Cómo Trump borró de un plumazo el “poder blando” que EE.UU. tardó décadas en construir


WASHINGTON.- El término “poder blando” fue acuñado en 1990 por el politólogo Joseph Nye para referirse a “la capacidad de tener efectos sobre los demás atrayéndolos y persuadiéndolos, en vez de simplemente coaccionándolos o comprándolos”. Pero esa táctica ya era una pieza clave de la capacidad de proyección de Estados Unidos desde antes de que fuera formulada: el poder blando ayuda a entender por qué Estados Unidos tiene bases militares en al menos 80 países, por qué el dólar norteamericano se convirtió en la moneda de reserva internacional y por qué el inglés se ha convertido en el idioma universal de la diplomacia y los negocios.

China y Rusia también son militarmente poderosas, y China es incluso una superpotencia económica, pero ni una ni otra ejercen ni remotamente la influencia global de Estados Unidos. Y eso es porque Estados Unidos ha sido la única superpotencia benigna y benefactora. Estados Unidos ha cometido su cuota de crímenes y errores garrafales, qué duda cabe, pero también tiene un largo historial de altruismo, basta recordar el Plan Marshall o el Plan de Emergencia del Presidente de Estados Unidos para el Alivio del Sida (Pepfar, por sus siglas en inglés). Estados Unidos también fue un histórico faro de esperanza para las masas “que ansían respirar en libertad”, como se lee en la Estatua de la Libertad, y en general ha apoyado las reglas e instituciones internacionales que hasta cierto punto ponen límites al poderío norteamericano.

El presidente Donald Trump escucha preguntas de la prensa en la Oficina Oval de la Casa Blanca, el 4 de febrero de 2025, en Washington. (AP Foto/Evan Vucci)Evan Vucci – AP

Y si bien Estados Unidos tardó décadas en acumular poder blando, el presidente Donald Trump parece decidido a destruirlo en cuestión de semanas. Basta observar la guerra comercial que lanzó este fin de semana contra México y Canadá –antes de poner en pausa los aranceles durante un mes–, el congelamiento que impuso a los programas de ayuda para países extranjeros y la desalmada decisión que acaba de tomar y que podría enviar de regreso a Venezuela a miles de refugiados que escaparon de la dictadura marxista de Nicolás Maduro. Cada una de esas medidas es un clavo más en el ataúd del poder blando de Estados Unidos.

Empecemos por lo que el consejo editorial conservador del diario The Wall Street Journal acertadamente califica como “la guerra comercial más tonta de la historia”.

Trump anunció que impondría aranceles del 10% a los productos de China, el principal competidor de Estados Unidos, y del 25% a los de México y Canadá. ¿Por qué? Sus explicaciones son absurdas: por un lado afirma que México y Canadá no hacen lo suficiente para detener el flujo de fentanilo e inmigrantes indocumentados a Estados Unidos, y al mismo tiempo se queja del déficit de balanzas comerciales de Estados Unidos con esos países.

Sin embargo, el comercio de Estados Unidos con México y Canadá, que en 2022 ascendió a más de 1,7 billones de dólares, es beneficioso para todos. La industria automotriz de los tres países está tan integrada que los aranceles de Trump, si se implementan, casi con certeza les causarán un enorme trastorno a las automotrices de Estados Unidos. En cuanto a la afirmación de que México y Canadá no hacen lo suficiente para detener el flujo de migrantes y drogas, lo que parece es que efectivamente están haciendo todo lo que está su alcance. Pero la capacidad de México y Canadá para controlar sus fronteras tiene límites, así como el gobierno de Estados tiene una capacidad limitada para detener la exportación ilegal de armas a ambos países vecinos.

Según informa la BBC, “en 2023, el 90% de las pistolas recuperadas tras los violentos crímenes en Ontario, la provincia más poblada de Canadá, provenían de Estados Unidos”.

Y Canadá es especialmente inocente: en el año fiscal 2024, la frontera entre Estados Unidos y Canadá representó menos del 1% de todas las incautaciones de fentanilo y el 1,5% de todas las detenciones de inmigrantes indocumentados en las fronteras estadounidenses. Trump dijo el lunes que dejaba en suspenso los aranceles durante un mes hasta que Canadá y México refuercen la seguridad fronteriza, por más que en el caso de Canadá no haya ningún problema de seguridad fronteriza que solucionar.

Justin Trudeau, Donald Trump y Claudia Sheinbaum

No es de extrañar entonces que los canadienses estén “un poco perplejos”, como dijo el sábado pasado su primer ministro, Justin Trudeau, “por las razones de nuestros amigos y vecinos más cercanos para elegir atacarnos”. Después de todo, se trata de un país que envió a sus soldados a luchar junto a las tropas norteamericanas, desde las playas del Día D en Europa hasta las aldeas de Kandahar en Afganistán. Durante el fin de semana, en Canadá, los aficionados al deporte manifestaron su bronca abucheando la interpretación del himno nacional norteamericano en la previa de los partidos de la NBA y la NHL.

Por otro lado, al congelar la mayor parte de la ayuda al exterior durante 90 días y avanzar hacia el desmantelamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por sus siglas en inglés), Trump está alejando a millones de personas de todo el mundo que hoy dependen de la ayuda norteamericana para sobrevivir a enfermedades como el sida y la malaria, para acceder a agua potable o para evitar la desnutrición. Lejos de ser una “organización malvada” y “criminal” que merece “morir” –como extrañamente la etiquetó Elon Musk, el hombre más rico del mundo–, la Usaid ha sido un ingrediente crucial del poder blando de Estados Unidos. No hay duda de que algunos programas de ayuda son un derroche y deben ser reformulados, pero no hay excusa para este tipo de ataques drásticos contra toda la asistencia enviada al extranjero.

El secretario de Estado Marco Rubio conversa con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en su residencia en Lago Coatepeque, en El Salvador, el 3 de febrero de 2025. (AP/Mark Schiefelbein, Pool)Mark Schiefelbein – POOL AP

Si bien el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, exceptuó del congelamiento de la ayuda las tareas humanitarias para salvar vidas, los grupos de ayuda independientes dicen que el sistema de pago de Usaid fue desmantelado y que “los medicamentos siguen en los estantes, pero sin enfermeras que los distribuyan”. Poco importa si es por malicia o por incompetencia: el resultado es el mismo.

En Uganda, según informa The New York Times, se dejó de fumigar y tampoco se están distribuyendo mosquiteros para combatir la malaria. En Zambia, no se están distribuyendo los medicamentos que frenan las hemorragias en mujeres embarazadas. Y en todo el sur de Asia, África y América Latina hay miles de personas inscriptas en ensayos clínicos que ya no tienen acceso a su tratamiento.

¿Y todo para qué? ¿Para ahorrar el 1% del presupuesto federal?

Sin duda, los refugiados venezolanos que ahora serán repatriados por la fuerza a su desamparada y represiva patria también derramarán más de una lágrima. El propio Rubio, cuando todavía era senador, dijo en una carta de 2022 que deportar a los venezolanos sería una “sentencia de muerte”. Y Trump, en su primer mandato, había exceptuado a los venezolanos de la deportación debido a lo que describió como la “situación catastrófica” que se vivía en su país.

Es asombrosa la magnitud del daño que en apenas dos semanas le ha hecho Trump al poder blando de Estados Unidos, y suele imaginar cuánto más daño podría hacerle en las próximas 206 semanas de su mandato.

La gran beneficiada probablemente será China, que como advirtió en la red social X el senador demócrata Chris Murphy, “llenará el vacío” dejado por el fin de los programas de ayuda de Estados Unidos. Lejos de hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, esta erosión del poder blando socavará la seguridad económica y nacional del país durante muchos años.

Traducción de Jaime Arrambide

The Washington Post

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