Se había consagrado a Dios, sintió atracción por otra monja y un beso lo cambió todo: el vívido recuerdo de un gran amorPor Carolina Balbiani | AMORES REALES

María tenía 17 años cuando se escuchó por primera vez. Una voz en su interior le repetía su vocación religiosa. Hasta entonces había sido una adolescente corriente, con novios, salidas y amigas, pero ahora quería ser monja. Dedicar su existencia a Dios y a los más necesitados.

Esto desató en su vida una revolución interna y externa, más digna de los infiernos que de los paraísos.

Era la menor de tres hermanos de una familia de clase media porteña donde la educación era relativamente importante. Los dos varones mayores se educaron, de principio a fin, en la escuela pública, pero para María su madre quería algo distinto. Para la secundaria de su hija escogió un colegio privado religioso en el barrio de Flores de la ciudad de Buenos Aires. Fue así que María descubrió el mundo de las monjas, esas mujeres consagradas a Dios que se vestían de pies a cabeza de blanco. Por esos años tuvo varios novios. El primero a los 14.

En su casa no se rezaba a la hora de comer, no se iba a misa y la religión no era algo importante, pero para María, poco a poco, comenzó a serlo.

A través de las hermanas, su contacto con la religión se volvió profundo e intenso, y no demoró en aflorar la idea de su vocación religiosa.

“Era como un sistema natural de captación de voluntades. Tenía 15 años cuando la hermana que llegó a la escuela para comandar la rectoría me captó. Llamó mi atención de manera total. Calculo que yo tenía carencias maternas que me hicieron más vulnerable y ella, con habilidad, me fue llevando. Yo buscaba protección, una madre contenedora, lo que no tenía en casa. Porque, en ese tiempo, mi mamá era alcohólica, no me prestaba atención y andaba como ausente en mi vida. La falta de presencia materna, como veía que tenía el resto de mis amigas, me hacía sentirme muy sola. Era claramente una adolescente susceptible de ser cooptada. La que se había convertido en mi protectora me invitó a un retiro que hacían en la provincia de Córdoba, donde había un noviciado. Cuando volví de ese retiro espiritual ya lo tenía decidido: me iría de mi casa para tomar los hábitos. Habían conquistado mi punto más vulnerable. Así fue que a los 17 años decidí ingresar en la congregación donde pasaría casi nueve años. Entré con ideales de cambiar el mundo y de vivir al servicio de los que más lo necesitan”.

Esa decisión de María requería una comunicación urgente. El siguiente paso fue anunciarlo a su familia.

“Fue un bombazo contarlo en casa. Mi mamá se opuso desde el primer momento. Yo le respondí, muy bien asesorada por las hermanas, que si no me dejaban iba a realizar una presentación judicial para vencer toda resistencia. No solo se oponían mis padres, también mis amigas que fueron a hablar con mis hermanos quienes intentaron hacerme razonar. Pero las hermanas religiosas me habían preparado para esto: me habían explicado que tenía que resistir y evitar todas las tentaciones demoníacas, obstáculos que los demás me pondrían en el camino. Estaba ciega y así lo hice. Mi hermano mayor me lleva diez años y se mostró totalmente en contra de mi decisión. Me habló mucho, me rogó. En realidad, todos hicieron lo que tenían que hacer para que yo viera lo que no podía ver y no vi. Tenía mis ilusiones y expectativas depositadas en esa vida religiosa perfecta que me prometían y no me pudieron mover de ahí”.

Incluso uno de sus novios de adolescencia, hermano de una de sus compañeras, se atrevió a ir al colegio a hablar con las religiosas para pedirles que dejaran tranquila a María. No sirvió de nada.

Nadie pudo con su convicción: María se haría monja.

El 28 de enero de 1990 María se subió a un ómnibus con destino a la ciudad de Córdoba. Su madre y una amiga de su madre la acompañaron hasta el noviciado.

De ese viaje de muchas horas por la ruta casi no recuerda nada. Iba como encandilada.

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