Azucena Villaflor: secuestrada el mismo día en que se publicó una solicitada para pedir por los desaparecidosPor Daniel Cecchini
La mañana del sábado 10 de diciembre de 1977, los lectores tempraneros que recibían el diario en sus casas se desayunaron con las noticias del día. Los principales medios nacionales informaban que un Consejo de Guerra militar había condenado a varios de los integrantes del llamado Clan Graiver por asociación ilícita calificada, aunque evitaban decir que –antes de ser sometidos a ese proceso judicial inconstitucional– habían sido torturados salvajemente para que “confesaran” mientras estaban detenidos desaparecidos en un campo clandestino. También informaban que el aumento del costo de vida en noviembre era del 9 por ciento, pero sus analistas económicos se cuidaban mucho de mencionar que el plan económico de la dictadura, diseñado por José Martínez de Hoz, estaba haciendo agua por todas partes.
La censura y la autocensura de prensa eran leyes no escritas en una Argentina sin otras normas que las impuestas por la dictadura que llevaba un año y casi nueve meses en el poder. Por eso, al recorrer las páginas interiores del diario, muchos lectores del matutino La Nación se toparon con una solicitada de gran tamaño titulada: “Por una navidad en Paz – Solo pedimos la verdad” y dirigida al presidente de la Corte Suprema de Justicia, a los altos mandos militares, a la Junta Militar, a las autoridades eclesiásticas y a la prensa nacional. Los firmantes, alrededor de ochocientos, reclamaban información sobre la suerte corrida por sus familiares desaparecidos.
Azucena Villaflor de De Vincenti no recibía La Nación en su casa de Avellaneda, de modo que se levantó temprano ese sábado para ir a hacer las compras y, de paso, comprar el diario. Sabía que, si había evitado una censura de último momento en la imprenta, la solicitada estaría allí. Lo sabía porque, como presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, había sido su principal impulsora.
Era la primera denuncia pública de esa magnitud que ponía en negro sobre blanco en un medio argentino lo que sucedía en un país donde las personas eran secuestradas en sus casas, sus trabajos o en la calle y no volvían a aparecer. Los desaparecidos ya se contaban por miles y entre ellos estaban el hijo y la nuera de Azucena.
La solicitada era un gran paso en la lucha de las Madres, pero a Azucena la euforia que había sentido por ese logro se le había esfumado hacía dos días, cuando Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, otras dos fundadoras de la organización que con sus rondas y denuncias más molestaba a los dictadores, habían sido secuestradas. El jueves 8 un grupo de tareas se las había llevado por la fuerza al salir de una misa en la Iglesia de la Santa Cruz, luego de ser señaladas con un beso por el represor Alfredo Astiz, infiltrado entre las madres haciéndose pasar por el hermano de una militante desaparecida. Junto a las dos Madres, el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) se había llevado a otras ocho personas: Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon, que colaboraban con ellas en la búsqueda.
La primera presidenta de Madres de Plaza de Mayo se había salvado esa vez porque no había participado de la reunión, pero sabía que ella también estaba en peligro de correr la misma suerte. Sin embargo, estaba decidida a no detenerse. También pretendía –aunque sabía que era imposible– mantener una mínima normalidad en la vida familiar. Por eso, la mañana del sábado 10, antes de salir a la calle, se asomó a la habitación donde dormía su hija Cecilia, de 15 años, y le preguntó:
“Nena, ¿Qué querés comer, carne o pescado?”. “Pescado, mamá”, contestó Cecilia, que nunca olvidó esa conversación mínima, íntima, la última que tuvo con su madre. Minutos después un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada la secuestró en plena calle. Días más tarde sería arrojada viva al mar desde un avión. Tenía 53 años.
El 30 de noviembre de 1976 otro grupo de tareas de la dictadura había secuestrado a uno de los cuatro hijos de Azucena y Pedro De Vincenti, Néstor. Con él se habían llevado a su novia, Raquel Mangin. Desde entonces, nada se sabía de ellos. Solo que se los habían llevado vivos. Azucena había empezado la búsqueda de Néstor en soledad, recorriendo comisarías, cuarteles y reparticiones oficiales. Siempre le daban la misma respuesta: no sabemos nada. En ese peregrinaje había encontrado a otras mujeres que, como ella, querían saber dónde estaban sus hijos desaparecidos.
Decidieron organizarse y luchar juntas con ese objetivo. Por iniciativa de Azucena, que quería visibilizar sus búsquedas, se citaron el 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo para exigir que alguien las recibiera en la Casa Rosada. Eran trece mujeres: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.
-¡Circulen!
Obedecieron la orden, pero en lugar de irse empezaron a “circular” alrededor de la Pirámide de Mayo. Ese día nacieron las Madres de Plaza de Mayo. Desde el principio, Azucena se mostró como líder del primer grupo de Madres. “Cuando investigué para mi libro entrevisté a muchas de sus compañeras de la primera hora y todas, sin excepción, la elogiaron y resaltaron el papel fundamental que cumplió en esos primeros tiempos”, le dice a Infobae el periodista y escritor Enrique Arrosagaray, autor de “Los Villaflor de Avellaneda”.
Una de las fundadoras, Haydee de García Buela, le contó, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo con Villaflor, en esos primeros días, cuando eran menos de veinte mujeres. Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, que en una de las reuniones la interrumpió de mal modo: “¡¿Pero vos quién te creés que sos que venís a dar órdenes?!”, la cortó y discutieron fuerte.
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