más tonta de la historia”.
“A veces, Trump da la impresión de que a Estados Unidos no debería importarle nada en absoluto, de que Estados Unidos puede ser una economía perfectamente cerrada que produzca todo en el país. Esto se llama autarquía, y no es el mundo en el que vivimos ni en el que nos gustaría vivir, como Trump podría descubrir pronto”, advirtió el periódico de Rupert Murdoch.
Los aranceles de Trump incrementarán los precios que pagan los consumidores norteamericanos, reducirán los ingresos de los hogares y el crecimiento de largo plazo de Estados Unidos, según un exhaustivo análisis The Tax Foundation, una organización abocaba al análisis de políticas tributarias.
Sólo los aranceles del 25% a México y Canadá le quitarán un 0,2% al crecimiento de largo plazo de Estados Unidos, y disminuirán el ingreso de los hogares luego del pago de impuestos en un 0,6% en promedio, y todo eso sin contar el costo de las represalias que adopten otros países. Los aranceles a China podrían quitarle otro 0,1% adicional al crecimiento.
“La primera administración Trump impuso aranceles a miles de productos valorados en aproximadamente 380.000 millones de dólares en 2018 y 2019, lo que equivale a uno de los mayores aumentos de impuestos en décadas”, indicó un informe de la organización.
Ahora, los aranceles a China, Canadá y México equivalen a un aumento de impuestos de 1042 dólares por hogar, agregó un análisis de Erika York, vicepresidenta de política tributaria federal de la organización.
Trump se ha mostrado inmune a todos estos impactos, incluido el esperado aumento de precios que provocarán los aranceles, justo cuando la inflación, uno de los motores de su retorno al poder, había comenzado a flaquear.
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