La historia de Socks, el simpático gato de los Clinton que rompió la tradición de los perros en la Casa BlancaPor Fernanda Jara

“En sus nobles actitudes de esfinge parecen soñar un sueño sin fin; mágicas chispas fulguran en sus pupilas como arenas doradas en un fondo oscuro”, escribió Charles Baudelaire, quien fue no sólo amante de los gatos sino que era casi devoto de de ellos.

Seguramente habría estado de acuerdo con que los felinos tuvieran una fecha en el calendario para que el mundo les rinda homenaje. Y esa fecha existe: cada 20 de febrero se celebra el Día internacional del gato. La explicación de por qué se eligió ese día es sencilla: el 20 de febrero de 2009, murió Socks, el famoso gato presidencial que vivió durante años con la familia Clinton en la Casa Blanca. Rompió con la tradición de tener allí solo perros y se convirtió en un emblema de la vida política y mediática de la década de los 90. Su pequeña figura trascendió las fronteras y, sin ser un diplomático, contribuyó para que varias naciones adoptaran ese reconocimiento.

Aunque la celebración es reciente, la relación entre los gatos y los humanos es milenaria: los faraones egipcios los veneraban, y hoy, en plena era digital, protagonizan innumerables videos tiernos y graciosos. También cautivaron a escritores, científicos, artistas y líderes políticos como Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt.

Socks nació en las calles de Little Rock, Arkansas, a finales de los años 80. Era un gato de pelaje blanco y negro, con una mancha oscura sobre la nariz y patas que parecían cubiertas de pequeñas medias. Por eso lo llamaron Socks, como se dice medias en inglés.

Nadie sabe si su destino estaba en la política, pero en 1991, mientras merodeaba cerca de la casa de Chelsea Clinton, la hija del entonces gobernador de Arkansas, su suerte cambió. La niña, de entonces 11 años, lo adoptó y, dos años después, con la llegada de los Clinton a la Casa Blanca, Socks se convirtió en el primer gato presidencial en décadas.

Solía pasearse por los jardines de la residencia, asistir a eventos benéficos y, para deleite de las cámaras, el orgulloso felino posaba con dignidad en la Oficina Oval, el despacho de los presidentes de Estados Unidos. Así se ganó el amor de la prensa y del público. Su presencia en la Casa Blanca coincidió con el auge de la cultura pop de los 90, y pronto su imagen apareció en postales, muñecos de peluche y hasta en un sitio web oficial.

Pero la política es implacable, incluso para los gatos. En 1997, con la llegada de Buddy, el labrador de los Clinton, la convivencia se volvió difícil. Finalmente, cuando la familia dejó la Casa Blanca en 2001, Socks fue adoptado por Betty Currie, la exsecretaria personal de Bill Clinton. Vivió sus últimos años en tranquilidad, lejos de los flashes y las conferencias de prensa. Murió el 20 de febrero de 2009, con veinte años. Con él, se fue uno de los gatos más famosos de la historia actual.

A lo largo del tiempo, destacadas personalidades compartieron su vida con gatos, en quienes encontraron compañía, inspiración o simplemente fascinación.

Una de las historias más contadas tiene como protagonista a Isaac Newton, a quien se le atribuye haber inventado la puerta para gatos (cat flap). Según esa leyenda, el físico, cansado de que su gato lo interrumpiera durante sus experimentos en busca de atención o comida, ideó una pequeña abertura en la puerta de su laboratorio para que el felino pudiera entrar y salir sin problemas. Aunque esta anécdota es discutida, persiste en la cultura popular y refleja el ingenio humano para adaptarse a la vida con estos animales.

Otro escritor fascinado por los gatos fue Ernest Hemingway, quien compartió sus días con muchos de ellos en su residencia de Key West, en Florida. Varios de esos gatos presentaban una mutación genética conocida como polidactilia, por la que tenían más de cinco dedos en sus patas. Actualmente, sus descendientes deambulan por la casa-museo del autor.

Al igual que ellos, Charles Baudelaire era un admirador de la grandeza felina: para él, los gatos fueron “guardianes del misterio, compañeros de la soledad, símbolos de la belleza y la melancolía”. En su poema Les Chats, los describe como esfinges dormidas, criaturas silenciosas cuya mirada contiene un enigma imposible de descifrar. Para ese poeta, el gato era una metáfora de lo inalcanzable, un reflejo de la elegancia y el desapego con los que él mismo navegaba por la existencia. Baudelaire, que encontraba en los gatos una afinidad espiritual, los inmortalizó en Las flores del mal, un libro de 1857.

Jorge Luis Borges también vivió con gatos. Su favorito fue Beppo, un gato blanco que lo acompañó en su vejez, cuando la ceguera ya lo había apartado de los libros. En su poema A un gato, Borges le atribuye la majestuosidad de una pantera, la tranquilidad de un espejo y la sabiduría de quien ha visto el tiempo pasar sin alterarse. Su relación con los felinos no era solo afectiva, sino también filosófica: veía en ellos una representación de lo eterno y lo insondable.

Los comentarios están cerrados.