El desastre del Apolo I: el incendio que mató a tres astronautas y casi suspende el programa espacialPor Matías Bauso

27 segundos fatales. “El fuego es terrible. ¡Sáquennos de acá!”. Luego un grito, un alarido descorazonador. Tres muertes inesperadas que hicieron zozobrar el Proyecto Apolo. Que además del dolor y de la conmoción que ocupó la tapa de todos los diarios, hizo que se dudara sobre la razonabilidad de los planes de llegar a la Luna.

En 1961, John Fitzgerald Kennedy había prometido que se llegaría a la Luna antes de que la década terminara: “Hemos decidido ir a la Luna en esta década, y también afrontar los otros desafíos, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque esta meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y aptitudes, porque es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer”.

Más allá de la épica del discurso, el mensaje era claro. Había determinación y se había convertido en un objetivo primordial para el gobierno norteamericano. La responsabilidad recaía en la NASA y sus funcionarios híper especializados, y en los funcionarios y legisladores que debían conseguir los ingentes fondos que requería el programa. Eran tiempos de la Guerra Fría y la Unión Soviética había sacado ventaja en la recta inicial de la carrera espacial. Estados Unidos debía alcanzarlos y sobrepasarlos.

Para el 27 de enero de 1967, la meta estaba más cerca. Ya habían pasado los proyectos Mercury y Géminis y estaban ultimando los detalles para lo que sería la primera misión del nuevo y definitivo proyecto, el Apolo.

Pero ese día, en unas pruebas de rutina, en las que supuestamente no existía el menor riesgo -un día más en la oficina- se desató la tragedia. Los tres tripulantes de lo que sería el Apolo I murieron carbonizados. Fueron apenas 27 segundos. Pero bastaron para matar a los tres astronautas más aptos y para poner en crisis todos los planes espaciales.

El desastre del Apolo I pareció que iba provocar la cancelación de la idea de llegar a la Luna. Luego del estupor inicial, esas tres muertes, ese incendio fatal e inesperado, fue lo que permitió revisar cada pieza de la nave y en especial revisar el procedimiento de la toma de decisiones. Esa mirada profunda, autocrítica y constructiva fue la que permitió que el hombre llegara a la Luna antes de que terminara la década del sesenta tal como había prometido John Fitzgerald Kennedy.

Faltaban tres semanas para el lanzamiento del Apolo I. Era el 27 de enero de 1967. A partir del mediodía, todo el equipo de la Nasa estaría involucrado en una prueba de rutina. Lo llamaban Ensayo Desconectado. Probaban todos los sistemas de la nave sin que tuvieran respaldo exterior. Probaban si en una emergencia en el espacio podían seguir navegando.

La tripulación era la misma que en la futura misión: Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee. En la sala de control también debían estar todos como si ese fuera el momento del lanzamiento. La gran diferencia era que, para los altos mandos de la NASA y para los astronautas, en esa jornada no había riesgos. Ni la nave ni la plataforma tendrían combustible ni habría propulsión alguna. Un equipo de colaboradores, de hecho, se quedaba al lado del Apolo I (que todavía no se llamaba así) en La Habitación Blanca para asistir a los astronautas ante cualquier emergencia o requerimiento.

Gus Grissom había participado en los tres programas: Mercury, Géminis y ahora en el Apolo. Era uno de los Mercury 7, del mítico primer grupo de astronautas. Con cada uno de estos proyectos había estado en el espacio y él comandaría la expedición inicial del Apollo. Tenía 40 años, esposa y dos hijos. Ed White era más alto que el resto de los astronautas –debían ser bajos para entrar en los apretados módulos- y había sido el primer hombre en caminar en el espacio. Roger Chaffee era el novato, nunca había estado en el espacio y había ingresado a último momento en esta tripulación porque el anterior miembro se había dislocado el hombro en unos entrenamientos y debía ser operado.

La esposa y los hijos
La esposa y los hijos de Grisson dejan la capilla luego del servicio fúnebre ofrecido a Gus Grissom. Ella, años después, accionó contra la empresa constructora de la nave y fue indemnizada

Era una prueba de rutina. Necesaria y tediosa como todas las de su tipo. Habían surgido algunos pequeños inconvenientes pero también era parte de la rutina. Para eso se realizaban estas operaciones. Llevaban casi seis horas hasta que se escuchó que alguien desde la cabina alertaba: “¡Ey! ¡Fuego!”.

Los sistemas de audio habían funcionado mal toda la tarde. El ruido a lluvia enturbiaba las comunicaciones, las palabras se cortaban y reverberaban, de a ratos dejaba de emitir sonido. Por eso la reacción no fue inmediata. No se escuchó con claridad. De todas maneras, unos segundos después, otra voz (o la misma, ya no importa) dijo urgida: “El fuego es terrible. ¡Sáquennos de acá!”. A eso siguió un grito de dolor. Agudo y desgarrador. Después, el silencio.

Los que estaban en la base, en la sala de control, no necesitaron saber mucho más para darse cuenta de que los tres astronautas estaban muertos.

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