«Un dolor real»: una película conmovedora y sin lugares comunes sobre la memoria y el traumaPor Hinde Pomeraniec
“La memoria es algo que nadie posee. Nadie tiene la verdad. Nosotros en la Argentina muchas veces ponemos las dos palabras juntas, memoria y verdad. La memoria es más que la verdad: son verdades que se van yendo. La memoria es algo permanentemente inconcluso”. La frase es de Tomás Abraham y la dijo durante una charla que mantuvimos en 2021, a propósito de su libro autobiográfico La matanza negada, un libro que cuenta, a partir de su historia familiar, cómo se llevó a cabo el genocidio judío en Rumania, el país donde él nació.
Es interesante la distinción entre memoria y verdad que hace Abraham y, sobre todo, lo que señala acerca de la memoria como “verdades que se van yendo”. Tantas verdades como testigos de los hechos “se van yendo” porque los sobrevivientes van muriendo y los escenarios, por sí solos, no hablan, no dicen nada. Solo les dan sentido quienes hablan por ellos quienes, aquellos que vivieron allí determinados sucesos o personas que, con mayor o menor rigor, con más o menos escrúpulos, replican una memoria de prestado y se convierten así en guardianes de un pasado que no vivieron.
Dave y Benji son primos y tiene casi la misma edad, alrededor de los 40. Vivieron una infancia muy cercana aunque el paso del tiempo los fue alejando. David es frío y reservado, algo distante, tiene una esposa y una hijita con quienes vive en Nueva York y dedica mucho tiempo a su trabajo como vendedor de publicidad online. Benjamin en cambio no tiene trabajo fijo, vive de prestado en Binghamton, en las afueras del mismo estado. A veces tiene la mirada perdida; aunque es una persona atractiva y puede ser excitantemente divertido hay algo en él que tira para abajo: el dolor es un ancla.
Un dolor real (A Real Pain) es el segundo largometraje dirigido por Jesse Eisenberg (La red social), también autor del guion y quien lleva adelante el personaje de Dave en la película. Ya desde el comienzo el espectador sabe que los primos que se están encontrando en el aeropuerto van a viajar juntos a Polonia, a recorrer durante algunos días el pasado familiar, una historia clásica de judíos de la diáspora.
Acaba de morir la abuela de los muchachos, una sobreviviente del Holocausto que estuvo prisionera en Majdanek, campo de concentración y exterminio ubicado a solo 4 kilómetros de Lublin, la ciudad donde hasta la llegada del nazismo vivían ella y su familia. Benji (un soberbio Kieran Culkin, el excitado y sufriente Roman Logan en Succession) tenía con su abuela una relación muy cercana, amorosa y explosiva, y sigue muy afectado por su muerte. Dave lo sabe, como sabe también que ese viaje hacia los orígenes puede ser una buena oportunidad para reencontrarse.
La película narra ese viaje al dolor y el horror del pasado, al trauma que se mantiene a través de las generaciones y también la manera en que cada uno lidia con ese peso como puede. Otro de los temas tratados es una de las grandes preocupaciones de la época, la salud mental, que finalmente parece salir del cajón de los tabúes. La actuación de Culkin le valió recientemente un Globo de Oro como actor secundario (la arbitrariedad de las categorías es tema para otra nota) y podría llevarlo a estar entre los nominados al Oscar.
La historia es narrada a partir de momentos intensos, melancólicos y de diálogos abrumadores, pero también con muchas escenas plenas de humor e ironía, lo que deriva en una generosa levedad que consigue sacar sonrisas que ni ocultan la aspereza del asunto ni les restan trascendencia a los temas que se tratan. El equilibrio de emociones en la película de Eisenberg es posiblemente el mayor de sus méritos.
“Dave, estamos en un tour sobre el Holocausto. Si este no es el momento y el lugar para llorar y abrirnos, entonces no sé qué decirte”, le dice Benji a su primo en un momento, mientras el más serio del dúo procura mantener su compostura y el frustrado, hippie y drogón de la familia intenta todo lo que está a su alcance para recuperar a ese primo sensible con el que creció, ese que está escondido detrás de un hombre que busca no quebrarse nunca. Para eso lo sacude con frases contundentes y le ofrece compartir un porro en las terrazas de los hoteles, adonde suben corriendo y casi a escondidas para fumar y recordar con vista al cielo.
La historia de Dave y Benji se da en el marco de un tour por espacios dedicados a la memoria en Polonia, en este caso a la memoria de la tragedia judía, lo que incluye visitas a escenarios a monumentos, lápidas, la ciudad de Lublin (donde vivían 40 mil judíos antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial) y los restos de Majdanek, el campo en el que primero fueron internados prisioneros soviéticos y adonde luego los nazis llevaron y asesinaron a judíos de diferentes guetos europeos, incluido el de Varsovia.
Durante el viaje que es el centro de la película, los muchachos conocerán a un guía británico no judío pero fascinado con la historia judía, a una pareja de judios “normales” y muy asimilados a la cultura norteamericana promedio, a una judía de unos sesenta recientemente divorciada y bastante neurótica y a un hombre que, luego de sobrevivir a la matanza de Ruanda, eligió (sí, ELIGIÓ) convertirse al judaísmo y resulta ser más observante que todos los judíos que conforman el grupo del tour.
Los dueños de la memoria
“Nosotros, los que sobrevivimos a los campos no somos testigos verdaderos. Nosotros somos los que, a través de la prevaricación, la habilidad o la suerte, nunca tocamos fondo. Los que estuvieron y vieron el rostro de la Gorgona no regresaron, o regresaron sin palabras”, escribió el italiano Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz y autor de Si esto es un hombre y Los hundidos y los salvados.
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